El drama de las mujeres afganas: el miedo de la pérdida de derechos y la reacción internacional
Una escena de la serie Borgen filmada en 2010 presagiaba lo que ocurriría 10 años después en Afganistán. En la serie, la primera ministra de Dinamarca, Birgitte Nyborg, anuncia que va a sacar las tropas de su país de Afganistán. La seguridad de su decisión, sumada a la de su partido (de carácter progresista) y a la del Congreso, comenzó a dar marcha atrás luego de una reunión con una mujer de una organización afgana.
Allí la activista afgana intenta demostrar la importancia que significaba para las mujeres la ocupación internacional en su país. Le pide la billetera a la primera ministra y saca sus tarjetas. “Representan libertad y democracia”, dice. Toma el carné de conductora de la ministra y le explica: “Cuando los talibanes gobernaban mi país, no se me otorgaba licencia de conducir por ser mujer. Ahora conduzco a diario hasta mi trabajo”.
Al tomar cada una de sus tarjetas, la mujer afgana le recordaba todos aquellos derechos que les eran negados por el régimen talibán: el trabajo, la educación, entre otros.
“Si se retiran de Afganistán antes de que estemos listos para hacernos cargo, entonces no hay esperanza y los talibanes serán lo único que nos quede”.
Once años después, la ficción se volvió realidad. Las tropas internacionales se retiraron tras la toma del poder por parte de los talibanes y los derechos humanos de todas las personas en Afganistán, pero en particular de las mujeres y de las niñas, están claramente en peligro.
Frente a la repercusión internacional en un contexto donde el feminismo floreció de forma masiva en la última década, los talibanes prometieron “dejar trabajar a las mujeres de acuerdo con el respeto de los principios del islam”, tal como recogieron las principales agencias de noticias del mundo.
Sin embargo, nadie parece fiarse demasiado de esta promesa luego de ver, durante los años de su gobierno, las ejecuciones en la vía pública y los azotes dados por este grupo de fanáticos religiosos que niegan la existencia de la mujer e imponen reglas en tal sentido: deben estar tapadas, no pueden ir a la escuela, ni trabajar, ni circular solas por la calle, ni hablar con otras personas, entre otras faltas a los derechos humanos.
Una obra de la fotógrafa yemení Boushra Almutawakel de 2010 se viralizó en los últimos días, pues muestra cómo, a medida que aumenta el fanatismo religioso musulmán, la mujer va “desapareciendo”: primero con el uso de un pañuelo en la cabeza, luego de una hiyab (velo que cubre cabeza y torso) y luego una burka (cubre todo menos los ojos).
Miedos y protestas
Desde la vuelta de los talibanes, las mujeres en Afganistán comenzaron a usar, nuevamente y en forma preventiva, las burkas que los talibanes exigían como obligatorias cuando gobernaron en el país entre 1996 y 2001, tal como lo expresaba la corresponsal de CNN en Kabul, Clarissa Ward, quien también se cubrió su cabeza y su torso en forma preventiva.
Al mismo tiempo, varios grupos de mujeres se manifestaron en Kabul. Algunas, levantando carteles en la vía pública, otras marchando y cantando “El trabajo, la educación y la participación política es un derecho de toda mujer”. Otras decidieron tomar las armas. Todas llevaban una hiyab o una burka.
El valor simbólico y el riesgo de vida que implica una manifestación feminista en ese contexto son directamente proporcionales al miedo de esas mujeres de volver a una vida privada de todo.
La reacción internacional
El pedido general es que la comunidad internacional “exija del poder talibán mantener abiertas las fronteras para que todas las personas que deseen abandonar Afganistán huyendo de un poder fanático impuesto por la fuerza de las armas puedan hacerlo en unas mínimas condiciones de seguridad”, tal como lo detalla el primero de los tres puntos del petitorio de las escritoras.men for Afghan Women (WAW), Acnur/UNHCR (la agencia de la ONU para los refugiados) y Unicef, entre otras. Todas están trabajando para proteger a mujeres y a niños de ese país.
El pedido general es que la comunidad internacional “exija del poder talibán mantener abiertas las fronteras para que todas las personas que deseen abandonar Afganistán huyendo de un poder fanático impuesto por la fuerza de las armas puedan hacerlo en unas mínimas condiciones de seguridad”, tal como lo detalla el primero de los tres puntos del petitorio de las escritoras.
La primera mandataria alemana, Angela Merkel, dijo en los últimos días que tanto ella como la comunidad internacional se equivocaron al evaluar la situación en Afganistán y al estimar cómo podría evolucionar tras la salida de las tropas internacionales. “Es una lección amarga para millones de afganos que apostaron por una sociedad libre, por democracia, por educación y por los derechos de las mujeres”, dijo el lunes en una conferencia de prensa.
Incertidumbre
Malala Yousafzai, activista y premio Nobel de la Paz, fue víctima directa en su niñez de las torturas de los talibanes por su condición de género en la Pakistán de 2000. “Estoy profundamente preocupada por las mujeres, por las minorías y por los defensores de los derechos humanos. Los poderes globales, regionales y locales deben pedir un alto el fuego inmediato, proporcionar ayuda humanitaria urgente y proteger a los refugiados y a los civiles”, escribió en su cuenta de Twitter. A través de las redes, intercambió mensajes con la primera ministra noruega, quien prometió llevar su preocupación al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La presión internacional en favor de los derechos de las mujeres es mayor y más visible que en otros momentos de la historia que no estaban atravesados por un movimiento feminista tan fuerte y tampoco por la masividad y multiplicación de mensajes que permiten las redes sociales.
Sin embargo, es una incertidumbre si esa presión finalmente pueda incidir en un conflicto tan complejo y con características culturales, sociales y religiosas tan arraigadas.
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