El comienzo, con el deseo de mirar hacia arriba
Vuelve a salir el sol en la ilusión de los hinchas cordobeses. Saldrán a partir de hoy a la cancha sus equipos; competirán; ganarán o perderán; le irán dando forma a campañas que a algunos los pondrá en puntas de pie, y a otros les hincará con un alfiler la burbuja de ensueño concebida durante el verano.
La garrocha deberá estar fina y obediente para responderle a quienes quieran alcanzar las alturas pretendidas. Las expectativas rebosan de ambición para donde se mire. La vara ha quedado alta para todos, como casi nunca ha ocurrido.
La temporada pasada Talleres olfateó un título aunque no pudo probar bocado. Belgrano resbaló en su objetivo perentorio de ser uno de los dos mejores del grado; Instituto desde hace un buen tiempo se siente incómodo por más de tres lustros de pretensiones incumplidas. Estudiantes de Río Cuarto removerá cenizas y las atizará para tener de nuevo el fuego que casi lo lleva a primera división en febrero del año pasado. A diferencia de otros años, habrá más tensión; habrá tanta o más exigencia; la necesidad de un objetivo cumplido es la premisa.
Nadie sale campeón o asciende de categoría desde las palabras. Sí se puede señalar el camino a partir de la obviedad. Por caso: la experiencia indica que los clubes cordobeses no necesitan de un buen comienzo de torneo para convocar a multitudes. Ese ítem está garantizado por simpatizantes fieles y confiados, presurosos para mostrar su pertenencia, listos para lanzar el primer aliento. Y ese gol inicial, en estas tierras está asegurado. En ese sentido, Talleres, Belgrano e Instituto empiezan ganando 1 a 0. Una ventaja que no se da en todos lados.
Una cosa trae la otra: la masividad, en ese sentido, (sobre todo en Talleres y en Belgrano) adormece un poco la inseguridad. Quizá como nunca no se han traído tantos refuerzos sin tener la certeza de que hay presupuestos que sirven de base para encarar semejantes aventuras. Apellidos cuyas iniciales abarcan todo el abecedario; jugadores del más variado origen futbolístico y geográfico; todos defenderán los colores de las cuatro camisetas cordobesas, generosas en su apertura, necesitadas de talentos de otras latitudes; también apasionadamente cercanas a aquellos que sean recíprocos y devuelvan un poco de todo lo que se les pide. En ese sentido, no hay que negarlo. Los representantes cordobeses han apostado en refuerzos más allá de la media de las instituciones participantes en los dos principales certámenes argentinos.
Para reflexionar se instala el tema de la poca presencia en los posibles equipos titulares de los criados en los más que escasos potreros de nuestra provincia, en sus avasallantes canchas de piso sintético, o en los trajinados campos de la Liga Cordobesa. Los presupuestos destinados a las divisiones inferiores son considerables y sin la sobreexigencia de pedir un crack por año, sería razonable sentir más el eco de nuestra tonada en cada rincón de nuestros vestuarios, tal como ocurrió en algunos de los muy buenos equipos que tuvo el fútbol de Córdoba en su historia en la AFA.
Más allá de estas valoraciones hay un dato no menor, que ya ha superado una década. Aquel ascenso de Belgrano ante River Plate en 2011, inconscientemente o no, produjo un cambio en la mentalidad de los principales actores de nuestro fútbol. Córdoba, cuna de muchísimos cracks, tenía para mostrar pocos logros colectivos. Desde aquella epopeya, el profesionalismo en todos sus estratos se ha ido instalando lentamente. Por eso, aunque lento y dificultoso, el avance, sin producir grandes logros, todavía, promete seguir sosteniendo el deseo de generar alegrías más potentes a quienes desean sentir esa sensación en su habitual espacio de cemento.
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