La Voz del Interior @lavozcomar: El carácter paradójico de la moderación política y sus peligros

El carácter paradójico de la moderación política y sus peligros

Es usual describir nuestro sistema institucional a partir de la teoría de los juegos. Algunos autores dicen que el presidencialismo tiene una “lógica de suma cero” –lo que uno gana es lo que el otro pierde– y favorece situaciones de “dilema del prisionero”. Es decir, supuestos en los que la interacción de los agentes, gobernada por el autointerés y la falta de cooperación, genera situaciones de ineficiencia.

Según esta interacción, la competencia es por un único puesto: el ganador se lleva todo. La literatura especializada sostiene, por eso, que no favorece actitudes cooperativas. No genera incentivos para que quienes perdieron las elecciones “jueguen” cooperativamente con el presidente. Su acción más “racional” sería ponerle al ganador “palos en la rueda”.

¿Qué incentivo tendría en ayudar al Gobierno una eventual oposición? Si aquel es exitoso, tendrá asegurada la reelección, y si es reelegido, la oposición continuará siéndolo y no accederá al trono por el que pelea. En algún sentido, para que exista colaboración y oposición, el sistema debería ir hacia una homogeneidad que no es deseable desde un punto de vista democrático.

El éxito del presidente es, por ello, el fracaso de la oposición. Y viceversa: el éxito de la oposición es el fracaso del presidente.

Escenarios polarizados

¿Este panorama institucional tiene algún impacto sobre el discurso político y las posiciones de los agentes? ¿Qué ocurre si estamos en un escenario cada vez más polarizado?

En escenarios polarizados, dos posiciones se presentan antitéticas y, por eso, se excluyen mutuamente. Para simplificar: los valores que defiende una parte son negados por la otra. Imaginemos un escenario electoral. El escenario: dos partidos o grandes coaliciones políticas. Representemos esas expresiones con dos letras, A y B. Los participantes, en algún sentido, se identifican por oposición al adversario. Así, las banderas de uno son negadas por el otro. El ejemplo: si el criterio para hacer el parteaguas es la intervención estatal en la economía, las opciones son simples: A, Estado versus; B, no Estado. No hay alternativas medias.

¿Qué lugar queda para posiciones moderadas?

Esta situación puede hacer que la moderación tenga un efecto paradójico. La paradoja: el discurso moderado incentiva los discursos extremos de los contrarios. Estos discursos extremos pueden estar motivados por convicción o por estrategia. Lo primero, porque es la propia concepción política la que así lo dice. Es decir, el programa político que abrace el partido A o B. En el ejemplo, la conciencia cierta, el compromiso real, con la intervención estatal en la economía por parte de A, o con su negación por parte de B.

Esa exageración de las posiciones también puede encontrar su asidero en las creencias del adversario o en su discurso. En este sentido: lo que motiva a A o B a sostener sus posiciones no son las convicciones, sino razones instrumentales y no intrínsecas. Sólo buscaría diferenciarse del adversario.

De esta manera, busca la identificación en la negación, pero no en las convicciones. En el ejemplo: el grupo B se identifica a sí mismo por negación. Como B no puede ser confundido con A, entonces debe rechazar todo lo que dice A. Pero eso no basta en la discusión espiralada de los extremos: debe radicalizar su posición hasta la negación de los postulados de A. Lo que es peor, quizá deba hacerlo con independencia de su contenido y de sus propias opiniones.

En este punto, es indiferente cuál sea el contenido de cada posición. Otro ejemplo podría ser relevante. Imaginemos una propuesta de reforma laboral. Esa reforma está basada en un diagnóstico: la legislación vigente no incentiva la generación de empleo formal. La propuesta de un partido es una reforma moderada en sus postulados, pero flexibilizadora. Este “discurso de la moderación” será rechazado por insuficiente o por excesivamente flexibilizador. Es decir, A y B podrían estar de acuerdo en su rechazo, pero por razones distintas. Sus posiciones extremas brindan ese fundamento, para simplificar: será “corrida por izquierda y por derecha”.

Por eso, la moderación puede tener un efecto paradójico. Con independencia de otras cuestiones, puede ser parte de una estrategia electoral. Ante un electorado dividido, pero que no raya con los extremos, puede ser más eficaz, por ejemplo, moderar el discurso para estar en condiciones de captar más votos. Buscar la “ancha avenida del medio”.

La negación del otro

Ahora bien, en el último tiempo la moderación no es bien vista. Tiene mala prensa. Los candidatos más moderados perdieron ante los extremos. Podemos hacer un juego de palabras: la discusión extrema entre los extremos hizo que el más extremo triunfara sobre el menos extremo, aunque este ya era extremo para los no extremos.

Hasta aquí el intento de una reconstrucción. Este efecto de la moderación nos habla más del momento en que vivimos que de una paradoja en sí misma. Un momento en el que la deliberación y el debate asumen cada vez un lugar más pequeño en nuestra vida cotidiana.

Podríamos pensar que este escenario no es novedoso. Tulio Halperín Donghi, por ejemplo, sostuvo que el rasgo característico de la vida política argentina era la “recíproca denegación de la legitimidad de las fuerzas que en ella se enfrentan, agravada porque estas no coinciden ni aun en los criterios aplicables para reconocer esa legitimidad”. La novedad es que, aun cuando nuestras instituciones democráticas se han consolidado, parece que prolifera la negación del otro como sujeto político.

En este cuadro, la política pierde su lugar: la arena democrática. Un problema adicional emerge con fuerza: la generalización del desencanto y el hartazgo popular. Cuando las respuestas no lleguen, ¿sobre qué recaerá ese descontento? Más allá de que la demanda ciudadana parece reclamar un discurso extremo, cansada de tantos años de infantilización, denostar a la política sólo funciona a corto plazo.

En otro contexto, Eva Illouz recurre a una metáfora iluminadora: un gusano en la manzana, que pudre la fruta desde adentro, “invisible al ojo desnudo”. Ubicar la moderación en ese “no lugar”, como generadora de extremos, tiene un efecto similiar. Se trata del discurso que erosiona nuestra democracia, sin que nos demos cuenta. Debemos estar alertas porque, de lo contrario, cuando advirtamos sus efectos quizá sea demasiado tarde y, como con el gusano, toda nuestra fruta esté arruinada.

* Docente de Derecho Constitucional, UNC y UESiglo21

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