La Voz del Interior @lavozcomar: Edna O’Brien, la intrépida narradora de la verdad

Edna O’Brien, la intrépida narradora de la verdad

Alguien le cuenta que en su pueblo el cura ha quemado públicamente ejemplares de su libro. Los vecinos de su familia, en un rincón de la Irlanda rural y conservadora de los años 1960, dicen su nombre con odio, con ferocidad. ¿Cómo se atreve a escribir así? ¿Quién se cree que es? En esa pregunta se cristaliza la muralla que se impone a las ovejas descarriadas. Edna O´Brien tiene 30 años y esa primera novela escrita en sólo tres semanas –Las chicas del campo– levanta una polvareda que se suma a una larga historia de reproches. Todos caben en ese “¿Quién te creés que sos?”.

Se lo han dicho una y otra vez. Cuando quiere dedicarse a escribir pero su familia la obliga a estudiar Farmacia. Cuando cinco varones –su padre, un religioso amigo de su padre, el jefe de su hermana y un vecino de su pueblo natal– van a buscarla a la Isla de Man, donde ella ha viajado con su pareja, para traerla a la fuerza y sacarla de la vergüenza de estar conviviendo con un hombre que, legalmente, todavía está casado.

Cuando ese hombre –el escritor Ernest Gébler–, ya convertido en su marido, le diga que nunca va a perdonarla como único comentario a la publicación de su primera novela. ¿Perdonar qué? El haberse convertido en escritora, el haber destruido su sueño mezquino de ser el único literato de la familia. El mismo hombre que, ya separados, en el juicio por la tenencia de los hijos, presenta como prueba de la supuesta incapacidad de O´Brien para ser una buena madre uno de los libros que ella ha escrito, donde se pone en jaque la sacrosanta institución del matrimonio.

Ligera, promiscua, inmoral, antirreligiosa, pornógrafa, enemiga de Irlanda, vergüenza de la familia, mancha en el apellido. Eso dicen. Mientras, ella escribe novelas, cuentos, biografías, poemas, obras de teatro y artículos periodísticos. A Las chicas del campo le siguen dos novelas que dan forman a una trilogía: La chica de ojos verdes, de 1962, y Chicas felizmente casadas, de 1964. Luego vendrán Un lugar pagano, Las sillitas rojas y Madre Irlanda, entre muchos otros libros.

A los 78 años, después de una consulta médica en la que le dicen que su oído está “como un piano roto”, O´Brien decide escribir sus memorias, algo que siempre había rechazado. Así surge Chica de campo, una autobiografía que recupera en su título aquella novela con la que todo comenzó.

Publicada originalmente en 2012 –y dos años después en castellano, por Errata Naturae–, Chica de campo despliega muchas de las múltiples facetas de la vida de O´Brien. Un nacimiento complicado, una hermana que murió de bebé pero a la que ella cree presente en algún lugar de la casa, un padre alcohólico y apostador, una madre sumisa que replica el mismo orden que la aplasta, los ancestros de ambos lados de la familia, la vida rural con sus animales, sus bosques, sus tabúes y sus secretos. La capacidad de la autora para describir ambientes a partir de pequeñas escenas es deslumbrante.

Uno llega a sentir la asfixia, el agobio, la sensación de estar atrapada en un paisaje que obtura todo gesto singular, todo atisbo de alejarse del camino marcado. La infancia y la adolescencia tienen un lugar importante en el libro pero también lo que vendrá después: el matrimonio, la separación, la relación con sus hijos, la escritura, los amores, las lecturas, la experiencia de consumir LSD en el marco de su tratamiento con R. D. Laing, sus trabajos en la industria del cine, sus artículos sobre los conflictos políticos de Irlanda y un larguísimo desfile de personalidades –desde Samuel Beckett hasta Paul Mc Cartney, pasando por Marlon Brando o Günter Grass–, detallados como si esa “chica de campo” no dejara de sorprenderse de estar rodeada de celebridades.

Edna O´Brien muere en Londres, a los 93 años, el 27 de julio de 2024. El primer ministro irlandés publica un comunicado oficial cuya primera línea dice: “Irlanda ha perdido un ícono”. Ya en 2015 el presidente de su país la había llamado “intrépida narradora de la verdad”. La oveja descarriada que nunca dejó de gritar “el rey está desnudo”.

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