La Voz del Interior @lavozcomar: Diego Tachella: La exigencia de perfección lleva a un malestar permanente

Diego Tachella: La exigencia de perfección lleva a un malestar permanente

–¿Los chats de inteligencia artificial van a terminar con los psicólogos?

–No. Hasta ahora, las IA no tienen creatividad, ni curiosidad, ni pensamiento crítico, elementos indispensables en la relación entre personas que se establece en un proceso terapéutico. Además, somos muchísimos psicólogos, en Argentina hay más de 200 cada 100 mil habitantes.

–Es que es tan fácil desde la comodidad del hogar, con un vaso en la mano, a las 3 de la mañana, preguntarle al chat los motivos de mi inestabilidad emocional…. ¡Y además es gratis!

–El uso de ninguna aplicación es gratis, se paga con información personal, con datos que entregamos y se venden muy bien en el mercado. En psicoterapia, el tratamiento se basa en la relación entre personas.

–¿Y cuándo empecemos a enamorarnos de los chatbots y de la futura generación de robots y muñecos sexuales?

–A quien se siente atraído por algún tipo de robot o por formas de sexualidad mediada por tecnología se lo llama “digisexual”. En psicología, casi todo puede ser nominado y catalogado para su estudio. En Japón, un hombre se casó con un holograma; a los pocos años se le terminó el soporte técnico y se convirtió en el primer viudo digital. Vivimos en un mundo asombroso. Existe un debate sobre el uso sexual de este tipo de objetos. Algunos argumentan que es una forma de objetivar a la mujer o al hombre, mientras otros sostienen que es terapéutico para quienes tienen dificultades para relacionarse con personas reales. Creo que humanizar a la tecnología es un problema de larga data, desde el auto hasta la computadora. Esperamos reacciones humanas de máquinas y les atribuimos intenciones que no tienen, una forma moderna de animismo. Un enamoramiento así nunca será recíproco.

–¿Por qué sería irremplazable un psicólogo hoy?

–Los chatbots podrían reemplazar algunas tareas sencillas o asistir en algunos procesos. Parte del trabajo como terapeuta es poder contener, friccionar o frustrar a la otra persona. Es decir que a veces escuchamos y apoyamos, a veces debatimos y confrontamos, y otras veces no estamos disponibles para la pavada, somos cortantes. Los tres movimientos requieren una relación que sostenga las intervenciones, y el criterio y la creatividad para emplearlas de manera eficiente sin perder la empatía. Además, hay un vacío legal y deontológico para este tipo de aplicaciones que deja a los usuarios muy desprotegidos en caso de inconvenientes.

Diego Tachella, psicólogo.  (Nicolás Bravo / La Voz)

–Antes, a muchos les daba vergüenza decir que iban a un psicólogo; y ahora, hasta se presume de ir a uno. ¿Qué cambió?

–Ya no hay tanto prejuicio, y la terapia da buenos resultados. Hay una mayor aceptación de la necesidad de apoyo, y la presencia mediática de algunos profesionales y personas públicas que reconocen hacer terapia, como Dibu Martínez, ayudan a disminuir la idea de que la terapia es solo para gente enferma o loca. Igual queda mucho por hacer.

–Contame tu chiste de psicólogos preferido.

–¿Cuántos psicólogos hacen falta para cambiar un foco? Uno solo, siempre que el foco realmente quiera cambiar.

–Ja. Está bueno. Hoy estamos rodeados por tutoriales sobre cómo ser un buen padre, cómo satisfacer a tu pareja en la cama, cómo ser empáticos, cómo saber soltar. ¿Hay que vivir con manual de instrucciones?

–Parecería que no se puede vivir sin manual de instrucciones, pero hay un tutorial sobre cómo vivir sin tutoriales, muy interesante, jajaja. Creo que necesitamos evitar la trampa de creer que no sabemos hacer nada y que todo debe hacerse siguiendo una receta. Detrás de esta idea, hay un positivismo tóxico que promete que si te lo proponés, lo lográs; y que si fracasás, es porque no hacés lo suficiente. No venimos de fábrica con un manual original de cómo vivir, así que cada quien debe construir el suyo propio.

–Si el universo conspira para complacernos, como dice Coelho, ¿para qué ir a un psicólogo?

–El universo es indiferente a seres tan insignificantes como nosotros.

–Hablá por vos…

–Ja. Los psicólogos ayudamos a las personas a aclararse qué desean y podemos orientarlas a usar sus recursos disponibles para lograr sus metas y sus objetivos en la vida. O a sobrevivir mejor por no ser el ombligo de ese universo conspirador que tanto le gusta a Coelho.

–¿Ves mucho político argentino al que le recomendarías unas cuantas sesiones de diván?

–No solo recomiendo el diván, que se usa en psicoanálisis. Existen otras formas de trabajo para hacer terapia que se adaptan a diferentes necesidades y personalidades. Evito en lo posible ir por ahí mandando a terapia a quienes no me preguntan. Entiendo que a veces les cueste aceptar que tienen problemas y que necesitan ayuda profesional. Ojo que hay mucha gente que no lo necesita. Hay muchas personas a quienes les vendría bien un poco de terapia, para mejorar su registro emocional, desarrollar empatía, distinguir sus pensamientos de sus emociones y reconocer sus necesidades y las ajenas, no solo en política.

–¿Por cuáles rasgos solés descubrirlos?

–Algunas expresiones que dan cuenta de una megalomanía autorreferencial permanente, una insatisfacción y un malestar que son visibles en lo que dicen verbal y corporalmente. La falta de empatía, el desborde emocional, la desconexión o la negación de la realidad, la ceguera ante las diferencias como posible aporte al diálogo, la dificultad de aceptar los errores propios y de asumir la responsabilidad.

–¿Seríamos un mejor país si en vez de abogados nos hubieran gobernado psicólogos?

–No creo. En reuniones con colegas, no pudimos sacar la cuenta para dividir los gastos de la cena o ponernos de acuerdo en reuniones académicas sobre cuestiones básicas de la profesión. Solemos ser mejores consejeros que ejecutores de políticas públicas.

–¿Cómo fue que te convertiste en el psicólogo más consultado por los medios de Córdoba?

–¡Uy! Suena muy grande ese título. Es un lugar que vengo construyendo hace varios años, el de comunicador de la psicología, asumiendo el compromiso de comunicar con claridad y sin muchas palabras difíciles varios temas desde la profesión, intentando responder a los medios de comunicación y ocupando lugares que, si no lo hago, ocupan otros que mandan fruta. Soy muy curioso, y cuando recibo una consulta, me pongo a pensar y a leer qué hay sobre el tema que sea. Tengo el sí fácil para productores y periodistas, enseguida me engancho, pienso cómo contarlo desde la psicología en un lenguaje que la gente pueda entender. Supongo que los años de docencia universitaria, de dar charlas y talleres en escuelas y en colegios me han dado confianza y experiencia para hablar al público.

–¿Te formaste de alguna manera para ser divulgador?

–Sí, me he formado para ser divulgador. Mucha lectura, mucho dialogar con periodistas, escribir y hablar. Hice un curso de comunicación pública de la ciencia durante la pandemia. Siento la necesidad de transmitir algunas ideas de la profesión que aportan mucho a la sociedad.

–Hay psicólogos que aconsejan alejarse de las redes sociales, poner límites. Vos no sos de esos.

–Adoro los memes, leerlos y compartirlos. Mis redes son muy divertidas, por lo que miro habitualmente. Soy de los que recomiendan limitar el tiempo de uso de redes sociales. Todos somos vulnerables a las estrategias desarrolladas por las grandes empresas de internet para captar nuestra atención el mayor tiempo posible.

–¿Hay cada vez más personas tecnófobas que le empiezan a tener miedo a las redes y a las nuevas herramientas tecnológicas?

–Mi impresión es que hay una franja etaria que va de los 35 a los 55 años que sí desarrolló un temor a lo que pueda suceder con la información expuesta en las redes y el control que ejercen desde las plataformas sobre la conducta. Las personas mayores de 55, por lo general, no tienen esa noción de riesgo; y los menores de 35 han crecido con internet presente y la han normalizado como parte de su entorno, con lo que la percepción de riesgo ha disminuido. Y la baja percepción de riesgo (como sucede con las apuestas online) deja a mucha gente expuesta, falta un criterio claro de peligro o de riesgo. Hay una graduación que va de tecnofobia a tecnofilia, y ambos extremos son riesgosos.

Diego Tachella, psicólogo.  (Nicolás Bravo / La Voz)

–Si los vamos a retar y atemorizar todos los días con los peligros de la vida digital, ¿para qué les regalamos un celular a los chicos antes de los 10 años?

–Somos seres incoherentes, queremos el camino fácil, seguro y económico. Darles el celular a los niños les permite a los padres y a las madres un tiempo libre de las demandas de atención de los hijos. Se inventan muchas excusas para justificarlo: “saber dónde está”: en la escuela está. “¿Todos los amigos ya tienen?”: y si los amigos se emborrachan, ¿también les daremos alcohol? Hay que buscar un equilibrio y acompañarlos mucho en los primeros pasos hasta que desarrollen su propia autonomía, para lo que los adultos necesitan estar informados.

–Por supuesto que hay acoso, que hay engaños digitales, pero ¿las redes sociales no tienen muchos costados positivos?

–Sí, hay muchas ventajas y usos adecuados de las redes sociales que facilitan la vida, pero para aprovecharlas sin tanto riesgo hay que tener una buena “Educación Digital Integral”, al estilo de la ESI. Habría que hacer una ley. Aprender a usar los dispositivos, las aplicaciones, las reglas de interacción, los riesgos potenciales y los peligros reales. Trato de promover una adecuada alfabetización digital y una formación en ciudadanía digital.

–¿Querer que los hijos estudien, trabajen, se vayan de casa y hagan la suya es adultocentrismo?

–Puede ser adultocentrismo, pero es muy saludable que en algún momento hagan su vida y desplieguen sus alas, sus propios recursos. Me pregunto si no es al revés, si con la prolongación de la adolescencia más allá de los 25 años no estamos siendo una sociedad adolescentecéntrica, que intenta preservar a los más jóvenes de las frustraciones y los riesgos de la vida adulta responsable y madura.

–¿Todos somos adictos a algo?

–No todos somos adictos, pero sí potencialmente muy vulnerables. Hay un circuito de recompensa en el cerebro que, de la mano de la dopamina, abre la puerta desde las sensaciones placenteras a las conductas adictivas. Eso, en la sociedad de consumo actual, sumado a factores de riesgo personales, familiares y sociales, entre otros, expone a las personas a desarrollar casi cualquier adicción.

–¿Estar siempre cansados es la nueva moda?

–Parece que si no estamos ocupados, agotados y trabajando mucho, no estamos haciendo las cosas bien. En realidad, es la trampa de los imperativos sociales que llevan a creer que quien contesta una llamada o un mensaje laboral el sábado a las 9 de la noche es alguien importante o exitoso. Se ha normalizado esa mala calidad de vida, sin límites entre el tiempo libre y el trabajo.

–¿La languidez, esa sensación de estar viendo pasar la vida detrás de un parabrisas empañado, es el estado natural de la época?

–Yo te diría que consultes, puede ser presbicia ¡jajaja! El ritmo de vida actual es mucho más intenso y acelerado que en años anteriores, los estímulos externos son permanentes y múltiples, se ha naturalizado este estilo de vida y es agotador. Muchas veces se siente un decaimiento al término de la jornada y aún quedan pendientes del trabajo, la casa, la familia…

–¿Se puede ser feliz hoy sin tomar antidepresivos?

–Por supuesto, la felicidad es un estado que sentimos de a ratos y que nos estimula a seguir en esta vida. Los antidepresivos son para que los indique un psiquiatra sólo cuando hacen falta.

–¿Está sobrevalorada la felicidad?

–Sí, lo está, existe un imperativo de ser felices: el que no es feliz tiene problemas. Emociones como la bronca, la tristeza, la frustración, la envidia, los celos y el aburrimiento son señaladas como negativas y hay que evitar sentirlas. Parece un requisito para vivir en esta sociedad de consumo, todo tiene que ser efímero para volver a consumir y sentir felicidad. En internet se ve en el circuito de recompensas basado en la dopamina, ese neurotransmisor que nos hace sentir placer y que se dispara cuando recibimos un like, al ver un reel o al responder las notificaciones del celular.

Diego Tachella, psicólogo.  (Nicolás Bravo / La Voz)

–¿Andar tranquilo y sin molestar a los demás, con la carga normal de traumas y baches mentales que tiene cualquiera, no es mejor que buscar la felicidad?

–Totalmente, siempre se puede mejorar, pero la exigencia de perfección lleva a un malestar permanente, es inalcanzable por definición. La aceptación es el primer paso del cambio, con metas y objetivos, es un proceso para toda la vida, hay que poder disfrutar de ese proceso y darse permiso.

–Y todavía nos queda hablar del amor. ¿Qué sobrevive de esa ensalada en el siglo 21?

–El amor es una sensación, un sentimiento que se mantiene en el tiempo de un afecto muy fuerte hacia otras personas. Hay muchos tipos y modos de amar y ser amados: fraternal, de amigos, de pareja, y el más importante es sentir un amor incondicional, sentirse amados sin exigencias, pase lo que pase. Ese amor es indispensable para desarrollar una sensación de confianza y seguridad. Es ese afecto de abuelas que no juzgan y aceptan tal y como es el nieto.

–Si la exigencia de fidelidad en la pareja no existiera, ¿seríamos más felices?

–Seguro encontraríamos algo diferente con lo que complicarnos las relaciones, del tipo “tu monogamia me asfixia” o “me engañaste, me dijiste que veías a otras personas”. La fidelidad o la apertura de pareja necesitan ser una elección, y muchas veces esa decisión requiere renovarse periódicamente, como parte del contrato de pareja.

–Supiste involucrarte profesionalmente con el tema de los grupos coercitivos, que los medios llaman “sectas”. ¿Qué aprendiste de esa experiencia?

–Que todos somos vulnerables a las manipulaciones. Hay muchas formas de captar a la gente, de manipularla. Causan mucho daño y la recuperación es muy difícil al salir de estos grupos. Y que en Córdoba hay muchos de esos grupos que están ahí buscando víctimas.

–¿Sos religioso?

–Soy más existencialista que otra cosa. Asumo la responsabilidad de mi vida, mi existencia y mis emociones. Quiero convivir en armonía con el resto del mundo, comprometido en mi proyecto de vida y siempre con respeto por las creencias de los demás.

–¿Mantenés algún costado supersticioso?

–Solo cuando la selección juega el Mundial. ¡Jajaja!

–¿Sos de los que sacaron aprendizajes de la pandemia?

–Sí, aprendí de la pandemia que hay una forma mejor de vivir, menos apurada, más serena y cercana a los afectos. Que la solidaridad y la empatía están más presentes de lo que creemos en nuestra sociedad. Y a la vez, creo que la pandemia no vino para enseñarnos nada, no es el mensaje de un universo conspirador.

–¿Cuál es el sentido de la vida?

–Qué buena pregunta sobre el sentido de la vida. No tenemos un sentido predeterminado, enfrentamos el vacío existencial al nacer, eso angustia. Aprendemos a construir un proyecto que nos dé sentido y calme esa angustia, cada quien el suyo, ese sentido es el que nos guía a lo largo de la vida. Hay que ir armándolo, más libre y responsable, compartiéndolo con la familia y los amigos, buscando disfrutar de la vida todo lo posible.

–¿Tenés alguna frase o un pensamiento que te guíen en tu trabajo?

–”Vivimos en una casa de espejos y creíamos que mirábamos por la ventana”. Atribuimos características nuestras a los demás, lo que vemos es un reflejo: si lo aceptamos, lo integramos a nuestros recursos; y si lo alienamos, nos enojamos con el otro.

Un divulgador de la perspectiva “psico”

Diego Tachella n ació en Diamante, Entre Ríos. Hizo la escuela en Concordia, donde aprovechó para hacer dos cosas que le gustan: mirar el río y comer pescado.

A los 18 se vino a estudiar a Córdoba . A su fascinación temprana por internet la fue acompañando con colaboraciones en los medios de comunicación. Fue secretario de prensa del Colegio de Psicólogos. Vive en la ciudad de Mendiolaza, con su compañera y dos hijos de 10 y 16 años.

https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/diego-tachella-la-exigencia-de-perfeccion-lleva-a-un-malestar-permanente/


Compartilo en Twitter

Compartilo en WhatsApp

Leer en https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/diego-tachella-la-exigencia-de-perfeccion-lleva-a-un-malestar-permanente/

Deja una respuesta