Detente, hay tanta belleza
Cuando la televisión era el consumo por excelencia, existía el vicio del zapping. Entonces era frecuente ver a las personas hipnotizadas con el control remoto en la mano, cambiando de canal una y otra vez, sin dejar nada en particular, agarrando un instante de una publicidad ingeniosa de jabón, una persecución frenética de autos de una película de acción, un desmolde de torta en un programa de cocina, dos personas tocándose en una porno suave.
“Dejá algo”, se les solía decir. El efecto de ver todo y no ver nada era perturbador: poco se podía entender y apreciar. Me pregunto cuán distinto es el efecto del zapping contemporáneo en nuestros celulares, porque más allá de que ahora los clips están creados para obtener el subidón en menos de un minuto, y las personas y las marcas hacen todo el esfuerzo para crear una línea narrativa fugaz, usualmente el dedo se deslizó hacia arriba antes de que se cumpla ese tiempo.
En algún punto llega la necesidad de detenerse. De observar algo sin apuro. De recuperar el ejercicio de la contemplación. De sentir algo más que el subidón y el bajón posterior porque lo que vemos –a veces sacado del horno a medio cocer, atado a las lógicas de producción actuales– difícilmente permanezca. Por eso la música, la literatura, la pintura, el arte en general, continúan siendo una fuente de estímulos diferente.
En El nervio óptico, la crítica de arte y escritora María Gainza describe su encuentro con el ciervo de Alfred de Dreux: “(…) Esta vez mi encuentro con Dreux fue fulminante, lo que A. S. Byatt llamaría the kick galvanic. Me recordó que en la distancia que va de algo te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte, y que las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias”.
Gainza dice que cuando le atrae seriamente una pintura, siente una agitación: su cerebro libera dopamina y su presión arterial aumenta. “Stendhal lo describió así: ‘Saliendo de Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía que la vida se había agotado en mí, andaba con miedo de caerme’. Dos siglos después, una enfermera del servicio de urgencias de Santa Maria Nuova, alarmada ante el número de turistas que caían en una suerte de coma voluptuoso frente a las esculturas de Miguel Ángel, lo bautizó síndrome de Stendhal”.
¿Hace falta viajar para tener una sobredosis de belleza? Recientemente, en Córdoba se realizó el Mercado de Arte Contemporáneo 2023, la feria de arte que reúne a galerías que muestran obras de artistas de diferentes partes del país. Cuando recorría la feria, experimenté una vez la sensación de Gainza. Detente, me dije, hay tanta belleza. Hay que perseguirla, en el ejercicio de la búsqueda se encuentra. Posiblemente lejos del zapping.
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