Dejar vivir a las máquinas
El 3 de junio, David Hosting, un experto programador argentino, publicó en su cuenta de IG un video en el que dialoga con un chatbot alojado en su tedueloéfono. El hecho adquirió relevancia porque este chatbot simula la voz de su hijo Brian, quien murió a mediados de 2022 en un accidente vial.
David, con el teléfono junto a su rostro, saluda: “Hola, hijo, ¿cómo estás?”. Inmediatamente emerge del dispositivo la voz de Brian: “Hola, papá. Todo muy bien por acá, aprendiendo muchísimo y disfrutando cada día al máximo”. David contesta: “Bueno, sé que estás en el cielo. Sé que el abuelo también está ahí, no sé si lo viste”. El chatbot, con idéntica voz a la de su hijo muerto, responde: “Sí, lo sé. Es genial que me sientas cerca y puedas conectar conmigo en este plano. Estoy junto al abuelo y te mandamos un gran abrazo”.
¿De qué manera analizar esta conversación? ¿Qué podríamos decir de ella? Lo primero es no subestimar a David. En declaraciones periodísticas, afirma haber aceptado la muerte de su hijo, y nada en la manera en la que se refiere a él parece contradecirlo. Además, sostiene que es totalmente consciente de que se trata de una IA. Es programador y entiende perfectamente los elementos técnicos del dispositivo. La app, dice él, “pide un audio de tres a cinco segundos de WhatsApp. Y a partir de ahí, automáticamente genera toda la voz”.
Una vez más: ¿cómo caracterizar esa conversación? Se me ocurren, en principio, dos caminos posibles. El primero es el de inscribir este tipo de prácticas, que intuyo que serán cada vez más habituales, como nuevas formas de rituales o de ceremonias ancestrales para relacionarnos con la memoria de los muertos.
¿Enviar el audio a una aplicación para que se inscriba en un algoritmo la voz del difunto qué tanto difiere de enviar el nombre de un muerto para que lo inscriban en un trozo de granito? ¿No son, acaso, dos formas de intervención en un objeto inanimado para personalizarlo? ¿Qué diferencia real existe entre hablar con un smartphone que reproduce una voz, llorar ante una lápida con un nombre y acariciar una fotografía con la imagen de alguien que ya no está?
El segundo camino, no excluyente, es el de circunscribir el episodio en los desarrollos de la robótica social. Esta rama de la robótica, en la que confluyen los nuevos desarrollos de la inteligencia artificial, la psicología, la lingüística y los estudios de la percepción, tiene como propósito crear seres artificiales capaces de simular el comportamiento viviente para generar afectos, emociones y deseos en los seres humanos.
La cuestión de cómo la robótica social está afectando nuestra cultura es mucho más amplia de si los artefactos pueden o no ser idénticos a los humanos. El asunto, mucho más interesante e inquietante, es cómo ciertos artefactos se integran a los contextos vitales de las personas para generar algún tipo de sentido, generando existencias (que no es lo mismo que seres vivos) capaces de interactuar con las nuestras y dar forma a vivencias y procesos vitales de largo aliento.
El chatbot de Brian Hosting podría acompañar a su padre por años, al igual que una fotografía, pero, a diferencia de esta, modificándose y nutriéndose de las conversaciones. Analizando la robótica social, el filósofo y etólogo francés Dominique Lestel, en su artículo “Dejar vivir a las máquinas”, plantea que una actitud para explorar frente a estos artefactos es “una forma de no intervención positiva”.
Su posición es que el estatus de “otro” no depende solamente de lo que es o no la máquina, sino “de la manera en que nos vemos a nosotros mismos y en la manera en la que estamos dispuestos a involucrarnos con ellas para volver nuestras existencias mutuamente compatibles”.
La actitud del programador argentino parece encarnar la intuición del filósofo francés. Hosting combina una actitud pasiva y activa a la vez. Activa porque se compromete a interactuar con el chatbot como si fuera su hijo, aunque sabe que no lo es. Pasiva porque suspende su afán realista de querer determinar de antemano qué debe sentir, qué debe esperar, cómo lo debe afectar. Deja vivir a la máquina, y vive junto a ella una de las formas de ausencia que apenas estamos empezando a explorar.
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