La Voz del Interior @lavozcomar: De Venezuela a la Argentina

De Venezuela a la Argentina

El populismo peronista en su versión kirchnerista tiene un origen común con el chavismo venezolano: pertenecen a la misma oleada histórica.

Si el concepto es hijo de la exageración, podríamos decir que el populismo K y el de Hugo Chávez se remontan a Deng Xiaoping, el líder político que transformó China tras la muerte de Mao. La concatenación de los hechos no es caprichosa, sino más bien constituye una secuencia muy clara, que es preciso tener en cuenta.

Deng fue quien sacudió la cultura socialista china a comienzos de los años 1990, cuando dijo que “enriquecerse es glorioso”. Antes de eso, ya había difundido la conocida frase que advertía que “no importa que el gato sea blanco o negro; lo importante es que cace ratones”, referida a que era preciso realizar las modificaciones necesarias a los fines de aumentar la producción, de cualquier manera.

Tasas chinas

Ya a fines de los años 1970, tras la desaparición de Mao, Deng estaba convencido de la necesidad de dar un giro hacia el capitalismo, la ganancia individual, y una cuota importante y decisiva de libertad comercial.

La necesidad de esta reorientación no fue advertida por la Unión Soviética, que se desplomó una década más tarde, en los años de Mijail Gorbachov, de un modo inopinado, sorpresivo.

Ese giro hacia la economía de mercado por parte de China fue lo que la puso entre las principales potencias mundiales e hizo crecer la demanda mundial de commodities y, en consecuencia, disparó los precios de estos.

Argentina y Venezuela fueron beneficiarios directos de las tasas chinas. La soja llegó a U$S 600 la tonelada y el barril de petróleo se disparó a U$S 150, con lo multiplicó por 10 su valor de comienzos del milenio.

Esa abundancia repentina generó la idea de que el gasto público podía expandirse en forma ilimitada y, de ese modo, seducir la voluntad popular mediante beneficios sociales que podrían permanecer en el tiempo en forma también ilimitada.

Ambos países perdieron una gran oportunidad de ordenar sus finanzas y construir sobre la base de ingresos extraordinarios que, como era harto previsible, no permanecerían a lo largo del tiempo.

Despilfarro y destrucción

Exhibir como mérito de la política económica propia lo que en realidad es producto de una circunstancia histórica efímera está en la esencia del populismo. El negocio es redondo: el despilfarro de recursos genera un aire de abundancia que resulta insostenible. Y esto convoca el voto popular que alimenta el poder y ratifica las supuestas excelencias de la economía vigente.

Luego, los precios de los productos exportables descienden y el esquema mágico muestra su fragilidad y su cuota de fantasía.

En este aspecto, los procesos de Argentina y de Venezuela han sido similares. La gran diferencia consiste en que en el caso del país caribeño el poder real descansa en las fuerzas armadas. Si no fuera así, Nicolás Maduro hubiera sido desplazado de un plumazo, ya que sin el poder militar resultaría impensable el descaro de dibujar los resultados electorales a voluntad, como ocurrió en los recientes comicios.

Sin recursos abundantes, el populismo carece de soluciones y sólo puede generar destrucción en la economía. Y con el tiempo, necesita de la fuerza para mantenerse en el poder. Sus antiguos y entusiastas votantes perciben crecientemente que se trata de una farsa, de una ilusión payasesca, y comienzan a negarle apoyo electoral.

Así ocurrió en la Argentina y así sucede en Venezuela. El Gobierno venezolano, otrora exitoso, necesita de las armas para sostenerse en el poder. Sobreviene la persecución de los opositores y la violencia para conservar los privilegios delictivos de una minoría de políticos y militares que se aferran al poder y a sus ventajas monetarias, pese al rechazo popular.

Será muy difícil que Maduro abandone el Gobierno si no hay una ruptura en las fuerzas armadas de Venezuela. El poder militar con una formalidad pretendidamente democrática es el esquema actual de las peores dictaduras de América latina. Cuba, Nicaragua y Venezuela lo ejercen, sin visos de cambio. ¿Alcanzará la presión internacional para disuadirlos? Es dudoso, pero aporta al aislamiento y a la asfixia, en búsqueda de una salida democrática.

La trampa populista

El populismo carece de un proyecto de crecimiento. Su concepción del gobierno y el poder supone siempre el despilfarro creciente de los recursos, en búsqueda del voto popular.

En el caso de la Argentina, su esperanza de retorno al poder está fincada en la reacción popular adversa al inevitable ajuste que sobreviene a los desmanes populistas. Pero esto es algo que, por el momento, no está sucediendo. La reducción del nivel de actividad y de los ingresos es soportada con estoicismo por los votantes de Milei. Esta es la gran novedad en la política argentina.

Un retorno populista al poder significaría la supresión del ominoso esfuerzo que estamos realizando y el regreso a un relajamiento de la disciplina fiscal, con el consecuente alivio transitorio.

El peronismo no muestra capacidad para reconsiderar las políticas que desembocaron en la crisis actual. Eso explica el predominio de Cristina Kirchner y la opacidad de cualquier sector justicialista que rechace el populismo dañino que ella encarna.

* Analista político

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