La Voz del Interior @lavozcomar: Dar la vida (literal) por el lector

Dar la vida (literal) por el lector

Lo que en un principio parece ser la mejor de las aventuras se puede convertir, en un abrir y cerrar de ojos, en una experiencia de terror.

Un viaje, sea de ocio, trabajo, educación, es una aventura en sí misma. Sin importar su propósito, siempre representa una oportunidad para explorar nuevos horizontes, expandir conocimientos y vivir experiencias enriquecedoras. El viajar es, sin dudas, un placer… hasta que las cosas no salen del todo bien.

Hace unos años, viajé a México en un fam press, fam trip o fam tour, una experiencia de familiarización para periodistas que suele organizar una empresa, un operador turístico, incluso instituciones o gobiernos. El objetivo, claro, es dar a conocer un destino, producto o servicio en particular, para que se escriban artículos o informes al respecto. La primera y más importante diferencia con unas vacaciones corrientes.

El fam trip incluye una variedad de actividades para que la experiencia sea relatada de manera única y personalizada. Y hay que embarcarse en eso, en la medida de lo posible y mientras el cuero (y el cuerpo) resista. Se entiende que es la mejor manera de transmitir la verdadera singularidad; en este caso, de un destino turístico.

Y me embarqué. ¿Acaso quedaba otra opción? El destino era Sayulita, en la Riviera Nayarit, uno de los mejores destinos del mundo para hacer surf. Bahía de Banderas está calificado, incluso, como el lugar perfecto para tomar clases.

Antes de subir a la tabla, me puse un casco y un arnés, y me tiré de una tirolesa de 13 líneas, dos kilómetros de extensión y más de 125 metros sobre el nivel del mar. El remate al final de ese viaje por el aire fue la degustación de tequila. Fueron varios; perdí la cuenta al cuarto, todos hechos de agave azul, el verdadero.

Envalentonada para enfrentar las olas

A esa altura de la mañana, con el estómago vacío de comida pero bien regado de tequila, mi predisposición para seguir participando de las actividades típicas era, de media, muy buena. La segunda y también relevante diferencia con unas corrientes vacaciones. No se puede decir que no; al menos, no es la idea. Los anfitriones preparan todo para que la estadía sea lo más completa posible; esperan que la vivencia sea bien palpable. Y allá fui.

Antes de enfrentar las olas, lo básico: una breve (pero productiva) clase de cómo usar la tabla, testear cómo el cuerpo se para sobre ella de manera innata, cómo entrar al mar, esperar la ola y enfrentarla, y luego la técnica correcta para surfear sobre ella. Muy sencillo, en la teoría. Nada difícil en la práctica. Y lo digo yo, que tengo menos deporte que una ojota.

Con la tabla bajo el brazo, cual una paradisíaca película en las que los protagonistas pasan sus días entre el sol, la playa y el mar, bordeamos las azules aguas hasta la zona donde estaban las mejores olas. De todo el grupo de periodistas, éramos apenas cinco los valientes.

Lo primero, adentrarse en el mar un largo trecho, remando (sí) contra la corriente, acostada sobre la tabla. Visualizar la ola –si es la más grande, mejor–, dar vuelta la tabla, posicionarse de espalda al oleaje, pararse y surfear. Todo eso en cuestión de segundos; tampoco es ajedrez. Como la mejor de las alumnas, seguí paso por paso a un ritmo adrenalínico. Dos veces me subí exitosamente a la tabla y surfeé hasta la orilla. Logré resistir de pie, no sé si como una experta. Y fui por la tercera. Pero… puede fallar.

Dar la vida por el lector

De eso se trata esto de cronicar, contar las cosas en primera persona. Hacer un relato detallado de lo que sucede, de lo que se experimenta. Empaparse de una situación real en su totalidad, ponerse en el lugar del otro, entender qué siente, qué le pasa, cómo vive. Eso incluye darlo todo (¿hasta la vida?), para que el lector, ahora también denominado “usuario”, se transporte a ese lugar y sienta que lo está viviendo en carne propia.

Yo estaba dando la vida por el lector. La expresión no es mía; la utiliza con frecuencia un colega, Sebastián Roggero, quien usa habitualmente otra célebre denominación, aún más interesante: “obrero del teclado”.

En ese tercer intento, antes de que pudiera girar la tabla, otra de las periodistas del grupo se paró antes de que llegara la ola y arrancó dispuesta a domarla. Yo todavía estaba remando contra ella. Y sucedió. Con su tabla fue derecho a mi cabeza. Quedé tirada sobre la tabla, así como iba, y fue la resaca del oleaje la que me arrastró hasta la orilla, todo en esa posición, inamovible a causa del dolor. El chichón en la sien derecha alcanzaba el tamaño de una ciruela grande. Capaz que el color también se asemejaba. Pero estaba de pie, estoica, como en la tabla las veces anteriores.

Mi primer viaje en ambulancia. Será para otra crónica. Casi tres horas en la cama del hospital, ingresada con bata. Tomografía y dos ecografías para reconfirmar el diagnóstico. Un cuestionario al azar y por momentos descabellado, que incluyó a River Plate y qué hacía en México en ese momento.

Nada importa más en un viaje, sobre todo si se trata de un fam press, que contar con una asistencia al viajero. La tercera y última gran diferencia con unas corrientes vacaciones. Más allá de contar con cobertura propia, los anfitriones se ocuparon hasta el último detalle para que saliera airosa de esa situación y pudiera seguir dando la vida por el lector.

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