Cuando la Universidad Nacional de Córdoba apenas tenía 346 estudiantes
Cuando La Voz del Interior lanzaba su primera edición en 1904, en Córdoba gobernaba José Manuel Álvarez, del Partido Autonomista Nacional (PAN); y en el país, Julio A. Roca. Habían pasado sólo 20 años desde la promulgación de la ley 1.420 de Educación Común, Gratuita y Obligatoria, que sería la piedra basal del sistema educativo nacional. Y habían transcurrido apenas ocho desde la sanción de la legislación educativa provincial.
En los albores del nuevo siglo, el sistema educativo centralizado por el Estado estaba en plena expansión, con una matrícula creciente y un conjunto de normas que abrían las puertas de la escuela a amplios sectores, a pesar de que la educación pública mantenía fuertes rasgos homogeneizadores y excluyentes.
“Para 1904, la provincia contaba ya con un conjunto de normativas, se había extendido el sistema de escuelas primarias en diferentes lugares del territorio, se daban pasos en la construcción de nuevos edificios y en la formación de docentes titulados”, explica Gabriela Lamelas, doctora en Ciencias de la Educación, investigadora y profesora de Historia de la Educación Argentina en la Escuela de Ciencias de la Educación, de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la UNC.
Gonzalo Gutiérrez, docente e investigador en el Centro de Investigaciones de la FFyH y director del proyecto “La configuración del sistema educativo cordobés en el período 1920-1974″, explica que por entonces las dificultades de la expansión de la educación primaria, en especial en las zonas rurales, era tema de debate y se sucedían fuertes discusiones en torno de la obligatoriedad de la enseñanza o no de la religión. Se hablaba de la precariedad de las condiciones edilicias y de la disponibilidad de recursos didácticos para enseñar, particularmente en el interior.
La educación secundaria era mínima y había una alta selectividad en el acceso a la Universidad Nacional de Córdoba.
Según el Monitor de la Educación, en 1904 en Córdoba había 58 jardines de infantes, unas 400 escuelas, mil maestros, 643 escuelas de aplicación, 132 estudiantes en escuelas normales, un 27% de analfabetismo y la UNC contaba con apenas 346 estudiantes distribuidos en tres carreras (Derecho y Ciencias Médicas, con el 95% de la matrícula), un curso de Farmacia y una Escuela de Parteras.
Leer, escribir y rezar
El alcance de la Ley Nacional de Educación Común, que fue una de las apuestas para modernizar el país, se limitó a la Capital Federal y a los territorios nacionales, aunque sus efectos sobre las legislaciones provinciales fueron claros. Gabriela Lamelas explica que, de acuerdo con la Constitución de 1853, cada provincia debía determinar su propia normativa.
En el caso de la provincia de Córdoba, la primera ley de educación (N° 1.426) se promulgó en 1896, 12 años después de la votación de la Ley 1.420. Córdoba fue la última provincia en tener una legislación escolar.
Lamelas apunta que la norma tuvo desde sus inicios un rasgo particular, que introducía la enseñanza de la religión católica en la primaria.
En este sentido, subraya que el punto más candente de la ley –discusión que se sostuvo durante gran parte del siglo 20– fue el carácter laico de la enseñanza.
En 1904, la educación común ofrecía un conjunto de contenidos mínimos para todas las escuelas, para ser enseñados al alumnado de todas las clases sociales. Los castigos corporales ya estaban prohibidos. La ley consideraba que las mujeres se encontraban en paridad con los varones, pero esto no significaba que todas estuvieran escolarizadas.
En la normativa, se establecía que el nivel primario era obligatorio y gratuito. Las escuelas estaban ordenadas por cursos o grados por edades, con tiempos en el aula y recreos, y el conocimiento estaba organizado en materias.
La mayoría de las escuelas eran “elementales”, muchas veces de personal único, que dictaban clases hasta tercer grado.
“Leer, escribir, contar y rezar son algunos de los saberes básicos que se fijaban para la escuela en las primeras décadas”, detalla Lamelas. Agrega que se enseñaba a leer con el silabario, con deletreo, en voz alta, siguiendo un ritmo colectivo. Se memorizaba el abecedario y, más tarde, la combinación en sílabas. Luego se pasaba a los primeros libros de lectura, entre ellos, el Catón Cristiano y los catecismos de la doctrina cristiana, “textos que venían de la época de la colonia”.
Gutiérrez explica que un decreto de 1916 establecía contenidos y ofrecía orientaciones para enseñar. Por ejemplo, la semana escolar era de lunes a viernes, con una carga diaria de seis horas reloj; se establecían días y horarios fijos para cada materia; se presentaban contenidos diferenciados por género (Labores, para niñas); los ejercicios de Intuición y Lenguaje, junto con lecturas morales, representaban más del 40% del tiempo de enseñanza en relación con la lectura y la escritura; aritmética y geometría ocupaban un 30% del tiempo total.
Lamelas plantea que no hay que olvidar que hacia 1870 la educación era una experiencia reservada para un sector muy minoritario de la población. Consigna que, según el Censo Nacional de 1869, en la provincia de Córdoba sólo el 8,3% de los niños en edad escolar recibían educación formal.
Para la primera década del siglo 20, dice, el presupuesto escolar era muy reducido; faltaban edificios, bancos y personal. Y la desigualdad entre las instituciones de la ciudad de Córdoba y del interior era muy grande. Indica, además, que el Censo de 1876 señalaba que en la Capital el 63,8% de los varones y el 66,5% de las mujeres sabían leer, mientras que en el departamento Ischilín, por caso, apenas superaban el 10%.
Un hito fue la creación de escuelas primarias fiscales, gracias a la ley Láinez, sancionada en 1905 con la intención de reducir el alto índice de analfabetismo en los lugares alejados de los centros urbanos.
Gutiérrez explica que estas instituciones eran laicas y con una escolaridad de cuatro años, a diferencia de las provinciales, que contaban con seis.
“Las escuelas nacionales llegaron especialmente al interior provincial, donde la Provincia no llegaba con su oferta educativa”, explica Gonzalo Gutiérrez.
Ya en 1913 se registraban 700 escuelas, de las cuales 91 eran nacionales.
Cómo era ser alumno
Gabriela Lamelas detalla que los reglamentos determinaban qué era ser alumno al iniciar, a los 6 años. Las normativas fijaban el estado físico y moral del niño; es decir, no debían tener síntomas de enfermedades “contagiosas o repugnantes”, y no debían haber sido expulsados de más de dos escuelas “por inmoralidad o carácter trastornador e incorregible”.
Entre sus deberes, se enumeraba asistir a horario, llevar trajes limpios, ir peinados, lavados; debían llevar sus objetos en una bolsa, tratar de usted y nombrar como “señor” a sus compañeros; levantar la mano si deseaban hablar; no levantarse del asiento sin autorización; ponerse de pie cuando una autoridad llegase a la escuela, y ocuparse por turnos del aseo de la escuela.
En las instituciones estatales provinciales, la población infantil provenía mayoritariamente de sectores desfavorecidos. Los niños de las familias acomodadas asistían a colegios particulares donde recibían una educación acorde al “ideario” religioso de sus padres, o a establecimientos laicos particulares, donde se garantizara su ingreso a la universidad.
Muchas escuelas particulares de congregaciones religiosas estaban destinadas a la educación de niños y de niñas huérfanos, indigentes, abandonados por sus familias o pupilos.
Rendimiento y docentes
Gabriela Lamelas cita un informe de la primera década del siglo 20 que indica que el 61,4% de los matriculados en las escuelas sabían leer y escribir. Casi no hay datos respecto de la repitencia o el abandono. “No parece haber sido una preocupación de los funcionarios en el período”, piensa la investigadora.
Durante las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo 20, el número de docentes se multiplicó a la par que las escuelas primarias, los grados y las secciones.
El censo de 1876 registró en la provincia 133 maestros, sobre un total de 70 escuelas. En poco más de 30 años, en 1908, el número de instituciones escolares creció a 530, y los maestros y las maestras se habían multiplicado por 10, refiere Lamelas.
Secundario para pocos
Gutiérrez explica que la expansión del acceso de estudiantes al secundario fue tardío respecto del crecimiento de la oferta educativa. Recién en la década de 1930 se observaría una evolución de la matrícula.
“La selectividad del nivel no se dio sólo por razones pedagógico-curriculares, sino también, y fundamentalmente, por ausencia de oferta educativa estatal en las dos primeras décadas del siglo 20 y por su concentración en zonas urbanas, especialmente de la capital de la provincia”, remarca el investigador.
En 1900, añade, asistían unos 750 estudiantes y el 42% de ellos concurrían a escuelas normales y a bachilleratos. El currículum tenía carácter humanista y selectivo.
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