La Voz del Interior @lavozcomar: Crítica de La gruta continua: el arte de filmar una estalactita como si fuera una escultura

Crítica de La gruta continua: el arte de filmar una estalactita como si fuera una escultura

A los espeleólogos no los mueve ninguna superstición. Su pasión por las cavidades de las grutas no reside en un posible valor de la piedra en bruto. Introducirse en los agujeros que llevan a observar y escuchar el interior de la Tierra promete un placer que no pasa por la acumulación de nada que no sea conocer algo más sobre el pasado de una región del planeta. Pero no se trata solamente de una cuestión que remita al pasado.

En las entrañas de la Tierra se puede encontrar agua, un bien que en el futuro será escaso. Sin embargo, abrir un hueco en la superficie del suelo para iniciar una expedición a cientos de metros bajo tierra no responde solamente a un interés científico. La pasión del espeleólogo es la que se constata en toda criatura consciente en sus primeros años de vida: siente el mundo como pregunta, es un todo visto como enigma multicolor y multiforme. La curiosidad es el movimiento preliminar de la inteligencia.

En La gruta continua, Julián D’Angiolillo honra la tradición del cine científico. Filma una estalactita como si se tratara de una escultura, presta atención al sonido de una cueva asignándole una dimensión musical y es capaz de prodigarle un hermoso primerísimo plano al invisible aliento de una gruta que se corrobora cuando el humo de un cigarrillo se desplaza en el aire imitando la caligrafía de un poeta persa.

Lo recién señalado es un indicio de los placeres que depara la película, que se circunscribe a seguir las actividades de un grupo de espeleólogos en Italia y Cuba, a darles voz a investigadores solitarios que han dedicado su vida a la materia y asimismo a revelar la importancia que ha tenido la espeleología en Cuba.

Alguien como Antonio Núñez Jiménez se devela como un Jacques-Yves Cousteau de las cuevas, la famosa bailarina cubana Alicia Alonso, como una secreta entusiasta de la materia. Hay más descubrimientos en el parsimonioso relato de D’Angiolillo, porque las cuevas no solo pueden reponer las primeras inscripciones de nuestros antepasados. Tanto en las cuevas de Italia como en las de Cuba, el siglo XX dejó sus huellas.

No es una sorpresa La gruta continua, porque en todo caso es la comprobación de una poética inscripta en un punto de partida que tiene el espacio como categoría esencial que organiza cada película del director. Puede ser La Salada como epicentro de una voluminosa economía marginal (Hacerme feriante) o la Panamericana y sus paredes como la inscripción de un texto político ilustrado por artistas pertenecientes a comunidades de la calle (Cuerpo de letra).

En esta ocasión, la ambición es mayor y expone geografías lejanas y modos de praxis científicas disímiles. El aprovechamiento de la diferencia es notorio, y lejos está de ser antojadizo, más allá de que otras cuevas y otras tradiciones permanecen fuera del alcance del retrato.

El cine de D’Angiolillo tiene eso que suele ser reconocible en las películas de Herzog o Van der Keuken, o de otros que han honrado la relación del cine con el asombro científico.

Una secuencia en tres dimensiones que simula una exploración de una cueva y el ubicuo concepto musical que parece seguir una partitura escrita por la propia geología son pruebas de ese encantamiento característico de las películas de los recién mencionados.

Es que la ciencia y la estética pueden ir juntas, como lo evidencia una proyección de un viejo archivo en el que Alonso baila y gira sobre sí desafiando la ingravidez sobre las rocas, en un improvisado cine de las catacumbas.

Ficha

La gruta continua

Muy buena

Argentina, 2023. Dirección y guion: Julián D’Angiolillo. Género: documental. Elenco: Alberto Cotti, Andrea Gobetti, Giovanni Badino, Claudio De Filippo y Ángel Graña. Música: Nicolás Varchausky. Fotografía: Julián D’Angiolillo. Producción: Lita Stantic Producciones. Duración: 85 minutos.

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