Cristina Loza: “Rodearse de gente es mi escondite para estar sola”
-¿Por qué tenés miedo a las personas calladas?
-Los pensamientos ajenos son más ajenos en los silenciosos. Hay cierta avaricia en ese acto de guardarse las palabras.
-Las enredaderas ¿ya terminaron de comerse tu casa en barrio Los Plátanos?
-Sueño que eso va a suceder un día. Sería una exquisita manera de desaparecer.
-Los escritores suelen ser bichos solitarios, pero vos vivís rodeada de un montón de gente.
-Concuerdo con lo de solitario. Aunque hay mucho bicho suelto. Estar rodeada de gente es el mejor escondite para estar sola.
-En tu primer libro, “Malasangre”, te batiste a duelo con los recuerdos de tu familia.
-Creo que lo que se guarda mucho tiempo se pudre o se pone rancio. Había que “orear”, como se dice en el norte.
-¿Qué seguís teniendo de esa niña que creció en el campo del norte cordobés?
-Esa niña vive en mí. Sólo tengo que salir a la ruta 9 norte y el corazón tiene un latido extra. Me provoca una alegría desaforada, que me permito y disfruto cada vez que vuelvo a ese paisaje.
-De esa infancia ¿qué añorás más y qué te alegrás de haber perdido?
-Todos, de algún modo, somos niños interrumpidos. Añoro la oscuridad del cine en la siesta del domingo, y el perfil de mi abuelo esloveno, iluminado por la luz de la pantalla, viendo una película de vaqueros. Me alegro de haber perdido el miedo. Ahora conozco la diferencia entre una sombra y un monstruo.
-¿Cómo fue ser nieta de un caudillo político?
-Difícil. Sobre todo cuando a papá se le ocurrió hacerse peronista. Mi abuelo era demócrata conservador. Lutero, un poroto al lado de ese cisma.
-¿Qué te quedó de haber sido parte de una familia politizada?
-Una alergia que se agudiza en tiempos electorales. Cuando conocés el final del truco ya no te atraen los circos.
-Diste una charla TeDx hablando del suicidio de tu abuelo.
-Mi abuelo eligió la pólvora para irse, un final lógico dada su pasión por las películas del lejano oeste. Fue triste y terrible. Desdramatizarlo y darlo a los demás como ofrenda lo hizo amable. Y me acercó a otros que atravesaban esa situación. Me desvela la mínima posibilidad de llegar antes del desastre.
-¿Cómo te diste cuenta de que ibas a ser escritora?
-Percibir el mundo y pasarlo a palabras estuvo siempre en mí. Aproveché para darme cuenta en un paréntesis de mi vida, en que no tuve que elegir entre la pluma o el tenedor.
-¿Y cómo llevaste la fama que te llegó con tu segundo libro, “El revés de las lágrimas”?
-Con gratitud hacia los dioses caprichosos, y con cierta presuntuosa alegría, que de vez en cuando reverbera.
-¿Por qué ha tenido tanto auge la novela histórica en estas últimas décadas en Argentina?
-La historia novelada es una manera de tamizar el horror y la tragedia que atravesaron nuestra biografía. Darle carnadura -sobre todo en lides amatorias- a las figuritas del Billiken o a los personajes más cercanos es otra cara de la ficción. Al final, cada uno la lee como quiere. El pensamiento mágico es una maldita bendición.
-¿Seguimos mirando atrás para saber quién diablos somos?
-Siempre me causó pena la mujer de Lot. Mi papá decía que atrás, como en los incendios, solo hay pasto quemado. ¿ Y si somos el diablo?
-¿Cuándo se jodió Argentina?
-Cuando nos tragamos la manzana envenenada y empezamos a esperar el príncipe que nos despierte con un beso.Y seguimos besando sapos.
-¿A quién votaste en el balotaje?
-A quien me daba más curiosidad que asco ¿Por qué? Por aquello de buscar adrenalina…
-¿Cómo haría una escritora para superar la grieta política?
-Igual que un albañil o un director de orquesta. Haciéndote amigo de lo inevitable.Y esquivando a los fanáticos.
-Milei te llama para pedirte consejo. ¿Qué le recomendarías?
-Hacerse amigo de lo inevitable.
-¿Cómo será recordada Cristina Fernández de Kirchner?
-¡Percibo cierto grado de hijoputez en la pregunta! No puedo adivinar el futuro. La memoria es caprichosa y acomodaticia.Y al decir de mi neurólogo: ¿cuál memoria, la de corto o la de largo plazo? Al final, sólo quedan unas brasas entre las cenizas.
-¿A quién admirás y por qué?
-A mi vecina, la Tita, traficante de gajos por encima de la tapia, que sigue plantando olivos a los 88 años. Ella, como mi fresno, me producen una intima alegría. Los dos tienen pájaros en la cabeza.
-¿Es cierto que en la pandemia colgabas un pañuelo rojo de la ventana para que tu vecina supiera que seguías viva?
-Es cierto. Un pañuelo rojo en el país del Mientras Tanto como señal de vida y de resistencia. Cualquier caballo te corre una cuadrera, pero una de más de mil metros…
-¿Qué aprendiste en la pandemia?
-Que la estupidez no tiene límites. Que un día podíamos ser lobos y otro día ovejas. Y parafraseando a Camus “Que no hay nada, o casi nada, a lo que el ser humano no termine por acostumbrarse”.
-Enviudaste tres veces. ¿Ya no le tenés miedo a nada?
-¡Al contrario, ahora me temo a mí misma!
-¿Cuál es tu propia definición de resiliencia?
-La que tiene la palabra misma: Plasticidad para el cambio sin perder la esencia. Seguir siendo yo no importa cuán fuerte sople el viento.
-¿Alguna vez caíste en depresión?
-Sí. Y es textual. Caer en un pozo muy profundo. Cavé en las paredes escalones de palabras. Que alguien dictaba. Así salí. Nadie lo hace solo.
-Creaste el taller El Club de la Cicatriz ¿para qué sirve?
-Para la gente rota. Como en el kingsugi, realzamos las cicatrices con el oro de nuestra escritura.
-¿La literatura puede sanar?
-La literatura es nido o trinchera. Escribir repara. Podemos reescribir nuestros recuerdos eligiendo la versión que duela menos.
-¿Qué significa que todos somos espejos?
-Los ojos del otro son nuestro espejo. En esa otredad está la información que nos permite conocernos.
-¿Para qué sirve la compasión?
-Para caminar con esos otros sin enjuiciar.
-¿Qué es más fuerte: el recuerdo, el rencor o la palabra?
-La palabra. La primera del niño o la última del que agoniza. ¿Qué dijo, me nombró, pidió por mi? El rencor puede disolverse con el tiempo o el perdón, y el recuerdo está tejido con palabras. Necesitamos nombrar. Cuando nacemos, nos ponen un nombre, para que alguien lo pronuncie. Somos gerundios que caminan.
-¿Así que reemplazaste el sexo por la adrenalina?
-Siempre. Incluso es más excitante. Una tirolesa en medio de la selva. Ver mi reflejo en el ojo de un mono o un cocodrilo. Ir a votar. El sexo está sobrevaluado.
-¿Cuál es tu ikigai, tu sentido de la vida?
-Ver las cabezas de mis talleristas inclinadas sobre los cuadernos donde se produce el milagro de conocerse. Es mi epifanía.
-Creés en Dios. ¿Dónde lo ves?
-Yo no creo en Dios. Pero él sabe que lo extraño. He creído verlo en un atardecer sobre el mar, pero puede haber sido un espejismo.
-Me contaron una maldad tuya: a un personaje, al que sodomizan en una de tus novelas, le pusiste el nombre de un escritor machirulo que no soportabas.
-Es verdad, no me enorgullezco. Fue un mezquino lujo que me dio la impunidad de la escritura. Peroreconozco que lo disfruté al escribirlo.
-¿La juventud está sobrevalorada?
-Creo que sí, en tanto se quiere extenderla más allá de todo límite razonable. Envejecer es un arte y un privilegio. Hay que saber habitar las horas de la vejez.
-¿Una noche ideal?
-Baño de espuma, perfume, camisón de seda… una buena película o un libro, ¡chocolate y ron guatemalteco!
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