La Voz del Interior @lavozcomar: Crianza y vida adulta: una desconexión que debemos reparar

Crianza y vida adulta: una desconexión que debemos reparar

Mientras busco con quién dejar a mis hijos para ir a un curso, pienso qué lindo sería que tengamos finalmente espacios de niñez incluidos en todos los ámbitos de socialización de los adultos: en el trabajo, en los de educación, hasta en los comercios, para que podamos seguir siendo parte de la vida “pública”. No para que ellos cumplan nuestro rol, sino para poder seguir participando de actividades de las que, a veces, nos autoexcluimos por no tener con quién dejarlos o simplemente por no querer estar tanto tiempo lejos de ellos.

Con esto no me refiero a desvincularnos de nuestro rol como padres y madres, sino a evitar que esta elección nos deje fuera de otros espacios que se vuelven incompatibles con la crianza. Cuando el cuidado alternativo se complica, la única opción parece ser correrse, ausentarse, excluyéndose de oportunidades profesionales, educativas y hasta recreativas.

Quienes mapaternamos debemos dejar a nuestros hijos para ir a trabajar, hacer ejercicio, capacitarnos, participar en organizaciones o incluso asistir a charlas aun cuando estas sean sobre género y niñez. Somos mirados con atención cuando entramos en un comercio o en un restaurante. La coexistencia del mundo adulto y el del niño parece a veces muy lejana.

En Argentina, hay más de seis millones de niños y niñas, que representan aproximadamente el 9% de la población. Y hay otro tanto de adultos a cargo de ellos. Sin embargo, todo parece estar diseñado como si no existieran: las políticas públicas y los espacios laborales, académicos y recreativos raramente los contemplan. Como si el único lugar para ellos fueran las escuelas, plazas y clubes, y nunca los espacios donde se desarrolla la vida adulta. La opción única parece ser turnarse entre adultos para el cuidado de los más chicos: en la pareja, con niñera, con abuelas, con los vecinos; pocas veces, la integración.

El trabajo de cuidado, que recae mayormente en las mujeres, se estima en un 75% en Argentina, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Las mujeres dedican en promedio 6,4 horas diarias a tareas de cuidado no remuneradas, mientras que los hombres sólo 3,4 horas, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec. Esta disparidad no sólo impacta en el acceso a empleos remunerados, sino también en la posibilidad de seguir educándonos, de participar en la vida comunitaria y en actividades que implican una mejora en nuestra salud.

La disociación entre vida adulta y niñez no hace más que perpetuar un sistema que los invisibiliza y que sigue dejando a las familias, en especial a las mujeres, frente a un dilema constante. Si realmente queremos una sociedad inclusiva y equitativa, es urgente que replanteemos cómo integramos a la niñez en todos los ámbitos de la vida.

Nos acordamos de los niños y niñas cuando nos enteramos de vulneraciones a sus derechos; nos espantamos, reclamamos al Estado y luego seguimos con nuestras rutinas. Pero a veces el tema está más cerca de lo que creemos. Un ejemplo claro: si entrás a una farmacia con niños, todos los ojos se concentran en que no toquen nada. Una mesita con dos lápices y una hoja podrían ser una medida económica, eficaz e inclusiva, muy fácil de aplicar. Algunos incipientes lugares lo van haciendo: lo he visto en bares y cafés, museos y algún que otro espacio que pasa a ser de uso frecuente. A veces no se necesita una ley o un decreto: sólo necesitamos cambiar la mirada y poner herramientas simples a disposición.

Mientras tanto, vemos cómo la tasa de natalidad baja como por un tobogán en la Argentina. La crisis y el cambio cultural hicieron que los jóvenes posterguen cada vez más la paternidad. Intuyo que la mayor percepción de esa disociación de la que hablan estos párrafos tiene mucho que ver también con esta realidad.

La agenda de cuidados era hasta hace poco el gran tema que se debatiría en el feminismo y una de las principales demandas hacia la sociedad. En el ya cerrado Ministerio de las Mujeres de la Nación, se estaba conformando un mapa de los cuidados para comenzar a diseñar políticas públicas en el tema. Se logró reglamentar un viejo artículo de la Ley de Contrato de Trabajo que obliga a las empresas de más de 100 empleados a cubrir los gastos de cuidado de niños y niñas de hasta tres años.

Eso sigue vigente, pero la discusión parece que ocurrió en otra era. Ahora tenemos que volver a explicar lo ya discutido: la violencia de género, la diversidad sexual, en un gobierno que desconoce toda normativa nacional e internacional.

La crisis económica pone en jaque las tareas de cuidado y el posicionamiento del Gobierno nacional está lejísimo de querer percibirlo también. Si pensamos en contextos más vulnerables, la elección se vuelve más cruel: o trabajo más para vivir o cuido, o recargo a otras mujeres (abuelas, vecinas) o me retraigo del mercado.

Días atrás, el mismísimo ministro de justicia de la Nación, Mariano Cúneo Libarona, dijo en una exposición ante la comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados: “Nosotros rechazamos la diversidad de identidades sexuales que no se alinean con la biología. (Esos) son inventos subjetivos”. Quien mejor debería conocer y defender la legislación en nuestro país, se cargó en dos frases la Ley de Identidad de Género, la Ley de Matrimonio Igualitario, el Código Civil y Comercial y algunos tratados internacionales que Argentina suscribió.

En este contexto, es difícil esperar del Gobierno políticas públicas en torno de los cuidados. Pero ¿este discurso regresivo deviene en sí en un impedimento de seguir discutiendo otras agendas?

¿Será que mientras se defiende lo ya defendido y explica lo ya explicado podemos volver a enfocarnos en los avances pendientes?

Mientras la tormenta y las declaraciones provocativas intentan llevarse toda la atención, no sería malo comenzar a imaginar nuevamente otros escenarios, hablarlo en nuestro entorno y que los legisladores no dejen que el debate pierda calidad y vigencia.

Hoy me permito imaginar, por un minuto, un mundo donde niños y niñas sean parte de nuestra cotidianidad. Necesitamos dedicarles tiempo, poner a disposición nuestra energía y emocionalidad en una tarea que requiere de especialísima atención. Imagino un mundo en el que esa elección no esté separada y anclada sólo a un par de espacios sociales, sino integrada.

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