Corrupción preferencial
El caso de Andrés Vázquez –nuevo titular de la Dirección General Impositiva (DGI)– podría sonar a frustración en un país acostumbrado a las decepciones, pero que hace tiempo aprendió que una mala noticia solo es el preludio de otra peor.
Como lo es que el responsable de que los argentinos cumplamos con el fisco en tiempo y forma posee bienes sin declarar y actúa con un evidente nepotismo en uso de sus facultades funcionales.
En efecto, a poco de asumir el funcionario ha promovido a su pareja, María Eugenia Fanelli, y la puso al frente de la delegación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Caba), con un interesante salario, previo desplazamiento, que suena a exilio, del anterior responsable de esa área.
Todo esto sucede en momentos en que se anuncian fuertísimos recortes salariales en la ex-Afip e incluso reducción de la planta de personal, al tiempo que se difundía –con un raro y sospechoso sentido de la oportunidad– un listado de los empresarios que habrían sido protegidos por el organismo a efectos de que nadie pudiera hurgar en su situación impositiva durante las administraciones anteriores.
A estas alturas, alguien debería decirles a los encargados de fabricar los ya habituales carpetazos que a estas prendas de confección se les notan las costuras.
El caso de Vázquez interesa por razones que exceden lo circunstancial: porque su designación al frente del organismo recaudador implica la paradoja de darle un enorme poder a quien en 2013 fue investigado por poseer más de U$S 2 millones en propiedades sin declarar en Estados Unidos, situación que permanece sin que ello implique obstáculo alguno para que le ofrecieran el puesto que ocupa.
Por cierto, la investigación de marras, cerrada muy rápido, estuvo a cargo de Ariel Lijo, lo que se podría atribuir a una infausta casualidad, tal como su vinculación de larga data con el espía Jaime Stiuso.
Estas cosas nos ocurren cuando se motoriza un escándalo que huele a debate de peluquería sobre las dietas de los senadores y se despide a una funcionaria que osó vacacionar en el exterior, y mientras el vocero presidencial no encuentra anomalía alguna para comentar. Doble estándar o doble vara se denominó alguna vez a este tipo de actitudes.
Repetida hasta el cansancio, la estrategia de endilgar todo acto de corrupción al enemigo atraviesa a la política argentina sin formular distingos: se denuncia el latrocinio ajeno y se justifica el propio: si otros lo hacen, son corruptos; pero si se trata de amigos, es un simple error de interpretación.
Son los datos de estos tiempos difíciles en que la verdad se transa a precio de saldo en la feria del barrio como un producto más entre tantos de dudosa calidad y procedencia. Y más difíciles aun cuando la impavidez con la que estas cuestiones se reciben es celebrada por no pocos como una victoria más del relato sobre las críticas de los supuestos agoreros de siempre.
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