La Voz del Interior @lavozcomar: Cordobesas: Pabla, la sabionda del monte y de los yuyos serranos

Cordobesas: Pabla, la sabionda del monte y de los yuyos serranos

Con una bolsita de nailon en una mano y un bastón –que es apenas un retazo de una rama– sostenido con la otra, Pabla Olsina (82), la cordobesa que más sabe de plantas serranas, está lista para salir, una vez más, al monte.

De contextura pequeña, apenas si se despega un metro y medio del piso de tierra del patio, que barre con una escoba unos centímetros más baja que ella, con mango de caña atado a ramas de carqueja. “No levanta tierra, sólo las hojas”, compara respecto a una escoba convencional.

El cartel de “vivero medicinal” pegado en un poste nos indica cómo llegar. Los escalones desparejos llevan a su pequeña vivienda.

Protege su cabeza con un gorro de lana del que sale su cabello trenzado. No hace frío, pero en la parte alta del monte, adonde vamos, se sentirá un viento fresco. Y Pabla, por supuesto, lo sabe.

Desde hace 30 años habita este rincón en La Garganta, un barrio semirrural de Villa Ciudad Parque, encorsetado entre el monte y el lago Los Molinos.

El bosque nativo está muy cerquita de su casa. Para llegar hay que atravesar el barrio que fue uno de los cinco asentamientos que se levantaron para albergar a los obreros que construyeron el dique. Todos fueron demolidos al finalizar la obra, menos La Garganta. En la actualidad, residen unas 30 familias.

Pasamos por una hilera de casitas y un niño se asoma. “Negro, ¿querés venir?”, lo invita la mujer. Yamil (7) sale disparado a acompañar a su nona. Es uno de sus nietos. Pabla tuvo tres hijas y tres hijos, que “están desparramados” por la zona.

Con agilidad cruza entre los alambres de una tranquera y encabeza el paso por una senda apenas visible.

Ya no se anima a recolectar sola. Y ahí vamos, a aprender de su generosa sabiduría y a disfrutar de su compañía durante un rato de mañana de otoño.

A paso lento y firme, trepando entre piedras y con su sencillo bastón “todopoderoso”, que desplaza algunos yuyos para descubrir o redescubrir otros. “Todo lo verde sirve”, enseña, mirando la vegetación que no termina de explotar entre la sequía previa a la primavera.

Pabla, en su casa cerca del dique Los Molinos. (Nelson Torres)

Secretos del bosque

A cada paso se topa con algún arbusto y de ella brota su sabiduría inagotable. “Cada planta tiene su secreto”, desliza. Y marca a la ortiga, castigada por la poesía, pero valorada por sus propiedades medicinales. Con sus hojas espinosas ayuda a espantar los parásitos en forma de té, pero también a aliviar el reuma. “Nomás hay que aguantar la picazón cuando uno se frota”, admite. Y tiene alto valor nutritivo: “Se puede consumir también en torrejas”, agrega ella. Algunos restaurantes serranos ofrecen ya la ortiga en su platos.

Hay un tema que la preocupa: no haber encontrado alguien que continúe con su trabajo. Alguien a quien transmitir sus conocimientos y contagiar su amor por los yuyos medicinales. “Nadie se copa, nadie quiere ir al campo”, se desvela.

Al pasar señala el árbol de coco (el mismo que produce hongos comestibles) y el molle, un clásico serrano. Ambos –acota– tienen propiedades para curar problemas bronquiales.

“Esto sirve como antiinflamatorio y también para cuidar las hemorroides”, dispara cuando roza un duraznillo negro. “El moradillo sirve para sahumerios, por el incienso”, agrega.

Pabla cuenta que el espinillo, ya florido de amarillo, además de bello es un buen desinfectante y cicatrizante para heridas o cortaduras. Más allá, marca un arbustito del que extrajeron una marca comercial: el digestivo cachamai.

Unos pasos más y aparece la famosa contrayerba, que como infusión y mezclada con leche es un buen antídoto ante la ponzoña de víboras o insectos.

Muchos tienen nombre de mujer, como la marcela, usada para combatir el catarro. También están las tóxicas, como el clavillo. A todas las conoce Pabla.

“El bulbo de la planta mil hombres es analgésico, muy bueno para combatir el dolor de muelas con buches y lavajes para lastimaduras”, dice sobre una enredadera que trepa. Mientras, recoge una pequeña mata: “abono para el huerto”, avisa.

Junto a un nieto, con bastón y bolsa para

Cerca de la ciencia

“Cuando encuentro algo que no conozco, lo mando al laboratorio”, aclara.

Es que todavía el monte encierra muchos secretos y cuando localiza alguna especie de la que no conoce sus propiedades, la analizan a través de un vínculo que tiene con investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba desde hace años.

En un trabajo de cruce de saberes científicos con populares, realizado por la Facultad de Agronomía, fue consultada como fuente calificada y en más de una ocasión disertó en el campo académico. Publicaciones científicas sobre la medicina serrana la tienen como protagonista.

Más monte y menos farmacia

Mientras caminamos, revela que sus padres comenzaron a conocer de hierbas medicinales por un fin práctico: vivían en José de la Quintana, cerca de Alta Gracia, y ante la falta de farmacias o de médicos en las cercanías, acudían al monte por yuyos para aliviar dolencias.

“Mis viejos toda la vida se curaron con hierbas porque no tenían médico cerca, por eso trabajaban con hierbas de campo, para cualquier enfermedad”, recuerda. Tomó el legado de sus padres y se especializó con vocación y tesón.

Durante varios años trabajó en el dispensario municipal de Villas Ciudad de América, desparramando saberes.

Hasta años atrás se dedicaba a recolectar peperina, que guardaba en bolsas de arpillera hasta llevarlas a un quiosco en el dique, que se las compraba. Esa planta emblemática de las sierras ya casi no se encuentra en esta zona, por la extracción desmedida y descuidada. “Hay que sacar raleado y no lastimar la planta”, recomienda ella.

Mientras, los autos pasan por la turística ruta 5, que une Córdoba con el valle de Calamuchita, deslumbrados por el paisaje monopolizado por el lago Los Molinos, sin imaginar que a metros del asfalto se levanta un antiguo monte, adonde Pabla busca y encuentra.

Pabla, entre los cerros y el monte. (Nelson Torres.)

Vivero La Esperanza

Una década atrás, motivada por los investigadores que la consultan, Pabla abrió un pequeño vivero en su patio: lo llamó La Esperanza. No obstante, la pandemia y la falta de colaboración le pasó factura a un emprendimiento que necesita un empujón para revivir.

Tierra negra para rellenar canteros y algunos elementos para mejorar la estructura, por ejemplo. Le gustaría también armar un rincón de cactus.

Con sus 82, derrocha energía para revivir el espacio y para seguir descubriendo y enseñando los secretos del monte.

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