Cómo es “La maldición”, serie estreno en Paramount+: realidad aumentada
Ficción y documental no son términos disonantes para Nathan Fielder, que desde series como Nathan For You o El ensayo viene haciendo estallar las claves de lo que es real, verdadero o simulado. El comediante canadiense devenido showrunner y protagonista de sus creaciones une ahora fuerzas en La maldición con el no menos inquieto Bennie Safdie, director (junto a su hermano Josh) de filmes formidables como Diamantes en bruto y Good Time: viviendo al límite y actor de películas como Oppenheimer. Emma Stone remata el combo acaso como coartada para desprevenidos, conformando la pareja protagónica junto a Fielder.
Whitney y Asher Siegel son un flamante matrimonio de desarrollistas inmobiliarios recién llegado a Española, un poblado tranquilo de demografía nativa en el estado de Nuevo México, donde pretenden implementar la construcción de hogares ecológicos. De cerca y con cámaras los sigue el insidioso productor Dougie Schecter (Safdie), que está montando un programa con aires de reality llamado “Filantropía” en base a las maniobras negociadoras de los Siegel.
La incomodidad y lo inadecuado son las reglas marcianas de La maldición, que avanza con pulso impredecible entre retazos de drama íntimo, comedia incorrecta y experimento enfermizo. La dupla marital es capaz de cualquier cosa para cumplir sus propósitos, y no se cansa de pronunciar a cuatro vientos la palabra “comunidad” por más que sus intereses sean evidentemente egoístas y calculados; y Dougie no se queda atrás con su manipulación detrás de escena para que el espectáculo filantrópico luzca aumentado.
Lo interesante es que las cosas no salen como se esperan desde el principio, cuando una niña le arroja una maldición a Asher cuando este le pide que le devuelva el billete que le había ofrendado frente a cámara, y de allí el ominoso título de la serie.
Tampoco les será fácil a los Siegel convencer de su proyecto de gentrificación a un gobernador indígena o buscar atraer la publicidad de una influyente artista local, al mismo tiempo que padecen dificultades para ser padres y exhiben alguna que otra disfunción sexual.
Nadie es propiamente víctima o culpable en esta serie retorcidamente desplazada de lugar, espolvoreada de gags insólitos y escenas vacías que son reflejo de un mundo que ha perdido su naturalidad. ¿Quién podría de hecho juzgar a estos personajes cuando ya cualquier espectador se ha vuelto un productor de contenidos capcioso y desconfiado de la narración?
Mentiras verdaderas
Safdie y Fielder empezaron a entablar amistad cuando este último se mudó a Los Ángeles, pero Safdie ya había escrito un artículo elogioso sobre Nathan For You y se asumía fan del comediante. En una charla Fielder le contó a Safdie sobre una experiencia rara que había tenido, cuando una mujer le pidió plata en la calle y al no recibir nada de su parte lo miró fijo a los ojos y le dijo: “Te maldigo”. Amedrentado por esa reacción, Fielder fue al cajero más cercano y regresó sin demora a darle dinero a la mujer, que entonces levantó su maldición.
Safdie y Fielder pensaron en una serie que mantuviera todo el tiempo ese nivel de extrañeza, y la idea final llegó cuando Safdie se puso a ver programas sobre renovación de hogares en las salas de espera por donde acompañaba a su mujer embarazada. Algo en esos emprendimientos no lucía bien, las casas en pantalla empezaban a parecerse misteriosamente entre sí. Especialmente la curiosa frase “Si no te gusta tu barrio, transformalo”, que Safdie captó en una emisión, despertó su imaginación.
La maldición incluye luego una decisiva capa documental, en tanto el equipo viajó efectivamente a Española y Santa Fe en las proximidades de la frontera mejicana para rodar. El casting se realizó con gente del lugar, muchos de ellos no actores, y Fielder y Safdie reescribieron el guion de acuerdo a lo que iban aprendiendo en las entrevistas.
Por supuesto, el elenco actúa de manera consciente y dirigida y de esa forma los pliegues entre veracidad y artificio se vuelven a poner en cuestión otra vez. En definitiva, La maldición no hace sino actualizar un viejo dilema del realismo, el de que mientras más verdad se busque mayor será el artificio.
¿Sería entonces esa la “maldición”? ¿La creencia o sospecha permanente en torno a un conjuro, una mirada, una palabra, una imagen? “Sea cual sea la sensación, esa es la esencia de la serie en varios sentidos -le dijo Fielder a Indie Wire-. Los personajes proyectan cosas que pueden o no ser auténticas en quienes los rodean y todos en cierta forma están haciendo lo mismo con todos. Esa idea sobre qué es real o qué importa en una situación es en gran medida lo que la serie explora y revela. Porque es fácil decir: ‘Oh, esta persona es buena o mala” o ‘esto es real o es mentira’. Pero en muchas de estas situaciones la cuestión es mucho más compleja”.
Y concluye: “Estamos en una época en la que todo el mundo siente la presión de contar su historia y quiénes son, pero no todos son narradores. No todo el mundo es un cineasta, no todo el mundo es un escritor. Entonces la gente que no es la más habilidosa para este tipo de cosas, ¿cómo lo resuelven? ¿Cuál sería su versión real si no son capaces de ejecutar bien la tarea? ¿Es esa una versión falsa de ellos, o una honesta?”.
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