La Voz del Interior @lavozcomar: Comentario de “Hackney Diamonds”, el nuevo disco de los Rolling Stones: piedras de la gloria

Comentario de “Hackney Diamonds”, el nuevo disco de los Rolling Stones: piedras de la gloria

Con la edición de Hackney Diamonds, su primer disco con canciones inéditas desde 2005, habría que dejar de preguntarse “¿Qué deberían hacer los Rolling Stones a estas alturas?”

Es que, más que una inquietud, ese planteo operaba como una crítica velada a la incapacidad de la banda británica de salirse de la lógica “grandes éxitos – disco de relleno (si es que los publican) – gira global” para demostrar relevancia.

Ya está, ustedes lo querían, ahí lo tienen: Hackney Diamonds es siempre osado, más rabioso y sutil según el caso.

Suena lascivo y callejero. Sexy y desentendido de la condición de octogenarios (el cantante Mick Jagger ya lo es; el guitarrista adquirirá esa condición en el diciembre inminente) de sus máximos creadores.

Respeta una tradición de rock & blues negro expandido por blancos (los mismos Stones) y que, a lo largo de 60 años, dio cuenta de insatisfacción, necesidad de refugio ante un curso desquiciado del mundo, simpatía por el demonio, exilios en castillos franceses para no tributar a la corona, exotismo, androginia y hasta sintonía con el punk que los puso en discusión.

Hackney Diamonds tiene tanto apego a ese perfil, que permite instituirlo como el mejor disco de los Stones desde Steel Wheels (1989), el último que tuvo a Bill Wyman y Charlie Watts como base.

Aunque aquí aportan pero por separado, la inclusión de esos miembros originales ayuda a la certeza de que estamos ante algo realmente potente y sustancioso.

Por otro lado, esta obra saca a Jagger, Richards y Ron Wood (el núcleo tras el fallecimiento de Watts) de la zona de confort en la que se habían relajado junto al productor Don Was, responsable de la apenas respetable seguidilla de estudio Voodoo Lounge (1994), Bridges to Babylon (1997) y A Bigger Bang (2005).

Abono de marginalidad e insatisfacción

En Hackney Diamond, optimiza recursos Andrew Watt, al que los Stones llegaron por consejo de Paul McCartney.

Watt no subvirtió nada sino que expandió mucho. Trajo al presente la lógica de guitarras con cámara de Undercover (1983), lo que se vuelve indisimulable en el corte Angry, y la pulsión rítmica – tímbrica de Tattoo You (1981) que atropella en el funky Get Close. De hecho, con su saxo sudoroso y su percusión complementaria esta pieza remite al Slave de aquel disco.

Su letra abona marginalidad. En ella, un Jagger desacatado dice que negocia con el diablo y que quiere drogarse con vos. A los 80 años, sí.

Líneas de ese tipo pusieron de los pelos a algunos analistas del Primer Mundo, acaso porque su sueño húmedo sea oír a Mick cantando sobre cómo se relaciona con sus compañeras de geriátrico

Al menos por ahora, no lo verán en esa situación sino clamando por pastillas para irse a Brasil (como canta en Angry) o insistiendo que es “demasiado joven para morir y demasiado viejo para perder” en el baladón Depending On You.

Watt puso en primer plano a este Jagger ardoroso y desafiante del reloj biológico. Destaca sus imperativos (“¡Listen!” “¡Came on!”) y asordina todo para que se oiga bien cómo lo agita a Paul McCartney en Bite My Head Off. Esa pieza histórica, el vocalista se manifiesta como “un perro desatado” en busca de lo de siempre. De satisfacción, claro.

Con un solo de viola algo desquiciado en el medio, Whole Wide World es el que más se concentra en el concepto del título: los vidrios rotos que quedan en el asfalto de Hackney (distrito de Londres ayer pesado y hoy hipster) tras el robo a un auto estacionado son los diamantes en cuestión.

Vaya si sabremos de qué se trata eso en nuestra Córdoba hoy.

Como sea, en ese rockazo Jagger refiere a departamentos londinenses húmedos que mezclan los olores a sexo y a gas. Es la postal urbana que balancea el escape campestre que alucina Dreamy Skies, el tema folk del álbum. “Una maldita radio vieja es todo lo que tengo/ Simplemente pasa Hank Williams y algún mal honky-tonk”, se le oye a Mick allí.

Ron Wood, Mick Jagger y Keith Richards, el nuevo núcleo de los Stones. (Gentileza Mark Seliger)

Hay más funk & roll en Mess It Up y Live By The Sword, con sus respectivas certificaciones de que amantes ocasionales fueron “al lugar correcto en el momento equivocado”. Tampoco hay sosiego en el hermosísimo Driving Me Too Hard, en el que Jagger le espeta a ella que nunca sabrá adonde se dirige. “Puede ser Marruecos o un bar de la esquina”, se jacta.

Es tan arriba y suficiente Hackney Diamonds hasta ahí, que se permite entrar sublow a su recta final.

Entonces, Keith Richards aparece con su bella y ajada vulnerabilidad en Tell Me Straight para dejar el inquietante “¿Esta todo el futuro en el pasado?”; y Lady Gaga vuelve a avisar que le tira la máxima organicidad y pureza del blues en el devocional Sweet Sounds of Heaven.

El cierre rural de Rolling Stones Blues tiene olor a vuelta completa: Mick Jagger y Keith Richards interpretando la canción de Muddy Waters que le dio el nombre a este milagro. Por declaraciones recientes, no será lo último que leguen. Pero si esto no pasa, si no llega nada nuevo, esta versión es, por lo menos, una despedida gloriosa de la banda más longeva (y lo que el lector considere) de la historia.

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