Cinco años de la cuarentena: olvidos y aprendizajes
Han transcurrido apenas cinco años desde ese 20 de marzo en que se inició el aislamiento social preventivo obligatorio (Aspo), y ese breve lapso se vive entre nosotros como si hubiera sucedido en tiempos remotos y en otros mundos, pese a que sabemos que el olvido no cura nada.
Aquella cuarentena debió durar, en principio, 50 días, pero se alargó, con efectos colaterales de los que hoy no tomamos aún suficiente dimensión.
Preparar el sistema sanitario ante un enemigo mortífero cuyas armas no se conocían, mientras los nosocomios se saturaban, fue el objetivo indiscutible, que luego se distorsionó, al punto de favorecer a los movimientos antivacunas y la aparición de interesados desaforados que responsabilizaban de todo a ciclistas, periodistas, runners, etcétera.
Uno de los capítulos más complejos de ese momento fue la discusión acerca de las distintas marcas de vacunas y cuánto influyeron intereses no relacionados con lo sanitario para demorar su llegada al país. Todo ello sucedía mientras en algunas comunicaciones del Estado se infantilizaba a la población, y gobiernos provinciales ejercían en ocasiones un autoritarismo por el que nadie ha rendido cuentas.
Hoy las secuelas están a la vista: se abandonaron los programas de vacunación en los que nuestro país fue modelo para el mundo, se dejaron de tratar afecciones crónicas, se dejó de hacer prevención y se perdió casi un año de clases, un verdadero desatino dado el estado crítico de la educación argentina.
La cuarentena ejercida sin miramientos, sutilezas ni particularidades se descerrajó sobre todo y sobre todos, lo que produjo un enorme daño psicológico y económico.
Recrudecieron, por otra parte, el terraplanismo y el negacionismo científico, las visiones conspiranoicas que las redes multiplicaron, y militancias antivacunas. Y hoy se asiste a un consenso social desgastado, que podría dejarnos inermes ante la aparición de un nuevo fenómeno global como el Covid-19.
Lo más preocupante, sin embargo, es contemplar la decadencia de nuestro sistema de salud pública desfinanciado, la baja tasa de vacunación, los hospitales saturados, el éxodo de profesionales de la salud, el retorno de afecciones que se consideraban superadas y la falta de campañas de prevención.
Como ya se dijo, el olvido no cura nada. Por lo contrario, la mala memoria es una afección para la que no existe vacuna alguna.
Y si bien evocar aquellos meses de incertidumbre es doloroso para toda la sociedad, tanto la ciudadanía como los gobiernos haríamos bien en repasar errores, reconocer aciertos y sacar en limpio los aprendizajes que esa época nos dejó.
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