La Voz del Interior @lavozcomar: Chile hizo tronar el escarmiento por las diferencias entre ricos y pobres

Chile hizo tronar el escarmiento por las diferencias entre ricos y pobres

Chile acaba de dar hace pocas semanas un giro político categórico. El triunfo del izquierdista Gabriel Boric dejó en evidencia que la sociedad modélica construida durante las últimas cinco décadas está lejos de ostentar, a estas alturas, el formato deseado por la mayoría de los habitantes de ese país.

Gabriel Boric, el presidente electo de Chile

La élite gobernante tradicional, o si se prefiere un término menos severo, el “personal político clásico” que transita la ancha avenida chilena de la moderación, parece no haber satisfecho las expectativas de la sociedad civil, que decidió al final probar suerte con el extremo ideológico supuestamente dotado de una mayor sensibilidad social.

Si se tienen en cuenta algunos datos clave, el resultado electoral parece paradójico. Entre la década de 1990 y el año 2020, la pobreza en Chile llegó a caer a un 10 por ciento en términos unidimensionales (medida únicamente por nivel de ingresos). Si la pobreza es medida de forma multidimensional (según las condiciones generales de calidad de vida), ese indicador se ubicó entre 20 y 25 por ciento.

Los ingresos en el mismo período señalado también aumentaron con políticas de empleo y de apoyo dirigido a sectores menos favorecidos, que se desarrollaron en el marco de un fuerte proceso de crecimiento y de modernización de la estructura económica (aunque el cobre sigue aportando un peso decisivo). Según datos actualizados en 2018 por el Banco Mundial (BM), el PIB per capita chileno llegó a 15.923 dólares, sólo superado en Latinoamérica por Uruguay (17.278 dólares).

El factor desigualdad

Como todo país afectado por la pandemia, Chile también sufrió una fuerte retracción económica, aunque es uno de los países que evidencia más rápida recuperación. No está de más recordar, por cierto, que cuando ocurrió el estallido social de 2019, aún el Covid no aparecía en las agendas de nadie.

Entonces, si se trata de entender aquel episodio con todas sus secuelas y el desenlace electoral del pasado 19 de diciembre, la explicación hay que buscarla en otro parámetro: la desigualdad.

El índice de Gini elaborado por el BM, que mide la desigualdad de ingresos entre los habitantes de un país, alcanzó 46,60 para Chile en 2017 (última actualización disponible), lo que ubica a ese país en el décimo puesto en el ranking de desigualdad de Latinoamérica y en la posición número 25 en el ranking mundial (a la par de Camerún).

Para tener una mejor idea de lo que significan los datos anteriores, El Salvador, Uruguay, Haití y Argentina, según el ranking del índice de Gini, al lado de Chile son un edén: en ese orden, aparecen como los países menos desiguales de Latinoamérica y el Caribe.

Esta estadística, traducida desde otra perspectiva, significa que apenas el uno por ciento de los hogares chilenos de mayores ingresos acapara más de un 25 por ciento de la riqueza del país, mientras que el 50 por ciento de las familias más pobres se quedan con el 2,1 por ciento.

Sebastián Piñera, presidente de Chile. (DPA / Archivo)

Si los números duros resultan demasiado fríos, quizás sea útil rescatar el acto de sinceridad que el ahora presidente saliente Sebastián Piñera tuvo frente a un periodista de la BBC el 5 de noviembre de 2019:

Pese a que hemos reducido la desigualdad, Chile todavía es un país demasiado desigual. Con mucha razón, la gente tiene la percepción de que hay demasiados abusos.

Sebastián Piñera, presidente de Chile

A la luz de las últimas elecciones, tres décadas en manos de una dirigencia desperdigada sobriamente a la izquierda y a la derecha, pero siempre en las partes más altas o acomodadas de la pirámide social, fue suficiente tiempo para que la sociedad chilena esperara con ella un reparto menos desigual de la riqueza nacional.

En la medida en que la baja de la pobreza se estancó y la riqueza siguió acumulándose entre los sectores más altos, los sectores bajos y medios de la sociedad chilena se han percatado de la barrera infranqueable que los separa de los escalones superiores, en cuanto a ventajas y privilegios sociales, y ni hablar de una vida sin sobresaltos económicos.

En síntesis: los frutos del crecimiento no llegan a todos por igual, los sectores sociales menos favorecidos tienen la sensación de que están programados para un eterno ejercicio de endeudamiento y supervivencia; y si con esto no fuera suficiente para exasperar los ánimos, la voracidad y los abusos de la dirigencia tradicional y de los sectores más acomodados han aportado las gotas que faltaban para llenar el vaso.

En realidad, esa podría ser la radiografía social de cualquier país latinoamericano, incluida, sin lugar a dudas, la propia Argentina.

Cuando en marzo asuma Boric, se verá si Chile puede salir de esa lógica a través del camino elegido. En principio, el mayor desafío del treintañero forjado al calor de las movilizaciones estudiantiles será pasar del cómodo lugar de la protesta al difícil sillón de la toma de decisiones.

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