La Voz del Interior @lavozcomar: Carta a una niña única

Carta a una niña única

Mi querida Mimí, cuando naciste –con la primera nieve, hace años–, el mundo cambió como siempre cambia cuando nace un niño. Cada bebé es especial desde el primer segundo de vida. Y tenías todas las cualidades físicas esperadas. Los 10 deditos de las manos y los 10 deditos de los pies, tu pelo finito –como aún lo tienes– era perfecto y caía hasta tus ojos, que miraban con sorpresa el movimiento a tu alrededor.

Todavía tengo en mi escritorio tu primera foto, y verla me produce la misma ternura que entonces. La emoción del nacimiento pasó y comenzaron a hablar de vos. No hay nada que temer, pensé, y aun lo pienso. Eras –eres– un Milagro, como te imaginamos. Y eras, como lo sigues siendo hoy, simplemente perfecta.

Miradas diferentes

Tu sonrisa es perfecta, tus abrazos son perfectos, tienes la altura perfecta. A veces sentirás –te lo advierto– que los otros, los demás, quienes no te conocen, te miran diferente. Pero el problema está en sus miradas, no en tu esencia. Te repito: eres perfecta.

La gente, mi querida Milagro, siempre va a encontrar una pelusa, una pajita o una piedra en el ojo ajeno, aunque tenga una puerta en el propio. Siempre es más fácil descubrir imperfecciones en los demás que mirarse a sí mismos: que alguien es más lento, o más débil, o va más despacio porque tiene un andador, o demora en contestar porque no escucha y tiene audífonos, o porque no está atento y tiene problemas de atención, o porque no ve bien y usa anteojos.

Como ves, al mundo le sobran excusas para maltratar a otros. Sean grandes o chicos como vos. Es una lástima.

Mimí, no permitas que te saquen las ganas de hacer, y de ser como los demás. No permitas que te oculten porque no eres igual a los demás, porque estás en silla de ruedas o usas un aparato para moverte. No permitas que los mayores imaginen que no tienes las mismas habilidades de los otros niños.

Trabajar duro

¿Te conté de mi estudiante Andy? Cuando nació, ni los médicos ni sus padres sabían bien qué sería de su vida, pero ellos –los papás– lejos de caer en el temor del qué será, lo estimularon y le ofrecieron las mismas oportunidades que a su hermano.

Andy fue a la escuela, y después a la universidad, viajó a otros países, conduce su auto, trabaja y lleva una vida autónoma. No fue fácil: ni para sus padres, que aprendieron a soltarlo –despacito, pero con firmeza– ni para él, que aprendió a esforzarse el doble para alcanzar a veces la mitad.

Hoy su frase favorita es : “¡Hay que trabajar duro!” Sigue estudiando idiomas y sorprendiendo a todos por su capacidad y memoria. Su hermano y su familia están orgullosos de Andy, y hoy él es un orgulloso tío que nos cuenta las aventuras de su sobrina, a quien adora. El círculo perfecto. Porque la vida es un círculo. El amor que damos regresa. La indiferencia, también.

Por último, perdona a quienes te ofendan sin pedirte disculpas, a quienes creen que teniéndote lástima ellos son mejores personas, a quienes se ponen la camiseta de “buenos” y de espaldas te dicen “pobrecita”. ¡Pobrecitos ellos!, digo yo, porque no pueden abrir la puerta de sus ojos y mirarte a los tuyos.

Con amor infinito.

* Licenciada en Sociología

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