Apremiante situación del servicio doméstico
El derrumbe económico y la escalada inflacionaria a límites insostenibles impactan de lleno en la mayoría de las actividades laborales. Una penosa realidad que se amplifica al tomar como referencia las ramas de asalariados que se desempeñan en contextos de cierta inestabilidad y cuyos ingresos han caído al fondo de la escala, para codearse con la indigencia.
Ya no se trata sólo de insistir con evaluaciones empíricas respecto de la clase media que se desbarranca hacia la pobreza, sino de poner el foco sobre una crisis generalizada y sin plazos a la vista.
Para dimensionar el descalabro en el terreno laboral, basta detenerse en la apremiante situación que vive el personal de casas de familia, quienes padecen reducciones horarias y, como resultado de ello, una merma de sus salarios.
Sin contar el estado de desesperanza que los embarga cuando sus empleadores notifican de la desvinculación laboral, a veces sin indemnización. Se trata de personas que deben procurarse dos o más trabajos para redondear un ingreso más o menos aceptable.
La secretaria general del Sindicato del Personal de Casas de Familia, Ana Altamirano, lo planteó sin grises para una nota que publicamos días atrás. “Hay trabajadoras domésticas que estaban yendo a las casas de familia tres o cuatro veces a la semana y ahora sólo van una o dos veces”, dijo.
Completó su razonamiento con una frase que no por sabida deja de causar estupor: “Ya somos indigentes”, afirmó, en referencia a que los salarios del personal doméstico fueron arrasados por la ola inflacionaria.
Es necesario remarcar que en esta actividad se constatan fenómenos asociados al descalabro monetario, fruto de varias gestiones gubernamentales ancladas en la mediocridad y de un Estado que ahora pregona la retirada de sus deberes, con millones de argentinos a la deriva.
En tal sentido, los ajustes sobre las trabajadores de casas de familia obedecen también a la imposibilidad presupuestaria de los empleadores, en algunos casos personas mayores jubiladas que toman los servicios de una auxiliar para su atención.
No es posible que el deterioro en todos los niveles de la actividad laboral repercuta siempre con más fuerza sobre los grupos de mayor indefensión. Entre ellos se cuentan las personas afectadas al servicio doméstico y hombres y mujeres que perdieron sus trabajos formales y deben resignarse a ocupaciones informales a cambio de remuneraciones que no alcanzan para cubrir una canasta básica alimentaria. Y muchos menos para honrar el pago de un alquiler.
El Estado no puede decidir de un día para otro abandonar a su suerte a quienes menos tienen, ya no sólo en el ámbito del trabajo sino también en hogares de familias que han sido expulsadas de un sistema que agigantó los índices de pobreza.
Persistir en la indolencia oficial aun cuando se sepa que el personal doméstico cobra un sueldo de indigente es como capitular en los deberes que competen a quienes representan al pueblo.
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