La Voz del Interior @lavozcomar: Aniversario del Monserrat: patrimonio vivo del país

Aniversario del Monserrat: patrimonio vivo del país

Este 1° de agosto cumple un nuevo aniversario el Colegio Nacional de Monserrat. Institución emblemática de la educación pública, su trayectoria echa raíces en más de tres siglos y antecede a la propia conformación de nuestra nación.

Un dato curioso –entre muchos– que confirma su condición fundante es que 16 de los 29 diputados de la Independencia argentina eran monserratenses, como una suerte de mayoría parlamentaria propia.

Inmanente al tiempo

Los viajes más largos y eficaces se dan cuando cerramos los ojos un instante. Curar el corazón, hacer un dique para las lágrimas o tan sólo sorber el aroma de un momento son algunos de los motivos para el subrepticio pero tenaz parpadeo extendido. Es sabido que, en Córdoba, el Monserrat es uno de los grandes destinos turísticos de los viajeros parpadeantes.

En su patio, el tiempo es perfecto, la fresca oscuridad de sus pasillos es memoria pura y, junto con la camaradería, se añejan hasta alcanzar la condición de inusual. Los amigos pasan cantando montados sobre recuerdos y la historia local se arremolina en su patio sin solución de continuidad.

Instituido por los jesuitas, amantes del conocimiento y el progreso, fue Ignacio Duarte y Quirós (1618/1703) quien destinó la totalidad de sus bienes personales para fundar y sostener al Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat.

Un aspecto anecdótico es que inicialmente las clases se dictaron en su propia casa, a una cuadra de la sede actual. Como manda la ocasión, allí funcionó fugazmente la primera imprenta del país y una de sus escasas ediciones fue la de Las laudaciones para Duarte y Quirós.

Las autoridades del colegio componen una verdadera red vial, porque muchos de sus docentes y rectores están inmortalizados en calles. Entre ellos, se destacan el deán Gregorio Funes (1749/1829), quien impulsó diversas reformas progresistas que incluyeron eliminar los castigos corporales a los alumnos o ajustar la enseñanza del latín (y otras lenguas como el hebreo y el árabe) en beneficio del castellano y la aritmética.

Hay cientos de alumnos con vidas fascinantes y nombres en las esquinas, como Nicolás Avellaneda, Santiago Derqui, Leopoldo Lugones, Juan José Paso y hasta el mismísimo Deodoro Roca, según datos provenientes del riguroso libro Gente del Monserrat, con foco en los siglos XVII y XVIII, compilado por Federico Sartori y prologado por Cristina Bajo.

Esta institución hipnotiza a historiadores desde la actualidad hasta su fundación. Su estancia en Caroya contaba, acorde con la época, con un plantel de esclavos cuya descendencia, a falta de apellidos propios, optó mayoritariamente por Monserrat.

Otro dato poco difundido: aunque es formalmente mixto desde 1998 (después de un debate monumental, cuando lo más retrógrado de la sociedad vomitó misoginia), hoy cuenta con una mayoría de egresadas y una contundente presencia femenina en el podio de promedios, lo que nos hace pensar que vienen avenidas de ellas en las próximas décadas.

Lo tragicómico del caso es que nunca estuvo formalmente impedido el ingreso de mujeres y hay remotos registros de egresadas, como Florinda Antonia Ferreyra, de la promoción 1957.

Personalmente, vi al presidente más constitucional de todos los tiempos, Raúl Ricardo Alfonsín, ingresar al colegio en 1987, cuando las emociones eran más sólidas que ahora y venían sin envoltorios virtuales. Como se imaginará el lector, esas emociones se confeccionaban con dosis de belleza y dolor por igual.

Conviene que todo sea dicho, como se enseñaba en la institución: esos años de luminosa amistad juvenil también estuvieron opacados por personajes viles, capaces de enseñar la corrosión de los hombres (porque la presencia femenina, menor y arrinconada, tomó coraje tiempo después).

Hubo un tiempo cuando los elevados valores de grandes docentes contrastaron con monstruos xenófobos y fascistas, capaces de cometer las injusticias más grandes por las razones más nimias.

Por fortuna, muchos años después, recorrer sus escaleras y entablonados es comprender que la educación transforma a la sociedad, pero esta también hace lo propio con las instituciones. Nuevas versiones de la comprensión, la empatía y el saber habitan “el Monse”, en gran medida gracias a una potente convicción, débilmente recompensada, de docentes y autoridades.

Esta es una historia real que contó Guillermo Serra: hace unos 50 años, en el aula, un profesor descubre a un alumno leyendo in fraganti algo debajo del banco y lanza: “¡¿Qué está leyendo ahí abajo?!”. Luego le ordena: “¡Léalo a todos!”, con lo que esperaba avergonzarlo. Pero el alumno se pone de pie y con toda su adolescente candidez retoma El lobo estepario, de Hermann Hesse. El docente le regala el resto de la clase, a él y a todos.

Con su compleja historia patrimonial, tan ambivalente como el carácter cordobés, el colegio –que cuenta con muchos recursos, como el gabinete de ciencias, una biblioteca y hasta un museo propio– tiene su punto histórico más elevado en la Declaración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Esa belleza inusual es un patrimonio vivo que no se dilapidó lustrando los laureles, sino que continúa en permanente construcción. Una promesa de futuro que se eleva desde el interior de los bolilleros hasta al infinito izado en su palmera. Una promesa de futuro con el ánimo y las revoluciones pendientes que las chicas y los chicos del Monse emprenderán mañana, desde las 7.15.

* Gestor cultural y magíster en Patrimonio

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