Alberto Fernández, delito, violencia y poder
Difícilmente podrá Cristina Kirchner jactarse algún día de su habilidad para elegir compañeros para sus aventuras políticas. Primero fue Julio Cobos, quien la hundió en una profunda crisis con su voto “no positivo” en el Senado; también sucedió con Amado Boudou, quien terminó condenado por la Justicia por delitos de baja monta, y ahora Alberto Fernández, quien desató en estos días un tsunami político impensado.
La expresidenta afecta distracción y elude cualquier responsabilidad sobre la hecatombe desatada por su elegido. Se aferra con uñas y dientes al frustrado atentado del grupo conocido como “los Copitos”, que intentó dispararle a corta distancia hace algunos meses.
Exige investigar y demostrar que aquel intento de magnicidio no fue un hecho alocado perpetrado por un puñado de marginales sin vínculo político alguno. Necesita que se descubra una conspiración de vasto alcance, que incluya a personajes prominentes y políticos conspicuos. Ve allí su gran oportunidad para restablecer su figura en los primeros planos de la política nacional.
El voto popular
La inclemente retahíla de sucesos de las últimas semanas, que nos mostraron la verdadera dimensión y personalidad de Alberto Fernández, no deben remitirnos tanto a la precariedad selectiva de Cristina Kirchner sino a la pobre capacidad de discernimiento de los votantes, que lo consagraron presidente sin necesidad de balotaje.
Una mayoría apreciable de argentinos rechazó un nuevo período de Mauricio Macri en disconformidad con la marcha de la economía, que daba muestras de dificultades para alcanzar de manera rápida altos niveles de actividad.
Quienes votaron por Fernández no rechazaron a Macri por su falta de firmeza en el ajuste que llevaba a cabo, sino que sus odiosas correcciones les parecían excesivas e inapropiadas. Por eso se mudaron hacia un candidato que les ofrecía mejoras prontas y sin dolor.
En otras palabras, no debemos mirar hacia otro lado al momento de asignar responsabilidades por la llegada de un personaje como Alberto Fernández al sillón de Rivadavia. Fue la voluntad de una mayoría apreciable de argentinos negados al ajuste y crédulos de un camino fácil hacia una economía próspera. Esto parece haber cambiado para bien.
Poder y delito
La reiteración de hechos violentos y abusivos en el ejercicio del poder por parte del peronismo se suma a la apropiación de caudales públicos. En el caso del expresidente, en un par de semanas se conocieron desde su participación en el asunto de los seguros hasta la naturaleza violenta del vínculo con su pareja, Fabiola Yañez.
Pero se trata de un capítulo más de una serie de hechos que, según lo que investiga la Justicia, incluye acoso, abuso, maltrato e incluso violencia extrema, como en el caso de la familia Sena, en el Chaco.
Esta atracción irresistible por el delito encubre un modo de entender el ejercicio del gobierno por parte del peronismo. Para ellos no existen los límites institucionales ni morales. Parecen entender que ser depositarios del poder los habilita para cualquier tropelía, incluso las más despreciables. Pero hay algo más grave: esta montaña de quebrantamientos de la ley no genera un rechazo contundente, definitivo y proporcional por parte de la sociedad.
Amplias franjas de votantes conservan aún la confianza intacta en el peronismo o, lo que resulta peor, tienen en un bajo nivel de consideración los delitos perpetrados cuando le tocó gobernar al PJ. Sienten que es el peronismo (incluso en su versión kirchnerista, la que hoy predomina holgadamente) su carta de identidad. No establecen un vínculo entre el esfuerzo y la producción con el nivel de vida; de alguna manera han sido convencidos de que el gobierno puede corregir con distribución (emisión monetaria) cualquier problema económico y así asegurar bienes y servicios baratos para todos.
Presidente y galán
En su libro 1984, George Orwell, entre irónico y macabro, señalaba la predilección de las dictaduras para nominar burlonamente como Ministerio de la Paz al encargado de la guerra o bien Ministerio del Amor al responsable de mantener el orden público, y Ministerio de la Verdad al dedicado a deformar la historia.
El kirchnerismo parece haber heredado este criterio sardónico: el énfasis puesto en la defensa de los derechos de la mujer, ministerio ad hoc incluido, al parecer encubría patadas en el vientre de una mujer embarazada, acto que reviste en los escalones más bajos de las conductas deleznables.
Como ya dijimos: se trata de un modo de vínculo con el poder, al igual que el ejercicio de los devaneos galantes en los más encumbrados despachos oficiales, mientras filma sus aventuras eróticas a modo de certificación, para exhibir en reuniones con amigos entrados en copas mientras busca gestos de aprobación y admiración.
Probablemente Fernández entendía que el país funcionaba a todo vapor y podía ser abandonado al piloto automático, para que él pudiera concentrarse en los temas que consideraba verdaderamente importantes y que captaban su interés de un modo excluyente.
Estos escándalos cotidianos son un nutriente esencial para el gobierno de Javier Milei. Cada semana aparecen las evidencias de una nueva tropelía. Esa cadencia ayuda a mantener las esperanzas en el Gobierno, pese a una realidad económica resistente a evidenciar mejoras rápidas.
* Analista político
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