Adicción al “pipazo”: una catástrofe social y sanitaria
No es novedad que la droga se ha convertido en un elemento que penetra en la vida cotidiana de una manera devastadora. Atraviesa ciudades, barrios, clases sociales, edades y géneros.
En el caso de la ciudad de Córdoba, el consumo de esas sustancias es, desde hace tiempo, una realidad cruenta que se cuela en numerosos y vastos sectores, como barrios Maldonado, Müller, Argüello, San Vicente, Bella Vista, Villa Urquiza, Güemes, Yapeyú, San Martín o Guiñazú.
En particular, en los últimos años, el “pipazo”, una droga de efecto rápido, duración fugaz y muy adictiva, viene haciendo estragos tanto en jóvenes como en adultos, quienes consumen a toda hora y, en muchos casos, roban lo que sea para comprar más dosis.
Es lo que en Buenos Aires se conoce como “paco”.
“No es un residuo, sino un precursor del clorhidrato de cocaína mezclado con permanganato de potasio (químico que se usa como desinfectante), bicarbonato de sodio, querosén, tíner, ácido sulfúrico y otros tipos de hidrocarburos”, explica la jefa de toxicología del Hospital de Urgencias de la Capital provincial, Andrea Vilkelis.
El nombre “pipazo” refiere a la forma de consumo: el uso de una pipa artesanal elaborada con un pedazo de metal, un caño o tubitos de lapiceras.
La médica advirtió que en los últimos años el consumo de esta droga aumentó y que en el Urgencias reciben pacientes de todas las edades.
En este caso, a los trastornos neurológicos que causan los alcaloides, propios de la hoja de coca, se les suman los restantes ingredientes, que no se sabe bien cuáles ni cuántos son. Algunas de las lesiones que genera en el cuerpo humano son isquemias; infartos cardíacos, cerebrales y de distintos órganos; ACV; trastornos circulatorios, renales y gastrointestinales, y hepatitis fulminantes. Las consecuencias de los efectos en el cerebro de quienes lo consumen son estar perdidos, paranoicos y con alucinaciones. Tampoco duermen, y por eso parecen “zombis”.
Parece una crónica más de una realidad frecuente, pero se trata de una verdadera tragedia.
Hace tiempo que desde diversos sectores, como las organizaciones sociales y la Iglesia Católica, se advierte que el narcotráfico –motor principal de todo el andamiaje de las adicciones– gana el terreno que deja el Estado.
Por eso ya no alcanza con enumerar las obras y los proyectos en marcha: estamos a las puertas de una catástrofe social que, de continuar de esta manera, se encamina hacia un escenario irreversible.
La prevención requiere una mirada crítica del entorno y atención a temprana edad.
Faltan instituciones de medio camino y de internación en los barrios más vulnerables. Se necesita fortalecer la infraestructura en terreno municipal y provincial, más en momentos en que a nivel nacional se retira el financiamiento para este tipo de proyectos.
Nada se debe dejar de hacer, ni desde la prevención ni desde la reducción de daños y la asistencia.
Se debiera generar más espacios terapéuticos de encuentro y contención, teniendo en cuenta el resultado positivo de estas experiencias.
Todo será poco, si de verdad se quiere luchar contra este mal.
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