La Voz del Interior @lavozcomar: A 20 años de Cromañón: la tragedia que expuso una sociedad marcada por el desamparo y la corrupción

A 20 años de Cromañón: la tragedia que expuso una sociedad marcada por el desamparo y la corrupción

El 30 de diciembre de 2004, una bengala encendida en el recital que Callejeros estaba dando en el boliche República Cromañón prendió fuego el techo de material inflamable y el incendio y la sofocación del humo tóxico desatado en el local ocasionaron la muerte de 194 personas.

A 20 años de una tragedia que marcó profundamente a la sociedad argentina, La Voz dialogó con tres voces cercanas del tema: el sobreviviente cordobés y dueño de la rockería Oktubre Javier Karlen, el productor y creador de Cosquín Rock José Palazzo y el periodista y autor del libro Voces, Tiempo, Verdad, Bruno Larocca. A continuación, un repaso por el hecho.

Callejeros y la cultura rock

A fines de 2004, Callejeros celebraba su fin de año consagratorio con tres presentaciones en el local ubicado en el barrio porteño de Once. El grupo había planificado tocar un disco por noche antes de Año nuevo: Sed el 28, Presión el 29 y Rocanroles sin destino el 30.

En aquel momento, los oriundos de Villa Celina habían emergido como una de las bandas más reconocidas a nivel nacional. Sus conciertos eran una fuerte expresión de grito popular y la lírica de Fontanet se conjugaba de manera directa con el sentimiento apasionado del público.

Hay que tener en cuenta el contexto: la tierra arrasada por la crisis económica del 2001 encontró a miles de jóvenes desamparados que encontraban su lugar en la cultura rock. Esa que años antes delinearon bandas como Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, La Renga y Los Piojos, entre otros.

Es que el público de los recitales tomó protagonismo y, desde mediados de los ‘90 hasta la tragedia, utilizaban banderas, cánticos revanchistas, pirotecnia de bengalas y bombas de estruendo. La postura era clara: ser parte del show.

Así escaló una cultura del aguante que muchos identificaron y cuestionaron. Sin embargo, el mismo Indio Solari definió que fue una granada sin anilla que se fueron pasando entre manos y le explotó a Callejeros.

José Palazzo, productor y creador de Cosquín Rock, comenta que el grupo ya había traspasado la barrera del under y, si bien no tenían el bagaje de las bandas mencionadas, el nivel de convocatoria ya era de la misma escala.

“En Córdoba pasaron de tocar en el Centro Cultural General Paz a el Corazón de María y después agotaron dos Vieja Usina con 12 mil personas. El crecimiento fue muy rápido. En Buenos Aires comenzaban a hacer estadios”, inicia. Luego, marca que viajó a cerrar el acuerdo para que toquen en Cosquín Rock 2005.

“Los vi en el hotel que funcionó arriba de Cromañón. Por una discusión familiar no me pude quedar y regresé a Córdoba. Me enteré de todo cuando bajé del vuelo”, recuerda. “Como trabajábamos con la técnica de La Renga que era la misma de Callejeros, empecé a llamar a los chicos que conocía y pude corroborar que estaban bien. Pero fue muy complejo ese momento, fue desastroso, una locura lo que se veía por televisión”, añade.

En varias crónicas de este medio, se alertó la peligrosidad de la pirotecnia en recitales de rock en lugares cerrados: justamente, se mencionó el tema en una crónica de Intoxicados en el Corazón de María el sábado 23 de abril de 2004 y también una de Callejeros en el mismo sitio, en septiembre, dos meses antes de la tragedia.

“No sé que fue lo que hizo que no vaya, esa pelea con a mi exmujer”, dice Palazzo. Curiosamente podría haber vuelto en el mismo auto que Javier Karlen, quien asistió a los tres conciertos por su cercanía con la banda. “Tenía buena relación con Edu (Vázquez) y con Diego Argañaraz, el mánager. Fuimos con mi socio y amigo Fabián Lillo y Juan Carlos Luque. Ellos ya no están”, dice, con pesar, al otro lado del teléfono.

Karlen hoy tiene 51 años y la tragedia le dejó secuelas: “Mis pulmones funcionan un 30 por ciento menos, por el estrés postraumático me agarró diabetes, como a Pipo (Luque), durante años no pude dormir con la luz apagada y cada dos meses me dan ataques de pánico”, cuenta.

Consultado por Cromañón, la serie de Prime Video, afirma que no la puede ver. “Después del revuelo fui a las escenas del incendio pero me sentí mal. Yo los 30 de diciembre apago el celular, la tele, la radio y dejo que pase el tiempo hasta que llega el Año nuevo. Es una fecha que nos hace mal a todos”, precisa.

Ese contexto incontenible también estuvo marcado por una red de corrupción establecida en los locales bailables de Buenos Aires y el país. Según el documental lanzado también por Prime Video, eran centenares los que incumplían con la habilitación correspondiente en Caba.

Callejeros en el ex estadio Chateau Carreras de Córdoba, el 21 de septiembre de 2006. (José Gabriel Hernández / La Voz)

Sobre lo complejo que fue el tema en materia de habilitaciones, Palazzo comenta que Córdoba no fue la excepción y todo se cerró de golpe. “Se estableció una ordenanza municipal que hasta el día de hoy funciona y no tiene mucho sentido. Después, me tocó producir los shows de Callejeros y hasta ese regreso oficial en el Chateau, la banda fue casi proscripta”, apunta.

–¿Por qué proscripta?

–Te cuento. A Callejeros no los dejaron tocar en ningún lado. Hubo una disputa judicial con los padres de las víctimas y ningún municipio quería habilitar las condiciones. Entonces, por mi amigo Diego Sosa, conseguí una presentación en un evento de bandas de colegio, en el patio de un boliche de Villa Mercedes. En el camino Pato (Fontanet) se tomó una foto con la caminera del límite de Córdoba y al llegar el lugar explotaba. Vino la policía y no nos dejó. Nos sacaron del lugar.

–¿Cómo conseguiste que toquen en el Chateau?

–Cuando pasa eso, se entera Mario Pereyra y nos lleva a la radio. Ahí fue tremendo el apoyo popular para Callejeros y me llamó José Manuel de la Sota para ofrecernos que toquen en Córdoba. Coordinamos con Luis Juez y lo hicimos el 21 de septiembre en el Chateau. Ese fue el regreso oficial. La banda sólo quería tocar y la Justicia dispuso que toquen mientras se hacían responsables de la causa. Fue muy difícil producirlo. Tres días antes, habíamos acordado gracias a el Intendente de La Calera, tocar en un lugar grande de allá, pero surgió lo del estadio, en el atardecer. Según las autoridades, era lo más seguro. Para cumplir con la palabra, porque nadie los aceptaba, donaron la mitad de la recaudación a este lugar de La Calera que fue el primero que nos quiso habilitar.

La noche eterna

En detalle: tras 30 segundos de la primera canción, una candela impactó contra el techo, y el material inflamable de la media sombra inició un incendio que se extendió por todo el local. Aunque las llamas fueron sofocadas, el humo tóxico generó graves consecuencias en los asistentes. En medio de la desesperación, muchos quedaron atrapados y abarrotados en el piso y contra las puertas que estaban cerradas.

Hay un aspecto indiscutible: según el mencionado documental, el 30 % de las víctimas fatales fue por volver a ingresar al local a rescatar familiares, amigos y desconocidos. De todo lo que se pueda decir de un público históricamente estigmatizado, jamás se podrá criticar el espíritu solidario de ellos.

Sobre esto Karlen, comenta: “Mi amigo, Martín Cisneros, estaba en la barra y pudo salir rápidamente. Él volvió una y otra vez a rescatar gente. Después, a las horas, se sintió bien y se estaba yendo en tren a su casa. Pero se desmayó y terminó internado, a muchos les pasó eso; de que el humo tóxico les hizo efecto después”.

“Hace 10 años, a pocos días del aniversario, él decidió no continuar con su vida”, repasa, con un fino hilo de voz.

El incendio no fue el único factor que agravó la tragedia. Posteriormente, se confirmó que en la discoteca había más de 3.000 personas, superando ampliamente el máximo habilitado por el Gobierno porteño, que era de 1.031. Además, la licencia otorgada al boliche se basaba en planos que no coincidían con su arquitectura real.

De manera directa, Karlen dice: “Yo me salvo porque estaba adelante y me caí primero. La gente caía y se amontonaba encima mío. No sé muy bien cómo es el tema físicamente pero en el piso, abajo del sofocamiento, llegaba a circular un poco de oxígeno. Y eso me mantuvo hasta que entró un chico a salvar gente y me reconoció la cara”.

Y suma: “Al salir todo era un caos. Me desperté en el hospital Ramos Mejía y éramos 30 pibes sentados en el piso, pasándonos dos o tres máscara de oxígeno entre uno y otro, a cada rato”.

El establecimiento incumplía numerosas normas de seguridad: las salidas de emergencia estaban cerradas con candado, los matafuegos (gastados en un incendio anterior) y las mangueras no funcionaban, y no se disponía de un plano de evacuación.

Por estas razones, Omar Chabán, gerenciador de Cromañón, fue señalado como uno de los principales responsables, junto con los políticos de la gestión de Aníbal Ibarra. Luego, con los juicios, se comprobó la responsabilidad de más involucrados: el empresario Rafael Levy como dueño del inmueble, los funcionarios del gobierno que incumplieron su deber público, efectivos de la policía que aceptaban coimas y también recayó la pena sobre los integrantes de la banda y su mánager.

Bruno Larocca, periodista y escritor –en colaboración con la agrupación No nos cuenten Cromañón– del libro Voces, Tiempo, Verdad, define lo que era ir a un recital de rock en los ‘90 hasta 2004. “En esos años se empieza a ver un poco todo lo de la costumbre que adoptó el público de imitar lo de la cancha”.

El autor decide no llamarlo “futbolización” porque no está de acuerdo con esa categoría. “Estaba esa costumbre de llevar bengalas de manera clandestina. El público demostraba su pasión así, y eso tiene que ver con nuestra idiosincrasia. Cualquier banda de rock –porque no pasaba en otros géneros– que conmovía o despertaba algo en su gente, tenía bengalas y banderas. Esto no ocurría con todas las bandas. Hay que tener en cuenta las pasiones que despertaban Los Redondos o La Renga”, apunta.

Y agrega: “Y eso estaba bien visto, o nadie lo cuestionaba. En las crónicas de Página/12 se señalaba, por ejemplo, en una nota sobre un festival del ‘99, que el mejor momento de un show de Divididos y Caballeros de la Quema fue cuando se encendieron las bengalas. Eso era ir a un recital de rock”.

Y consultado por el entramado corrupto, remarca “Todos los boliches de la ciudad de Buenos Aires violaban la capacidad de habilitación estipulada, y para ello se pagaban coimas. Eso quedó demostrado en la causa de Cromañón. Así funcionaba la noche porteña. Y no solo en boliches de rock; también sucedía en bares y comercios (…) Así funcionaba un poco el sistema, nuestra sociedad, y el ambiente de la noche, donde los controles, obviamente, eran mucho más laxos”.

Consecuencias y sentencias

Por la tragedia de Cromañón, 26 personas fueron procesadas, 21 recibieron condenas y 18 pasaron por la cárcel. Actualmente, el único detenido es Eduardo Vázquez, pero por el femicidio de su esposa Wanda Taddei en 2010, por el que recibió cadena perpetua.

En el juicio principal, iniciado en 2008, Omar Chabán fue condenado a 20 años, Diego Argañaraz (mánager de Callejeros) y el subcomisario Carlos Díaz a 18 años, mientras que otros implicados recibieron penas menores o en suspenso. Inicialmente, los músicos de Callejeros fueron absueltos, pero en 2011 la Cámara de Casación los condenó como coorganizadores: Fontanet a 7 años, los demás músicos a 5, y el escenógrafo Daniel Cardell a 3.

Omar Chabán en los juicios por Cromañón. (Archivo).

El último en recuperar su libertad fue Fontanet, en 2018. Actualmente, no queda nadie preso por la tragedia. Omar Chabán falleció, al igual que Maximiliano Djerfy, guitarrista de Callejeros, quien murió en 2021 tras un infarto.

¿Tragedia o masacre?

A semanas de que se cumplan veinte años de Cromañón, la Legislatura porteña aprobó el proyecto para transformar en vitalicia la asistencia económica a los sobrevivientes y familiares de víctimas. Hasta ahora la reparación era provisoria, por lo que las organizaciones tenían que luchar cada tres años para aprobar sucesivas prórrogas.

El proyecto, que también reemplaza el concepto “tragedia” por el de “masacre”, estipula la reapertura del padrón de la reparación, que además de la asistencia económica comprende programas de salud, salud mental y educación.

Condenados Cromañón

También, el año pasado, el Senado sancionó la ley para expropiar el local en el que funcionaba el boliche con el fin de que se convierta en un espacio para la memoria.

Larocca opina que la palabra reparación es confusa. “No se repara nada. Se asiste. Y es una gran deuda que tiene el Estado de hacerse cargo de lo que pasó. Esto ya ocurrió en otras historias en este país, como cuando se negó durante mucho tiempo el reconocimiento a los Héroes Malvinas que sobrevivieron a la guerra y sufrieron una revictimización durante largo tiempo. Son personas que atravesaron un dolor muy grave y todo el tiempo tienen que volver al pasado”, dice.

“Ahora, les solicitan que prueben que estuvieron ahí y es un poco desgastante, pero se entiende. Esta ley viene a reparar esa negación que el Estado tuvo con muchos sobrevivientes durante 19 años. Lo celebro, pero sé que no están todos conformes con lo que se terminó sancionando. Es algo positivo y viene a saldar algunas deudas y curar algunas heridas que están desde ese 30 de diciembre. Habrá que seguir luchando”, cierra.

El santuario de Cromañón, ubicado en las inmediaciones del local. (Archivo)

En esa misma línea, Karlen advierte que, al estar lejos de Buenos Aires, esa ayuda nunca llega. “Ni sé cómo es el trámite. Hubo varios temas burocráticos que no pude continuar. Por ejemplo, en un juicio contra el Estado, que ya lleva más de 10 años, me hicieron citar a dos testigos. Fue tardando tanto el tema que mis dos testigos ya no están en este mundo”, lamenta.

Tanto Karlen como Larocca cuestionan el número de 194 víctimas. “Nunca hay que retirar la presencia del Estado. Perdimos alrededor de 20 chicos más por falta de asistencia en salud mental, que se suicidaron. Así que mirá si será importante la presencia o no del Estado. Así que el número de 194 termina siendo un número medio mentiroso. Hubo al menos 20 sobrevivientes que decidieron quitarse la vida. Estaríamos hablando de más de 200″, apunta el periodista.

Por su parte, profundamente conmovido, Karlen no deja pasar la oportunidad de mencionar a sus amigos que siguieron adelante un tiempo y hoy ya no están. “Vivir con esto es muy difícil. Nadie se hizo cargo de nosotros”, dice.

“Si la reparación esa me llega, bienvenida sea. Muchos sobrevivientes te van a decir que fuimos a psicólogos pero cuando se complicaba dejábamos. Pasaba esto de darse el alta solo, porque empezás a sentirte bien y dejás. Pero cada tanto vuelve el dolor, la herida sigue abierta. Claro está que a Cromañón entró una persona y salió otra”, concluye.

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