“Mi compañero de trabajo es más malo que una piraña”
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Recibimos a Mariela, una tarde soleada de otoño, pero la paciente tenía una necesidad imperiosa de escupir su situación. La invitamos a sentarse, bien cerca del fueguito. “Mire doctor, no sé por dónde empezar, porque estoy realmente desbordada. Yo trabajo en una institución educativa, soy docente y tengo a cargo un conjunto de profesores de la materia. Tengo un colega que parecía un divino, de esas personas que venían a poner paz al grupo, pero no, es más malo que un bicho.
-¿Cómo se llama su colega?, pregunté intrigado con semejante personaje.
-Le decimos El Bichi, respondió ante mi asombro.
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Sin dejar que yo pida explicaciones me aclaró el porqué del nombre.
-Él es una persona que le gusta pasear por las oficinas, hablar con la gente de administración, chusmear, bah. Siempre que saluda a alguien dice “hola bichi”. Así que entre eso y que para mí es una piraña de malo, lo bautizamos El Bichi. Como le contaba, el Bichi es realmente un personaje siniestro. Hasta su llegada todo iba bien, no es fácil ensamblar un equipo de docentes bien formados. Todos tienen algún master o doctorado y todos se creen estrellas. Pero con el Bichi todo se desmadró.
-Necesito que me des ejemplos de la conducta de El Bichi,
-Ejemplos sobran, doctor. Un día un docente vino a quejarse que el Bichi le había robado presentaciones de clase. Parece que se metió en la oficina y con un pendrive le sacó información de la computadora. No podemos comprobarlo, no hay cámaras en ese sector. Otro docente está cruzado porque le contó una idea a el Bichi de lo que iba a hacer en clase y él se la robó, así, directamente. Se adelantó al autor de la idea y quedó él como el creativo.
Mariela me pidió un vaso de agua, las primeras gotas de sudor estaban empezando a correr por su frente.
-Lo terrible de El Bichi es que generó una cultura de miedo: el miedo al robo. Entonces todo lo que yo había logrado en cuanto a la generosidad y a compartir, se derrumbó con él. Así que no tuve opción y lo llamé para hablar . Cuando se sentó, se largó a llorar. Sin que yo dijera nada. No sé qué le pasó, tal vez fue algo defensivo. Entre llanto y moco me dijo que nadie lo quería, que sus colegas eran egoístas, que yo no lo defendía y que hacía la vista gorda ante el daño que le estaban haciendo. No supe qué decirle porque no me esperaba algo así. Traté de calmarlo y le dije que tal vez estaba viendo la realidad distorsionada, que no parecía una casualidad las quejas de sus colegas, que tenía que pensar bien su actitud.
Mariela pidió más agua y se sacó el buzo que tenía puesto.
-A partir de esa charla, nada fue lo mismo. Ahí salió lo que él era: una piraña, o mejor dicho lo que es, un trepa. Fue a la dirección de la institución a hablar pestes de mí. Obvio que jamás mencionó todos los chanchullos que le endilgan. En definitiva, un desastre.
Qué no debería hacer Mariela: Los o las bichis de la oficina son terribles. Aparecen como corderitos y debajo son lobos feroces que quieren poder y, en el camino por el poder, destruyen valores compartidos. Mariela no debería transmitir el rumor de que El Bichi es un ladrón y copión de ideas. Tampoco debería acercarse al escritorio de él para evitar la tentación de romperle la laptop a patadas y dejar un mensaje que diga “si te afanaste algún material, ya no lo tenés más. Basura”.
Lo que Mariela debería hacer: Los bichis organizacionales generan una corrosión de los valores y logran que afloren comportamientos espantosos como la envidia, la falta de generosidad, una ola de rumores y, peor aún, la pérdida de capacidades y unidad organizacional. Son sanguijuelas organizacionales. Cuando los bichis logran su cometido, el sentido de pertenencia de la gente se ve comprometido.
En este sentido, Mariela debería exponer rápidamente a su colega frente a la dirección de la institución para poder frenar más acciones corrosivas de esta persona. Exponer significa hablar con claridad de los hechos sucedidos. Si algún colega viene a Mariela con algún tipo de situación o denuncia, confrontar rápidamente la situación, exponiendo al colega artero y fraudulento a quienes ha defraudado, robado o copiado. Es que estas personas juegan al límite: si uno no lo pone, ellos lo traspasan.
Por otra parte, son personas manipuladoras. Si Mariela se reúne con su colega y él llora, que llore. Es más, decirle que sus lágrimas no nos importan nada, que lo importante son los hechos que ha realizado. Si nos ven seguros, esas lágrimas de cocodrilo se las va a tener que tragar.
Pero el consultorio es curioso y le preguntó a Mariela cómo siguió la historia:
-De la peor manera doctor —susurró Mariela. —El Bichi pudo engañar a todos en la dirección de la institución y al tiempo lo nombraron director académico, por lo que yo pasé a depender, para temas académicos, de él. Mi vida fue un infierno. Así que antes que me agarrase una úlcera decidí renunciar a la dirección del área. Me quedé como simple profesora, sin el extra de dinero que venía de la dirección y me hacía falta, pero feliz de no volver a cruzarme a esa basura.
Mariela se levantó, se sacó el sudor de la frente, me agradeció y me pidió que la próxima vez hagamos la charla frente al mar, ya que el frescor de la playa le sentaba mejor que la chimenea.
Hasta la próxima Mariela, y para tu siguiente encargo directivo recordá que estamos rodeados de grandes colegas, pero también de alimañas que solo quieren el poder, y por el poder están dispuestos a todo, inclusive a dejar de lado su propia dignidad.
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