La historia de Lidherma: la doctora en química que unió cosmética con dermatología y fundó, hace más de 30 años, una marca líder en la Argentina
revista brando
Podía verse como un cofre de oro, pero –francamente– era una cajita de metal dorado nomás. Adentro tenía un tesoro, eso sí: una molécula de ácido retinoico que no existía todavía en el país. Patricia Dermer (72) estaba en el lugar justo en el momento indicado, aunque eso lo sabría después: era 1986 y, en el austero bar del Hospital de Clínicas, el doctor Alejandro Cordero (padre) le pidió ayuda. Ella lo tomó con la naturalidad de quien no sospecha que está a punto de cambiar su vida para siempre.
“Doctorcita –le dijo el médico–, recibí esto que viene desde Suiza, pero las instrucciones de uso y preparación están en alemán, necesito alguien que las entienda”. Patricia nació en Austria, llegó a la Argentina de pequeña y se nacionalizó cuando quiso votar, pero conserva su lengua madre. Era tan encantador él y tan interesante el desafío que aceptó sin dudarlo. No especuló, ni pensó que esa oportunidad le abriría la puerta al mundo de los negocios, que se convertiría en una empresaria exitosa, que iba a fundar Lidherma, una marca líder en dermocosmética en el país.
Patricia Dermer tendría un gran laboratorio, una fábrica, vendería tres millones de productos por mes y exportaría a nueve países. Pero nada de esto se avizoraba en su mapa de ruta por entonces, cuando se desempeñaba –como Química doctorada en Análisis Biológicos– en el Servicio de Hematología del hospital y, a la par, trabajaba en investigaciones del Conicet.
Dijo que sí. Pasó muchas horas en la biblioteca y, cuanto más traducía, más se apasionaba con lo que descubría. “Fue complicado de comprender, pero el entusiasmo le ganó a la dificultad”, asegura Patricia. Se trataba de algo revolucionario. Aquel agente era capaz de llevar a la membrana celular información para indicarle que había que dividirse y reemplazar las de la superficie: la renovación celular era un hecho. Lo demostraban estudios en pacientes con cáncer, donde aplicaban la molécula (que hoy conocemos en su versión cosmetológica como retinol): no solo sanaba el cuadro, sino que mejoraba notablemente toda la zona tratada.
“Lo viví en mi propia piel”, cuenta Dermer y podría con esa frase darle título a todo lo que hizo en su carrera. De tez blanquísima, ella –como la mayoría en su generación– había tomado demasiado sol y padecía fotoenvejecimiento prematuro.
En el laboratorio, durante un año, preparó un kilo de emulsión con el ácido retinoico para hacer testeos, y ensayó también con ella misma. El conocimiento que adquiría, sumado a los resultados que veía en el propio cuerpo, la maravillaban. Pero más le alucinaba practicar una dinámica de trabajo interdisciplinario entre dermatólogos, químicos y cosmetólogos que claramente le parecía el abordaje ideal. La tarea en equipo era el camino.
Sin embargo, la falta de recursos y de flexibilidad en el hospital no iban a su ritmo. “Me la pasaba protestando y consiguiendo poco”, recuerda.
Así que pidió licencia: 1987 fue su año sabático. No podía darse el lujo de quedarse sin trabajo, pero sí, con esfuerzo, invertir un tiempo sin sueldo en una apuesta moderada, porque tampoco estaba dispuesta a arriesgar en exceso. “Nunca di un paso más largo que el tajo de mi pollera”, sentencia con elegancia. Y agrega: “Siempre fui con prudencia. Para mí, el mundo es algo para ir conociendo de a poco”. No apuntaba a hacer el negocio del siglo, pero supo dar en la tecla.
La dermocosmética todavía ocupaba una mínima porción del mercado en la Argentina. Patricia quería hacer algo moderno, capitalizar su experiencia en el ámbito de la salud y trazar el puente hacia la estética. “La cosmética es algo tan serio como cualquier rama de la medicina. El cuidado de la piel no es un asunto banal”, afirma.
Una casona antigua en avenida Federico Lacroze al 2300 fue, en 1989, el primer hogar de lo que se llamó Lidherma. El nombre significa Laboratorio de Investigaciones Dermatológicas. ¿Y la H? Fue un capricho de Patricia, aunque tenía un sentido. Es que estaba estudiando filosofía (Philosophy) y esa letra silenciosa marcó un mojón de pensamiento al proyecto de la doctora Dermer, cuyo apellido casualmente –o no– remite tanto a la dermis.
Aplicar la visión científica a la mirada sobre la cosmética fue la premisa y el asesoramiento personalizado, la metodología. Al principio, invitó a sus amigas a hacer la prueba, luego se codeó con los profesionales que conocía y los que la invitaban a disertar en congresos. Pronto, el boca en boca confirmó que la idea funcionaba. Ganó proyección y prestigio rápidamente.
Patricia no volvió a trabajar en el hospital. Lidherma se convirtió en un laboratorio y fábrica de excelencia que desde hace 32 años lidera el mercado y no para de innovar en el desarrollo de productos cosméticos con respaldo científico. Sus hijas –Denise (45) y Natalie Neuberger (49)– actualmente forman parte del directorio de la empresa junto a ella.
Siempre atenta al qué hay de nuevo, pero sin claudicar en qué es lo mejor, Patricia investiga incansablemente, se actualiza sobre las experiencias de los mejores laboratorios del mundo y presta atención al entorno.
Así, Lidherma se fue adaptando a las tendencias y a las demandas de cada época. Hace ocho años lanzó una línea de cosmética para varones y luego volvieron todas sus líneas gender free, hacen productos veganos, no testean en animales y también desarrollaron maquillaje híbrido, con activos tratantes. “No está en el ánimo de Lidherma hacer algo porque está de moda –aclara Patricia–, pero sí tomar lo mejor de cada mundo y dar respuestas a las necesidades con nuestra impronta”.
Hace cinco años, además, introdujeron un nuevo concepto en los canales de venta: el Lidherma Skin House. “Los productos Lidherma no eran para comprar en farmacias ni en perfumerías. Mucho menos en un supermercado”, explica Dermer. “Así surgió la idea de una tienda a nuestra medida, para ofrecer una experiencia completa de asesoramiento”. Son pequeños comercios estratégicamente ubicados, ya hay casi 70, y solamente el año pasado se abrieron 17.
Es que la pandemia fue un hito para la marca. “La falta de contacto físico nos llevó a darle otra dimensión al ritual de ponernos una crema, de recibir esa caricia. Nos dimos cuenta de que la gente aislada ansiaba cuidarse y mimarse y nos pusimos a trabajar para satisfacer esa demanda”, comenta. “Por otra parte, los cambios en la alimentación, el uso de barbijo y el alcohol en gel, además del estrés y de la luz azul de las pantallas, trajeron muchos problemas de piel. La altísima exposición en primeros planos en zoom generó la necesidad de lucir mejor”. Creció un 40% la venta de productos durante el año en que el coronavirus llegó a nuestras vidas y nos produjo una transformación radical, un cambio de piel como el que tuvo la valentía de hacer Patricia Dermer, a sus 40 años, cuando adivinó un cofre de oro en una cajita de metal dorado.
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