La Nación Economía: Hacemos cosas porque subestimamos los costos

Hacemos cosas porque subestimamos los costos

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Las mujeres no tienen idea exacta de lo que significa ser madre, hasta que no tienen a su hijo en brazos; los autores no tienen idea exacta de lo que les costará terminar el libro cuando comienzan a redactarlo; ni los deportistas tienen idea exacta de los sacrificios que tendrán que hacer para intentar llegar a la cima. Por eso tenía razón Albert Otto Hirschman, cuando afirmaba que los seres humanos hacemos cosas porque subestimamos los costos. Como todo hecho, éste admite malas y buenas lecturas.

Al respecto consulté al estadounidense Howard Raiffa (1924-2016), quien estudió matemáticas en la Universidad de Michigan, donde Morris Albert Copeland, imitando a Robert Lee Moore, prohibía consultar la literatura existente. De manera que sus alumnos no estudiaban matemáticas, sino que las hacían. El fallecimiento de Abraham Wald, ocurrido en un accidente aéreo, le generó la oportunidad de enseñar en Columbia, donde, según sus propias declaraciones, algunos alumnos sabían más estadística que él. Luego se trasladó a Harvard. Es autor de once libros, entre los cuales se destaca Juegos y decisiones, escrito en colaboración con Robert Duncan Luce, publicado en 1957.

–En la evolución de su pensamiento usted habla de una suerte de conversión religiosa. ¿A qué se refiere?

–Mientras estudié estadística nadie mencionó a Thomas Bayes, la inferencia se analizaba según la perspectiva de Jerzy Splawa Neyman y Egon Sharpe Pearson, quienes crearon el esquema denominado error tipo I, error tipo II, al cual usted, De Pablo, es tan afecto. Comencé enseñando lo que había estudiado, pero me desilusioné. Pasar de Neyman y Pearson a Bayes fue una suerte de conversión religiosa, que no ocurrió de la noche a la mañana, pero como mis colegas se oponían de manera tan violenta al uso de probabilidades subjetivas, me transformé en un subjetivista que trabajaba dentro del armario. A comienzos de la década de 1960 comencé a pensar más como analista de las decisiones que como estadístico.

–¿Cuál es su enfoque preferido?

– Me veo a mi mismo como un analista de las decisiones, convencido de la utilidad de utilizar las probabilidades subjetivas. Me interesa analizar decisiones relacionadas con problemas económicos reales, no con creaciones artificiales donde se trata de aceptar la hipótesis nula, es decir, la que sugiere la desconexión entre las variables. Nobleza obliga: desconociendo la división filosófica entre objetividad y subjetividad y con poco conocimiento matemático, Robert Osher Schlaifer inventó, desde cero, la teoría de la decisión de raíz bayesiana.

–A propósito de las decisiones, le quiero consultar sobre la relevancia del “principio de la mano escondida” planteado por Hirschman.

–Emuló el “principio de la mano invisible” planteado por Adam Smith. Cuando el Banco Mundial llevaba un par de décadas financiando proyectos de inversión en algunos de sus países miembros, Hirschman eligió una docena de dichos proyectos, referidos a diferentes sectores y ubicados en distintos países, y leyó las consideraciones que tuvo el Banco para decidir financiarlo.

–¿Y qué hizo entonces?

–Visitó a cada uno de ellos, permaneciendo en cada lugar entre cuatro y seis semanas, recorriendo las instalaciones y hablando con los directivos. Publicó los hallazgos y las correspondientes conclusiones en un pequeño libro, titulado Revisión de la evaluación de proyectos, que publicó en 1967.

–¿Cuál fue el principal hallazgo?

–Que los proyectos de inversión que resultaron exitosos lo fueron por quien estuvo a cargo de cómo enfrentar los cientos de desafíos que aparecieron en la práctica y que no habían sido previstos. El principio de la mano escondida dice que si los evaluadores hubieran tenido presente cada uno de los desafíos que aparecieron de manera inesperada, el proyecto nunca se hubiera llevado a cabo. En otros términos, nos animamos a hacer cosas, porque subestimamos los costos. En la evolución exitosa de los proyectos de inversión, quien está a cargo recién conoce la energía que tiene cuando las circunstancias lo ponen a prueba.

–¿Podría ilustrar esto con algunos ejemplos?

–Se me ocurren un par que por su tamaño son muy conocidos. Me refiero a la apertura de los canales de Suez y Panamá. Seguramente que durante décadas, quizás siglos, se decía que había que abrirlos, para reducir de manera significativa los costos y los tiempos del transporte; pero recién se los pudo encarar cuando se contó con suficientes recursos. Lea los libros de historia y verá todos los desafíos que hubo que enfrentar para construirlos.

–Los funcionarios subestiman los costos, pero también pueden subestimar los beneficios.

–Efectivamente, porque como la imaginación es limitada, no pueden incorporar al análisis los nuevos usos de los productos que se van a fabricar, los nuevos mercados en los cuales se van a vender, etc. Quien en 2018 agrandó una fábrica de alcohol en gel, o de barbijos, no puede argumentar que lo hizo porque sabía que, como consecuencia del coronavirus, sus ventas iban a aumentar de manera significativa.

–El principio de la mano escondida admite malas y buenas lecturas.

–Comencemos por las primeras. Hirschman no pregona la apología de la ignorancia, es decir, no dice que hay que realizar inversiones sin el correspondiente análisis. Es cierto que toda inversión comienza por un acto de entusiasmo, pero tiene que ser complementado con el correspondiente análisis. Lo que dice el principio de la mano escondida es que, el mejor análisis imaginable de un proyecto de inversión, demanda la atención focalizada y permanente de quienes están a cargo.

–¿Alguna otra mala lectura?

–Pensar que no hay que preocuparse por cuán buena o mala o por cuán congruente o incongruente es una política económica, porque total la iniciativa privada es tan, pero tan grande, que es capaz de neutralizar los errores. En el extremo, una política económica equivocada puede generar suicidios, quiebras, etcétera. Sin ir al extremo, caída en el empleo, los salarios y los beneficios reales, etcétera.

–¿Cuál es la buena lectura?

–La que surge de la introspección y de las lecturas de la historia. Si el 20 de marzo de 2020 el presidente Alberto Ángel Fernández hubiera anunciado cuánto iba a durar la cuarentena, habríamos dicho que iba a ser “imposible de aguantar”. Además de lo cual, es notable la frecuencia con la cual en los medios de comunicación se afirma que “la gente no da más”, que “estamos viviendo al límite”, etcétera.

–Pero, cómo… ¿no es así?

–Los seres humanos somos diferentes, de manera que la respuesta no puede ser única. Pero es cierto que, cuando miramos para atrás, observamos todo lo que hicimos y, seguramente, no habíamos pensado que íbamos a ser capaces de hacerlo.

–Don Howard, muchas gracias.

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