Es peor la película que la foto
opinion
“Por supuesto que la foto fue un error, el evento social fue un error, pero hay que ver la película y no la foto”, dijo la ministra de salud, Carla Vizzotti, al anunciar el regreso del público a las canchas de fútbol y la llegada de un cargamento de 580 mil dosis de vacunas Pfizer.
“La película compensa el error”, remarcó la funcionaria, para intentar alejarnos de la foto donde se ve al Presidente cometiendo un delito, no un error, al celebrar el cumpleaños de su pareja cuando él mismo había dictado las normas que impedían hacerlo y cuando, además, trataba de “idiotas” a los que osaran incumplirlas y amenazaba con llevarlos ante un juez. No conforme con su débil defensa, Vizzotti añadió que “no hay ningún argentino que no haya cometido un error”, igualando la inconducta del Presidente con el respeto que tuvieron por la ley miles de adultos mayores que se vieron impedidos hasta de poder ver a sus nietos por casi un año. Incumplir las normas impuestas para el control de la epidemia, de acuerdo a esta comparación de la máxima autoridad sanitaria, entonces nunca fue un delito. Los autores de las reglas y encargados de controlarlas nunca creyeron en ellas.
Horas antes de ser invitados por la Ministra a recorrer la película de toda la pandemia, supimos que Alberto Fernández, para evitar la imputación que prepara el fiscal Ramiro González, propondría “donar parte de su sueldo” al Instituto Malbrán sin que eso signifique asumir el delito. Si bien es un artilugio legal basado en un mecanismo de solución anticipada de conflictos penales que suele utilizarse, es una mala señal que el propio Presidente se muestre como alguien que puede juzgarse y dictarse la pena. El Presidente trataría de evitar, de esta manera, terminar frente a un juez como él mismo dijo que terminarían “los idiotas”.
Pero dejemos la foto de lado, hagamos caso a Vizzotti y hablemos de la película que al parecer les designó un mismo guion a todos los que se manejaron al borde de la inmoralidad durante este difícil proceso que vivimos los argentinos: ante una denuncia sobre una situación ilícita, todos los protagonistas deberán desmentir, negar o desconocer de inmediato los hechos que se les imputan. Ese fue el libreto. Así lo hizo el Presidente, que ocultó durante más de un año el festejo y negó la denuncia hasta que la evidencia pudo más que su palabra. Lo mismo había hecho la Ministra de Salud cuando salió a la luz la existencia del Vacunatorio VIP. Inmediatamente dijo que “desconocía totalmente” que hubiera vacunaciones irregulares, tanto en la sede del Ministerio como en el Hospital Posadas. Luego tuvieron que publicar una lista escueta e insuficiente, pero reconociendo el favoritismo que tuvieron algunos allegados al poder.
¿Quién podría creer que la entonces Secretaria de Salud pudiera desconocer que en un despacho del Ministerio se vacunaba clandestinamente? De hecho, cinco funcionarios de su entorno, todos menores de 50 años, recibieron la Sputnik V bajo esa modalidad: Analía Rearte, directora nacional de epidemiología; Juan Pablo Saulle, coordinador logístico del mismo órgano, Analía Aquino, asesora de la Secretaría; Alejandro Costa, subsecretario de estrategias sanitarias, y Juan Manuel Castelli, director nacional de control de enfermedades transmisibles. Costa, además, fue el encargado de vacunar a domicilio a la familia de Eduardo Duhalde. Pero no fue solo eso: un día antes de que se conociera el escándalo, los padres de la actual Ministra de Salud fueron vacunados en la localidad de Escobar, según surgió en el Sistema Integrado de Información Sanitaria Argentino (SISA) al que accedió LA NACION en su momento. Además de tener la suerte de estar entre los primeros argentinos que se vacunaron, sería bueno saber dónde votarán los padres de la funcionaria en las próximas elecciones, ya que en ese momento figuraban con domicilio en CABA, muy lejos de Ingeniero Maschwitz donde recibieron la dosis. Una irregularidad más que aparece en la película dentro de uno de los hechos más indignos que nos regaló la política, como fue el Vacunatorio Vip, y que obligó a Ginés González García a renunciar a su cargo.
También hubo privilegios en varios distritos manejados por el oficialismo, donde jóvenes militantes kirchneristas se vacunaron mientras nuestros adultos mayores esperaban en sus casas encerrados por miedo a un contagio que para ellos podría ser letal. Así fue como pudimos ver a cientos de militantes celebrando con los dedos en V posando para las fotos en imágenes que recordamos porque también fueron parte de esta película de privilegios que el oficialismo nos regaló todo este tiempo. Sin temor a exagerar, estos procederes replican lo que hemos visto en muchas películas o leímos en novelas que hablan de pandemias o de situaciones cercanas al apocalipsis. Allí, las castas del poder, los tramposos, los corruptos, los adinerados, imponen su autoridad para llevarse una vacuna o facilitar al resto de los suyos su salvación. Aunque irrite la comparación, algunos de los comportamientos observados cuando las vacunas escaseaban, se asemejan a eso.
Pero si vamos a una de las primeras partes de la película, debemos reparar en el complicado y desacertado proceso de adquisición de vacunas. Mientras este martes se anunciaba que para la primera quincena de septiembre llegarán al país las primeras 580 mil dosis de Pfizer, muchos volvimos a recordar que tuvimos disponibles desde fines del año pasado 11,3 millones de esas vacunas y se hizo todo lo posible por no comprarlas. Ahora, 10 meses después, la escena del anuncio de gestión por la llegada de un lote de estas vacunas, las primeras en el mundo aprobadas ya sin el carácter de “emergencia”, es presentada como una foto que sí debemos ver antes que la evidencia de mala praxis en la gestión que nos muestra gran parte del argumento de la película.
Con más de 110 mil muertes, la mayoría sucedida durante este año cuando ya había vacunas en el mundo que nos dimos el lujo de rechazar, como las del Fondo Covax que también tuvimos a disposición, es imposible no reparar en esa parte de la historia donde el Gobierno nos condenó a vacunarnos durante los primeros meses a cuentagotas porque el “proyecto ruso”, cuya suerte preocupaba a nuestros gobernantes, como lo señaló en su misiva Cecilia Nicolini, una de las partes no cumplía con lo pactado. Resultado: llegamos a septiembre con menos del 30% de la población vacunada con el esquema completo, mientras que Chile y Uruguay, con más del 70% de su población en esa situación, ya comenzaron a aplicar una tercera dosis de refuerzo ante la llegada de la contagiosa cepa Delta.
Las últimas escenas no muestran una explicación oficial convincente sobre los 5 millones de dosis que no se aplican y que llevaron al Dr. Eduardo López, integrante del comité de asesores del Presidente, a señalar esa situación como “fracaso de gestión”. El prestigioso médico, jefe de la División Clínica del Hospital Ricardo Gutiérrez, ya había advertido reiteradas veces sobre otras de las falencias de la estrategia sanitaria oficial: la poca cantidad de testeos realizados.
El libro de visitas de la Residencia de Olivos es otro acto más que debemos mirar antes que la foto, como nos pide la funcionaria. Hasta Dylan, la mascota del Presidente, tuvo la suerte que no tuvieron 10 millones de chicos, que se mantuvieron alejados de la escuela, y recibió adiestramiento personalizado y a domicilio.
Quizá la foto del escándalo tuvo un impacto inesperado para el Gobierno porque se conoció en vísperas de elecciones, y porque hoy resuenan más el dolor y la frustración en un vasto sector de la sociedad sobre la gestión de gobierno para contrarrestar la pandemia. Pero no fue la única foto; fue una imagen más de tantas, que puestas una detrás de otra conforman la película que hoy nos invita a ver el Gobierno.
Una historia donde la mentira, el ocultamiento y los privilegios no solo redundan en un notable fracaso de gestión sanitaria, sino donde, además, estos sucesos, tuvieron más protagonismo que la honorabilidad y la palabra.
Pero, aun así, es una película que vale la pena ver también para recordar.
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