Drácula, el musical: actores enojados, desesperación y un poco de suerte
teatro
Era febrero de 1991 y Pepe Cibrián Campoy acababa de fundirse. “Yo venía de producir el musical Las dulces niñas con 10 mil dólares, un Fiat Duna y una casa hipotecada, que fue un fracaso total. Estaba desesperado, no sabía cómo iba a salir de esa situación. Entonces se me ocurrió llamarlo a Tito Lectoure, el dueño del Luna Park, no para hacer algo allí, obviamente, sino para que me produjera algo en un teatro”, recuerda el hacedor de tantísimos espectáculos. “Él me atendió por teléfono y me concedió una entrevista para el otro día pensando que yo en realidad era mi padre (el gran José Cibrián). Al principio me alegré, pero después me di cuenta que no tenía la menor idea de lo que le iba a ofrecer. Y de la nada surgió Drácula, si bien no había leído la novela de Bram Stoker ni había visto muchas películas sobre el personaje porque la sangre me da asco. O sea, tenía todo en contra. No obstante, a Tito le inventé por completo una obra que no existía. Y él, para mi sorpresa, me respondió: ‘Mirá, desde el 29 de agosto tengo 40 fechas libres del Luna Park. ¿Te animás?’. Yo, en vez de desmayarme, le dije que sí y así empezó la historia de Drácula, el musical”. Un historia de desesperación, necesidad, confusión, repentismo y valentía; y, también, por supuesto, de muchísima creatividad, pasión y talento, que este 29 de agosto cumple 30 años.
Si bien Tito Lectoure aportó sin miramientos el millón de dólares que demandaba la producción, el espectáculo cargó desde un comienzo con una espada de Damocles muy difícil de sobrellevar: no existía en los papeles. Como no había ni libro ni letras ni música, hubo que hacer todo junto (“sin repetir ni soplar”, bromea Cibrián Campoy) mientras se tomaban las audiciones y luego, a través del exhaustivo período de ensayos. Fue una suerte de workshop de cuatro meses, durante el cual todo cambió mil veces y más aún.
El llamado de Mariano Mores
El primer tema a resolver fue quién se encargaría de la música y, de hecho, así se convertiría en el coautor del musical. El elegido fue Ángel Mahler. “El proyecto fue idea de Pepe, pero yo me sumé enseguida porque veníamos trabajando juntos hacía más de ocho años en distintos musicales, pero no éramos aún Cibrián-Mahler. Eso fue después del estreno de Drácula. Fue la manera de asegurarnos el uno al otro el sueño de ser una dupla creativa como la de Rodgers y Hammerstein, y la de Webber y Rice, entre tantas otras. Y sin dudar lo fuimos a partir de ahí hasta 2016, año donde cada cual siguió su camino”, recuerda el coautor de El jorobado de París, Las mil y una noches, El retrato de Dorian Gray y El fantasma de Canterville, entre diversos títulos del binomio. De todos modos, a último momento, otro podría haber sido el responsable musical de Drácula. “Al día siguiente de haber cerrado trato con Ángel me llamó Mariano Mores entusiasmado y me ofreció ser el compositor. Casi me caigo del asiento, pero me atuve a mi compromiso original y, luego de darle las gracias, le dije que no”, asegura Cibrián.
El Drácula que no fue
A las audiciones se presentaron más de 1500 aspirantes para cubrir los seis papeles principales, los 34 secundarios y los 22 destinados a conformar el pueblo, quienes debieron pasar por ocho pruebas distintas, de cuatro a seis horas cada una. Todos eran ignotos, jovencísimos y muchos de ellos sin ningún tipo de antecedentes. Estaban, por ejemplo, Damián De Santo (quien daba vida al Drácula del final, convertido en monstruo en la tumba), Alejandra Radano, Omar Calicchio, Gustavo Monje, Lidia Borda, Graciela Tenenbaum, Marcelo Trepat y Coni Marino (quienes luego de Drácula desarrollaron importantes carreras). Según indican Cibrián y Mahler, todos fueron juzgados con la misma vara y quedaron los más aptos para interpretar cada personaje. Aunque no todos fueron la primera opción. Como Juan Rodó. Para el papel principal, el de Drácula, había sido seleccionado originalmente el tenor Diego San Clemente; incluso llegó a ensayar un mes y hasta realizó una “pasada” informal para Tito Lectoure, su tía Ernestina y los padres de Pepe Cibrián, Ana María Campoy y José Cibrián. Ahí se suscitó el problema. “Él era una persona muy encantadora, educada y gentil, pero a la vez tenía una cierta inseguridad en relación al personaje, entonces tomaba mucho té envuelto en una toalla y se lo pasaba corriendo de un lado para el otro. Después cometió una tontería en una grabación y le dije que no la volviera a cometer. Hasta ahí todo bien, pero finalmente, cuando un día hicimos un ensayo informal, sin ropa ni luces y sonido, Ángel me avisó que no se sentía bien. Pensé que estaba nervioso, pero no, en realidad estaba enojado. Me dijo: ‘Yo no tolero que me humillen, así que me voy’. Insistió tanto con eso de irse que me cansé y le dije: ‘Bueno, esa puerta que ves ahí es la salida de actores, si salís por ahí y cerrás esa puerta no volvés más’. Y así hizo. ¿Y qué es lo que lo había ofendido tanto? Que no le habían permitido saludar a mis padres después del ensayo”, explica Cibrián.
La deserción, a un mes del estreno, cayó como una bomba en la oficina de Tito Lectoure, pero Cibrián ya contaba con un as debajo de la manga: el nombre de Juan Rodó, quien tenía asignado el papel del enamoradizo Jonathan. “¿Te parece ese chico tan flaquito y con rulitos?”, dudó Lectoure, pero Cibrián fue raudo a darle la noticia al elenco y la suerte de Rodó cambió para siempre. ¿Acaso alguien se podría imaginar hoy a “Drácula” sin él? Sucedió lo que muy pocas veces ocurre en el mundo del espectáculo: que un reemplazo de último momento se convierte en una estrella.
“Mi vida antes de Drácula transitaba por los primeros pasos en la lírica. Había debutado dos años atrás en la ópera Rigoletto, en el Teatro Argentino de la Plata, y me encontraba tratando de afianzar mi voz. Paralelamente a eso trabajaba como profesor de música, en dos colegios primarios, y así me ganaba la vida. Drácula me dio el gran espaldarazo, me catapultó como actor-cantante. Hasta entonces desconocía el género, honestamente no sabía lo que era un musical; es más, por el poco conocimiento que tenía pensaba que era un género menor, comparado con el arte de la lírica. Pero supe comprobar con Drácula que el musical era una combinación de música contemporánea con gran despliegue actoral y recursos vocales que eran muy similares a los de la ópera, por lo menos en este estilo de musical, que estaba más emparentado con, por ejemplo, El fantasma de la ópera. Es indudable que Drácula fue un antes y un después en mi carrera y en mi vida porque a partir de ahí todo cambió radicalmente”, razona Rodó a 30 años de aquella oportunidad.
A lo largo de todos estos años Rodó protagonizó todas las temporadas y las giras a lo largo del país y en el exterior (excepto una por Brasil). “Las hice incluso cantando enfermo, con tos y laringitis, y hasta rengo, porque la gente me amaba y me quería ver en todos los lugares donde nos presentábamos. Me sentí obligado a trabajar aún en condiciones no ideales por respeto al público. Sólo dejé de hacer dos funciones en 2007, cuando murió mi madre, por eso puedo decir que he sido un Drácula muy presente, por no decir directamente el único”, expresa quien también supo ser el protagonista de otras obras del tándem Cibrián-Mahler y de éxitos importados de Broadway, como La Bella y la Bestia, Los miserables y Jekyll & Hyde.
Las mujeres del conde
Drácula fue también una gran oportunidad y trampolín hacia el reconocimiento del público y la crítica para Cecilia Milone y Paola Krum, seleccionadas en el riguroso casting como Mina Murray y Lucy, los dos papeles protagónicos femeninos del musical, y objetos de deseo del conde de Transilvania. Previo a este espectáculo, una trabajaba como recepcionista en un estudio jurídico y la otra, como camarera en un local de comidas. “Tengo la sensación de que mi vida empezó con Drácula, como si todo lo anterior hubiera sido una larga espera. Desde muy chica lo único que anhelaba era estar sobre un escenario. Por eso siempre festejo mi aniversario como artista cada 29 de agosto, porque allá por 1991 en el Luna Park, junto a Drácula, nací profesionalmente y comencé a vivir la vida que siempre había soñado”, asegura Milone, quien luego conoció la popularidad en ficciones televisivas como Con pecado concebidas, Gasoleros y Poné a Francella y se convirtió en una gran cantante solista.
Paola Krum ingresó al mundo Drácula con sólo 19 años, pero no era una novata. Había estudiado actuación con Lorenzo Quinteros, Lito Cruz y Agustín Alezzo, además de haber formado parte del elenco de Juegos a la hora de la siesta, en el circuito del off Corrientes. “La verdad es que caí a las pruebas muy de casualidad. Fui a acompañar a un amigo mío, con el que habíamos hecho un infantil, y no tenía ninguna intención de participar en un musical. No me parecía que era mi ámbito. Y ahí los productores me dijeron por qué no me quedaba a la audición, y finalmente lo hice por pura diversión. Así viví toda la experiencia de las pruebas, sin grandes expectativas ni presiones. Hasta que quedé elegida como Lucy, algo totalmente inesperado”, relata la actriz. Lo asombroso de su caso es que si bien contaba con conocimientos de baile (había estudiado varios años en el Teatro Colón hasta que un accidente truncó su carrera), no tenía ninguna preparación como cantante y su papel, vocalmente, era muy exigido. “En un principio todo era muy ajeno para mí, era un contexto de cantantes que vocalizaban y hacían cosas que yo no había visto en mi vida, pero luego pasó a ser un lugar de observación y de descubrimiento, incluso de mí misma –agrega–. La responsabilidad vino después, cuando me dijeron que Lucy era para mí, entonces fue el comienzo de un entrenamiento vocal muy fuerte y ahí tuve la suerte de contar con Juan Rodó, que fue un alma caritativa, que no sólo me ayudó a aprender a sostener vocalmente toda una temporada sino a superar mis temores. Como yo nunca había cantado ni siquiera en una reunión familiar a veces ingresaba al escenario con la horrible fantasía de que directamente no me iba a salir la voz”, confiesa quien después siguiera deslumbrando en musicales como Mi bella dama y Aplausos e iniciara una intensa y galardonada carrera como actriz dramática en teatro, cine y televisión.
Aunque con el correr de los años y las temporadas, hubo otras Minas y otras Lucys, Cibrián guarda el mayor elogio para ellas dos, las originales. “No me olvido de cuando vi por primera vez a Paola en el escenario del Luna Park, estaba vestida con una suerte de overol de danza y me pareció tan bella y tan mona que quedé impactado. Luego la escuché cantar, como suele cantar ella, muy a lo Maurice Chevalier, ya que es una mujer entonada y con una gran personalidad. Yo creo que fue la mejor Lucy de todas porque ella es una actriz grandiosa, entonces le sumaba a una voz sin estridencias una gran pasión como actriz; era brutal verla, era una especie de fuerza de la naturaleza; como también lo era Cecilia. Desde el vamos supe que Cecilia era Mina porque era como la novia de Popeye: flaquita flaquita flaquita, pero con una elegancia… y cantaba como los dioses”, asegura Cibrián, quien se caracteriza por reconocer a simple vista el potencial de los nóveles intérpretes.
Si el trío protagónico fue fundamental para el éxito de Drácula, la música no le fue en zaga ni tampoco quienes la ejecutaban. Ángel Mahler no sólo se encargó de componer la música de los 50 temas del espectáculo sino en dirigir noche tras noche la orquesta que, en la primera temporada en el Luna Park, estuvo integrada por 18 músicos y en la segunda, por 23. Sólo en tres ocasiones le cedió la batuta a otros directores. En la época del Luna Park a Gabriel Giangrante, luego a Eduardo Vaillant (en el teatro Ópera) y a su hijo Damián Mahler, en 2011, durante la temporada festejo por los 20 años de la obra, en el teatro Astral.
El primer Luna Park
Junto a Rodó, Milone y Krum, en el histórico estreno de Drácula en el Luna Park, también participaron en papeles protagónicos Pehuén Naranjo como el profesor Van Helsing; Martín O’Connor (hoy uno de los pilares del grupo Les Luthiers) en el papel de Jonathan; y Laura Silva, como la nodriza Nani, “quienes se adueñaron de sus roles y los hicieron propios y también al revés, dejando a sus personajes vivir y expresarse a través suyo”, al decir de Mahler. Todos recibían ovaciones al finalizar cada función. ¿Pero cómo fue la primera vez que salieron al escenario y se encontraron con el estadio colmado de público?
“Había ido varias veces al Luna Park con mis padres a ver diversos espectáculos, así que conocía muy bien esa platea, pero 5500 personas ovacionándonos, todas juntas y vistas desde el escenario es la sensación más extraordinaria que viví en mi vida”, asegura Milone y agrega: “Y todo lo que intente poner en palabras con respecto a la noche del debut de Drácula no lograría transmitir completamente lo que sentí. Recuerdo que Pepe me retaba porque yo hacía un gesto con las manos como deteniendo el aplauso. Es que era demasiada la emoción, me calaba el alma”.
En total Drácula realizó cinco temporadas en el Luna Park: en 1991, 1992, 1994, 1997 y el 2000. Luego completó otras dos en el teatro Ópera, en 2003 y 2007 y un par en el teatro Astral, en 2011 y 2016; y también hubo una en el teatro Roxy de Mar del Plata, en 1993, y otra en el teatro Del Lago de Villa Carlos Paz, en 1999. Asimismo, el espectáculo recorrió todo el país, a través de seis giras nacionales, en 1992, 1998, 2003, 2007, 2008 y 2011. Por último, cruzó las fronteras y supo de dos temporadas en Chile, en 1992 y 2008, una en Brasil, en 2000, y otra en España (Barcelona), en 1994, pero que contó con elenco local. Según estimaciones de Cibrián y Mahler, Drácula fue visto a lo largo de los años y de las geografías por 3.500.000 espectadores y tuvo una recaudación general de 70 millones de dólares. Sin dudas un récord absoluto para una obra argentina.
Las anécdotas
Es de imaginar que en el devenir de tantas funciones y viajes por el país y el mundo sus artífices hayan acumulado anécdotas de todo tipo. ¿O no? “Claro que sí”, asegura Milone. “Recuerdo que en una escena me tenían que robar una capa, y lo hicieron nomás, pero con la capa se llevaron incluido el postizo del pelo y así quedé cantando todo un tema”. Rodó aún tiene muy vívido el momento que debió transitar durante la primera gira de Drácula, más precisamente sobre el escenario del teatro Auditorium de Mar del Plata. “Estaba en la escena del castillo, donde aparecen unos candelabros con velas prendidas, y en el medio de la escena se cortó la luz. Nos quedamos solos con Martín O’Connor, quien interpretaba a Jonathan, sin saber qué hacer o cómo seguir. Si bien todo el teatro había quedado a oscuras, a nosotros se nos divisaba por la iluminación de las velas. Era un papelón. Hasta que a Martín se le ocurrió soplarlas y entonces, ya con las velas apagadas y a tientas, hicimos mutis por el foro”.
Pero tal vez la que más le quedó grabada es aquella que le enseñó a pensar dos veces antes de quejarse de un compañero de trabajo. “El problema fue con los actores que encarnaban a los monstruos de Drácula, quienes por marcación tenían que hacer unos sonidos raros; con el correr del tiempo estas ‘mascotas’ eran cada vez más ruidosas y más sonoras, lo cual a mí me molestaba porque así me costaba cantar, ya que sus gritos se metían en el micrófono y no escuchaba mi voz. Un día me enojé muchísimo y me quejé ante la producción. Entonces les dijeron a ellos que bajaran el volumen. A la función siguiente me encuentro con lo opuesto, con un silencio sepulcral y ahí los veo a todos con dos curitas pegadas en cruz sobre la boca, ofendidísimos, como si les hubieran prohibido cantar. Tuve que hacer todo ese tramo del espectáculo al borde de la tentación. Ellos se vengaron y lo hicieron muy bien, porque fue una escena vacía de sonidos y ahí quedó demostrado la importancia de sus trabajos”.
Broadway: no way
–En algún momento se dijo que Drácula desembarcaría en Broadway. ¿Ese rumor tuvo algún asidero? Y si lo tuvo, ¿por qué finalmente no se concretó el estreno en Nueva York?
Ángel Mahler: –Las chances fueron ciertas y por eso viajamos con Tito Lectoure y Pepe a Nueva York. Pero en aquel momento era tal el suceso de Drácula en la Argentina… y con aquello de la convertibilidad a Tito no le cerró el negocio. Esa es mi visión. Pepe y yo no tuvimos nada que ver con su decisión, no éramos los productores del musical, sólo los autores. Hubo otras posibilidades de exportar el musical pero se malograron. Una fue llevarlo a México, donde la puesta en escena que se había preparado era algo sin precedentes. Fui personalmente y elegí a todo el elenco. Aún recuerdo a algunos de los artistas que había seleccionado, actores fabulosos con grandes voces. Y a pocos días de empezar los ensayos se frenó el proyecto por decisión de la producción mexicana al surgir un problema con el teatro. Una pena.
Pepe Cibrián Campoy: –En realidad hubo dos tentativas de llevar Drácula a Broadway. En la segunda vinieron directamente ellos a la Argentina a conocer de cerca el fenómeno. Luego de que vieran la obra fuimos a comer a Edelweiss y empezaron diciendo que les había encantado y que esto y lo otro era una maravilla, hasta que aparecieron los peros… “Pero –dijeron– ustedes son latinos y entonces la forma de expresión… tendríamos que bajarla un poco, darle un tono más bajo, más anglosajón”. Yo lo entendí y les respondí: “Bueno, bárbaro, puede ser”. Pero después siguieron con… “y además el personaje tal está un poco fuera de lugar y la coreografía de tal escena habría que cambiarla y la escenografía de aquella otra también”. ¡De golpe había que cambiar todo! Entonces les dije: “¿Por qué no hacen ustedes su Drácula y me dejan de joder?”. Los mandé a la mierda y chau Broadway.
Cibrián-Mahler: la separación
La última vez que Drácula subió a escena fue en 2016, en el teatro Astral, para festejar las bodas de plata del musical, en una temporada programada en principio para los meses de verano, pero que luego se extendió hasta mitad de año dado el innegable éxito de la misma. A pesar de que competía con estrenos de importantes calibres, se mantuvo primera en espectadores y recaudación durante todo el semestre. Envalentonados por el fenómeno que no decaía a pesar de los años, Cibrián y Mahler soñaron con la fiesta de cumpleaños ideal para Drácula: una función extraordinaria en el Teatro Colón el lunes 29 de agosto, a exactos 25 años del estreno de su querida y exitosa criatura.
Pero el evento no se llevó a cabo y el binomio Cibrián-Mahler se disolvió. Hubo varias versiones al respecto, sobre todo de la separación. Mientras que algunas se centraron en cuestiones económicas, otras ponían el acento en las opiniones públicas de Cibrián sobre la gestión de Mahler como ministro de Cultura de la ciudad de Buenos Aires. Al respecto, Mahler asegura: “Lo del Colón no se hizo por dos factores… un día se comunicó conmigo una productora y me dijo: ‘Esta es la oportunidad de ganar dinero’, a lo cual yo le respondí que jamás hicimos Drácula por dinero. Por otro lado, el teatro Colón es un teatro lírico y no es el ámbito para un musical, de hecho cuando se usa amplificación suena muy mal. En cuanto a la sociedad Cibrián-Mahler, está disuelta y en cualquier separación hay dos visiones. Entregué parte de mi vida a mantener viva nuestra marca y sigo orgulloso de que Cibrián-Mahler haya sido eso, una marca de excelencia en lo que a musicales se refiere en la Argentina”.
La versión de Cibrián dista bastante de la de su exsocio. “No festejamos los 25 años de Drácula en el Colón porque no me lo dieron para hacer la obra como correspondía. Ellos sólo me lo darían para hacer la obra en formato concierto, a lo cual me niego. Cuando Ángel me lo dijo, le contesté: ‘Pero con toda la mierda que se ha hecho en el Colón, ¿justamente Drácula, que es un símbolo en el teatro nacional (te guste o no), no se va a poder hacer allí en forma integral?’ Claro –le dije–, así sólo se iba a lucir la orquesta y vos dirigiéndola. Entonces dijo que no y efectivamente no se hizo. Me parece horroroso que no se pueda hacer Drácula en el Colón tal como fue concebido, y no lo digo por mí, lo digo en nombre del público”, expresa molesto.
30° aniversario: ¿habrá festejo?
Si bien hace cinco años Cibrián y Mahler se encuentran distanciados, se especuló con un posible reencuentro para celebrar el trigésimo aniversario del estreno de Drácula. Incluso se volvió a nombrar al Teatro Colón como posible ámbito para fumar la pipa de la paz y cobijar al menos por una noche al conde de Transilvania y toda su musicalidad. Cibrián niega la especie, pero adelanta en exclusiva un proyecto que seguramente dará que hablar: “Ya lo tengo decidido, voy a hacer Drácula a mi manera. Como Ángel no quiere ceder los derechos de la música para reponer la obra, no se va a volver a hacer de la manera original, pero sí de otra. ¿De qué forma? Mantendré el libro, las letras, la música, la orquesta y todo. Yo no puedo usar su música con la puesta original, pero…, ya verán, ver para creer. Estoy seguro que causará sorpresa. Si la pandemia lo permite estrenaremos el 29 de agosto y así festejaremos pese a todo los 30 años de Drácula. Una posibilidad es hacerlo en el Luna Park, otra en el Astral. La idea es salir de gira después y mantener viva la historia del espectáculo.
–¿Esto significa que vos y Ángel nunca más volverán a trabajar juntos?
–Yo volvería encantado. Habría que hacer terapia de grupo, eso sí, pero no creo que eso suceda… Yo desearía tener un reencuentro con Ángel, pero él no quiere. Así que por el momento no hay modo. Fueron muchos años de relación profesional e incluso hoy escucho su música y muchas me parecen alucinantes y las disfruto, y digo: qué lástima no poder seguir. Seguramente yo he cometido equivocaciones y él también. Pero cuando hay una amistad de tantos años… Me parece que yo ya bajé la cabeza para hablar con él, ¿él no puede bajarla para hablar conmigo? Ya somos grandes, habría que dejarse de joder. Ya tengo 73 años, ¿cuántos me quedan de vida? ¿15 o 20? ¡Se van en un segundo! Deberíamos trascender el enojo por el público, porque Drácula ya no es nuestro, es de la gente y forma parte de lo mejor de la historia del teatro argentino.
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