Daniel Vega, del fatídico descenso al revitalizador ascenso con River: “Hay que valorar de dónde se viene”
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Desde Cutral Co, Nequén, hasta San José, California, la vida de Mario Daniel Vega vivió etapas tan cambiantes como intensas. De su irrupción en Nueva Chicago al salto gigante hacia la vidriera de River. De campeón en Núñez a sufrir en carne propia el momento más impactante de su historia. Del profundo dolor del descenso al desahogo por ser parte de la reconstrucción. De la calma en Anorthosis Famagusta en la preciosa isla de Chipre al furor de Miami FC. Y de Tampa Bay Rowdies, con las playas de Florida, al presente en San Jose Earthquakes en California, con su amigo y excompañero Matías Almeyda como entrenador. Pero, más allá de los vaivenes, su esencia está presente: no esquiva las esquirlas del pasado. Al contrario, entiende que es necesario recordar los golpes para no repetirlos. Y eso hace al pensar en el 26 de junio de hace 10 años atrás.
“Vi el partido contra Belgrano en el Monumental con Matías, que no lo pudo jugar. Antes de que termine entramos a la cancha porque se veía venir todo. Fue muy duro, subir a la concentración, encerrarnos porque la gente se quería meter… fui uno de los últimos en irse. Me fui con Juan Pablo Carrizo y un amigo de él que me acercó a mi departamento. Yo estaba solo porque mi mujer se había ido a Neuquén. No podía creerlo, no podía hacer nada, entré en un estado de shock muy fuerte. Ni a la calle podía salir, era muy difícil todo”, rememora en un extenso diálogo para LA NACION desde Estados Unidos.
Lo que nadie podía imaginar, lo antinatural, lo inesperado… sucedió. Vega no tuvo acción esa temporada, pero integró el plantel, vivió la caída y optó por quedarse a afrontar la búsqueda del ascenso. Recién después de 363 días interminables volvió a respirar con tranquilidad. Con seis años vividos en Núñez (2007-2013), puede inflar el pecho al saber que entregó todo y disfrutar como hincha el presente. Pero siempre con una frase como bandera: “Si te olvidás de dónde viniste, de tu pasado… estás condenado a repetirlo”.
–¿Qué sensación te genera recordar ese día?
–Fue muy duro. Un golpe deportivo muy triste. Cuando volví a mi casa, empecé a pensar en lo que habíamos vivido y decía que no podía estar pasando. Ni llorar podía. Era inentendible que River descendiera. Porque pensé que íbamos a superar la promoción. Si me pongo a recordar todo… fue horrible. Y encima volví solo. Hablé con algunos compañeros, pero ni sabías si mensajearte por el dolor. Ahí te das cuenta de lo que es River.
–¿En qué momento te diste cuenta que River podía descender?
–Recién en la promoción. Yo viví toda la temporada como tercer arquero. No iba ni al banco por decisión de Jota Jota (López), pero siempre estuve presente con el grupo e hicimos una buena campaña. Estábamos clasificados para las copas, pero cuando empezamos a necesitar puntos hubo muchos que no los pudimos sacar. Al llegar la promoción, si bien jugarla ya era un golpe muy chocante y había que afrontarla, miré el partido de Córdoba por la televisión con confianza. Creía que se ganaba. Cuando nos hicieron el segundo gol fue una sensación muy fea, por cómo se dio el partido, por ver a los hinchas en el campo… y todavía quedaba la revancha. En ese momento raro empecé a sentir temor de que podía pasar.
–¿Por qué creés que pasó?
–Siempre se busca un solo culpable y está mal. O es Passarella o es algún DT… uno siempre escucha muchas cosas. River se va al descenso por campañas malas, torneos muy pobres, años donde no se pelearon cosas importantes. Eso derivó en que la última camada, que hizo un gran torneo, haya tenido que cargar y pagar lo malo que se hizo durante mucho tiempo. Los jugadores aportamos, claro. Y hubo cosas dirigenciales que llevaron al club a eso. Muchos sectores tienen la culpa. Se dice que tal persona no puede salir a la calle, o tal otra… y es una tontería. Cada uno sabe por qué tomó ciertas decisiones que hicieron que el club decayera. Porque esto fue un problema institucional. Todos por dentro saben lo que se hizo mal. Yo también asumo mi culpa de haber jugado en momentos donde no se ganaba. Todos fuimos responsables, pero después había que poner el pecho y sacarlo adelante.
–¿Cuánto les costó asimilarlo?
–Nosotros nos vamos de vacaciones y nos enteramos a los días que Matías iba a ser el entrenador. Un compañero pasaba a ser tu jefe y tenías que esperar el llamado para saber si te tenía en cuenta o no. Hubo que dar enseguida vuelta la página y estar mentalizado para ascender el mismo año o volver a vivir lo que se vivió cuando se descendió. Si no se lograba el ascenso en el primer año, a River le iba a costar mucho más años ascender. Es una mochila muy pesada que se carga… iba a ser casi imposible, como le pasó a América de Cali en Colombia, por ejemplo.
–¿Qué recordás de las primeras charlas entre plantel y cuerpo técnico?
–Lo primero que nos dijo Matías era que nos preparáramos para un año casi sin hacer nada más que entrenar y jugar. Llegó y dijo: ‘No se puede salir a bailar, a comer, a fiestas privadas… nada’. Menos si empatábamos o perdíamos. Pero igual pasaban cosas: un día hasta nos inventaron una fiesta. Estábamos comiendo un asado con la familia del Tano Vella y salió una nota de una fiesta en un barco con mujeres. Nos llamaron del club y vino una persona a comprobar si era cierto. Después iba gente a decir mentiras a los programas y no salíamos a decir nada para no generar más ruido. Uno sospecha de dónde venían esas cosas… pero no conviene decir nada. Se sufrió por todos lados. Fue duro de verdad.
–¿Cómo recordás el trato con la gente?
–La reacción de la gente desde el primer día que estuvimos de pretemporada en Chapadmalal me sorprendió muchísimo. No es demagogia, es lo que vivimos. Vinieron siempre a darnos mucho ánimo para lo que se venía. Y en esa preparación volvimos a sentir el espíritu amateur. Estábamos muy alejados de la ciudad, en un complejo, íbamos a un gimnasio que era una vieja discoteca que tenía todo armado ahí… sentimos que nos teníamos que unir como nunca para lograr el objetivo. Recibimos mucho apoyo. Nunca nos putearon. Ni siquiera algún encontronazo, nada. Fue puro aliento. Se vio en el primer partido contra Chacarita y en los recibimientos en cada provincia que eran espectaculares. Hubo muchísimo apoyo. Fue un movimiento muy grande de la gente. Nos acompañaron, nos apoyaron y fueron muy importantes.
–¿Cuánto les costó el día a día?
–En ese proceso estaba claro que no nos iban a tener paciencia y era entendible. Encima fue uno de los mejores torneos del Nacional B con seis o siete equipos importantes para ascender. Hoy se despegan dos solos y en ese año hubo muchísimos. Instituto, Rosario Central, Quilmes, Gimnasia, Huracán… si había que elegir un año, estaban todos. No había tiempo para traspiés. El torneo se llevó muy bien. Se ganó mucho, se perdió poco y siempre estando arriba.
–¿A vos te fue difícil sobrellevar ese proceso?
–Sí, no se pueden creer que las cosas que vivimos. Yo no podía salir ni a comer, había un morbo muy grande. Todos querían ver a River perder. Llegó un momento en el que no se valoraba nada. Dejé de mirar la TV. Si ganábamos, era contra nadie. Si empatábamos, era ‘cómo van a empatar’. Y si perdíamos, era un fracaso. Nunca se le dio el valor que se merece a ese torneo, pero yo recibo mucho el agradecimiento de los hinchas. Me da mucha alegría que me valoren haber estado. A mí me llena eso. No fui el mejor arquero que tuvo River y no estoy a la altura de ninguno de los grandes, pero me reconocen haberle puesto el pecho a la situación. A mí me llena eso. Y a las críticas no les doy bola. Lo que yo conseguí no me lo saca nadie. No era un momento para cualquiera. Maduramos muy rápido y lo hicimos de manera inconsciente. Cuando me dicen algo, no me llega que me digan ‘qué arquerazo’. Para mí es todo que me reconozcan haber estado ahí.
–Rosario Central 1-3 Chacarita… ¿a qué te lleva ese resultado?
–Uf. Ese domingo lo voy a recordar de por vida. Perdimos el sábado en Paraná con Patronato y era mi primer día del padre. Yo me había levantado muy temprano sin darle bola a nadie. Chacarita iba casi último, estábamos resignados. Estaba tomando mate con un desayuno que había preparado mi mujer y rompí en llanto cuando Chacarita metió el tercer gol. Imaginate lo que nosotros vivíamos que me largué a llorar de forma desconsolada, no podía parar. La miré a mi mujer y le dije: ‘El fin de semana que viene ascendemos’. Fue un día muy raro. No la estaba pasando bien, no lo disfrutaba.
–¿Qué se te viene a la cabeza cuando pensás en el 23 de junio de 2012?
–Me acuerdo que en el segundo gol me abracé con Jony Maidana, me largué a llorar y terminé el partido sin ver nada porque tenía todos los ojos llorosos. No hice muchas notas, no salí en muchas fotos y no me quedó casi nada de recuerdo porque me fui rápido al vestuario. Entré llorando, fue un desahogo terrible. Después nuestras parejas nos organizaron un festejo íntimo a los jugadores. Dentro del club no se quería festejar y se debatió mucho ese tema. ¿Cómo no lo íbamos a festejar?
–¿Cuándo dimensionaste todo lo que había pasado?
–En River es difícil. Se sabe que el club es grande. Pero no te das cuenta de lo que es hasta que estás adentro. Y si no sos parte, quizás no lo vas a entender nunca. Automáticamente pasa a conocerte todo el mundo. Yo gracias a River tengo las puertas abiertas en todos lados. River es muy, muy, muy, muy grande. Para mí es un orgullo decir que jugué en River y estoy orgulloso al ver el presente del club. Mientras más se gana, hay que darle un valor mucho más grande a ese año.
–¿Por qué creés que no se le da tanto valor a lo que consiguieron?
–No hay que olvidarse de lo malo. El fútbol es como la vida. Si te olvidás de dónde viniste, de tu pasado… estás condenado a repetirlo. Y hay veces que mucha gente no quiere hablar o recordarlo, pero es parte de tu historia y hay que bancárselo. Mirá cómo está River hoy. ¿Qué daño te puede hacer una chicana? ¿En qué te perjudica recordar cómo resurgió el club? No tiene nada de malo. El club debe recordar siempre el aniversario del ascenso. Quieras o no, es parte de tu historia. Pasa en todo el mundo. Así es el fútbol. Además, si no ascendíamos ese año, ¿qué pasaba? La historia hubiese sido diferente. Mi papá me enseñó que no hay que olvidar. Hay que valorar desde dónde se viene. Uno se siente parte de ver lo lindo que le pasa a River ahora, haber podido ver como hincha la final de Madrid con Boca… el orgullo de esa final es incomparable, es la gloria máxima. Y uno aportó un granito de arena.
–¿Creés que ese logro fue el puntapié inicial de todo lo que ocurrió después?
–Se decía que no iba a haber un mañana. Y no solo hubo un mañana, también hubo un futuro. Por eso la gente debe recordarlo. River es un país entero. Cuando vienen las malas, la presión es más grande. Es muy difícil salir de eso. Y hoy estoy muy contento por estos últimos años. Matías, cuando subimos a primera, dirigió el primer año y muchos se reían cuando decía que River iba a ser el Barcelona de Sudamérica. Y mirá después lo que fue. Es muy loco, pero hubo gente que lo presentía.
–¿Te arrepentís de algo de todo ese proceso?
–Cuando ascendimos, yo me tendría que haber ido. Me quedé un año más porque querían que siguiera. Llegó Barovero y en 2012 ya la gente quería un cambio. Se necesita normalmente la renovación de jugadores. Había pasado un momento duro y para mí estaba todo cumplido. Pero, ¿sabés lo linda que es la sensación de entrar al vestuario y ver la camiseta tuya de River ahí? Mi mujer siempre dice: ‘Si te regala una camiseta, te aprecia’. Yo no regalaba ni cambiaba mis camisetas. Me las guardaba todas, me las llevaba a casa. Nunca las quise cambiar. Quizás alguna con un amigo y un valor sentimental, pero casi nunca. El que tiene una camiseta mía que yo se la regalé, usada, de partido, es porque lo valoro mucho.
–¿La atajada contra Boca Unidos fue la mejor de tu carrera?
–Uh, justo hace poco hice un tapada muy parecida en un entrenamiento y Lechuga Roa, que estaba con nosotros en ese momento, me dijo: ‘Daniel, sacaste la misma pelota que contra Boca Unidos’. Nos acordamos de ese día, se caía el Monumental abajo. Siempre me acuerdo de esa jugada… y se la agradezco a Dios. Yo me aferré muchísimo a Dios en ese año. Ya no sabía a qué aferrarme, fue muy duro. Tuvimos gente que nos ayudaba, vinieron brujos, un pastor, de todo. Hasta nos internamos en una isla para aislarnos de todo. Hicimos mucho para poder sacar las cosas adelante.
–¿Creés que a Almeyda se lo reconoce o no tanto como se debería?
–Matías fue nuestro líder, el que nos guió. Era la voz del equipo, estaba en todo. Él siempre trató de absorber la presión. No se fue de la manera en la que debía quizás por lo que pasó con Cavenaghi y el Chori. Pero hay que agradecerle mucho. Lidió con cosas que no se saben, que no se conocen y por respeto nunca las va a decir. Él unió a River en un momento muy duro y se le pasaron 20 años en uno. Fue una de las personas que más se preocupó. Yo le tengo un gran cariño, soy amigo y hoy es mi DT. Siendo objetivo, es una de las personas a las que River le tiene que agradecer mucho. Almeyda fue la persona que hizo todo lo posible para volver.
–Diste una arenga con Rosario Central y hablabas de dejar el corazón. ¿Se jugaba con tanta presión que era imposible afrontar los partidos de otra manera?
–Mirá, ni siquiera los que jugaron la final en Madrid van a tener la presión que nosotros tuvimos. Nadie, ningún jugador. Matías preparaba muy bien los partidos, a todos nos sorprendió por su capacidad para manejar el grupo táctica y técnicamente. Pero había veces que no sabíamos ni analizábamos cómo se ganaba. Quedaba atrás muy rápido porque había que observar al próximo rival. No podías detenerte. Se corregían errores, pero era apuntar siempre al rival que viene y sostener la entrega general. Nunca nadie se enojó. Nos equivocábamos, claro. Pero al que cometía un error se lo apoyaba para sacar adelante. No teníamos tiempo para otra cosa.
–Fueron pocos los que se quedaron del descenso al ascenso y solo Maidana vivió el nuevo ciclo completo…
–Sí. Y me pone muy contento que Maidana esté disfrutando todo este momento y le hayan pasado todas esas cosas. Jony quizás era introvertido, pero siempre tiró para adelante. Como jugador es indiscutible. No he tenido la chance de hablar con él. Tenía una muy buena relación, pero no una amistad. Que él haya vivido lo que le tocó, después de lo que pasó, fue muy lindo. Le tengo una envidia sana, todos lo hubiésemos querido vivir.
–¿Te hiciste más hincha de River después de todo esto?
–Yo de chiquito era muy fanático de River. Después me encariñé con Chicago porque llegué a la pensión y me hice hincha. Pero mi deseo siempre fue jugar en River y cumplí mi sueño. A veces a los jugadores se los respeta más por los títulos y la carrera, pero yo no cambio nada de lo que me pasó. Uno cuando es chico no sueña tanto con ganar títulos. Yo soñé toda mi vida con River y nunca me imaginé llegar. Eso no me lo quita nadie. Me podrán decir que fui el peor arquero o que no estuve a la altura, pero yo me puse la camiseta de River y jugué casi 80 partidos oficiales. Son poquitos los que pueden. Fui el orgullo más grande de mi familia y tengo la suerte de poder contarle a mi hijo que yo jugué ahí.
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