Andrés Arbit, de Privilegiados. “El machista no es un monstruo. Soy yo, mi viejo, mi primo, todos”
revista brando
Un buen día, después de más de 10 años de trayectoria, a Andrés Arbit (37 años) dejaron de cerrarle las lógicas del mundo publicitario. A él, que justamente se dedicaba a filmar comerciales, empezaron a hartarle los castings y los estereotipos que plagaban los anuncios con cuerpos hegemónicos y roles bien marcados.
Toda esa incomodidad comenzó a decantar fuerte en 2014, con el nacimiento de León, su primer hijo. A partir de ese momento bisagra, la necesidad de generar contenidos con impacto social se hizo más consistente. Pero ¿qué clase de contenidos? El proceso cerraría un año después, con la primera marcha del Ni Una Menos y la certeza de que la violencia de género no era un tópico exclusivo de los feminismos y las diversidades. “Las herramientas las obtuve recién ahí”, recuerda el realizador, haciendo referencia al marco teórico y contextual con el que se topó, casi de casualidad, a mediados de la última década, y que lo cambió para siempre.
“Hasta 2015, los varones hetero cis vivimos ciegos y sin escuchar. No podíamos ver las violencias que se propician a diario contra las mujeres y las personas de otras identidades, de la comunidad LGTBIQ+. Hay algo fuerte en empezar a escuchar que murió una piba cada 29 horas, que eso se llama violencia machista, que existe la violencia simbólica, que existe la brecha de género”, puntualiza.
La marcha de 2015 puso ante sus ojos la necesidad de involucrarse también en contra de la violencia y a favor de la perspectiva de género. Como primera medida, ese año se acercó a la Fundación LGBT para ofrecer su trabajo, mientras, en paralelo, seguía haciendo spots para las grandes marcas. Además, comenzó a tomar forma su militancia en contra de la violencia de género desde su rol de varón.
Así y todo, Arbit está lejos de llamarse, a sí mismo, feminista. “¿Nos podemos nombrar feministas? Y… no, no es necesario. ¿Para qué te vas a nombrar feminista?, ¿qué va a cambiar?, la bío de Instagram, la bío de Twitter va a cambiar. Lo que realmente puede cambiar las cosas es que vos hables con tus amigos, que frenes la complicidad machista y todas sus maneras de generar violencia”, agrega.
Es por eso por lo que, junto a su colega Gustavo Gersberg y la socióloga Lucía Rodríguez, el realizador creó una agrupación que busca refutar toda la trama de conductas, complicidades, acciones y omisiones que hacen posible la violencia de género. La llamaron Privilegiados, en alusión a las ventajas y comodidades de las que gozan los varones solamente por el hecho de serlo. Con diferentes recursos que van desde charlas presenciales, talleres o piezas audiovisuales, Arbit y equipo ponen en evidencia que todos los varones se socializan en la misma cultura machista que ya, desde que son pequeños, arranca diciéndoles: “No llores, no seas maricón”.
Desde su lanzamiento oficial, en noviembre de 2018, Privilegiados creó una serie de spots dedicados a marcar los privilegios masculinos, disponibles en su cuenta de Instagram (@privilegiados_rrss). Además, realizó la campaña “Amigo date cuenta” para la Iniciativa Spotlight; elaboró un cuadernillo para trabajar la masculinidad con jóvenes y adolescentes, junto al Instituto de Masculinidades y Cambio Social, y dictó charlas y talleres en espacios educativos, sindicales, empresariales y gubernamentales, entre otros hitos de su recorrido.
Gente como uno
Si el universo de varones fuera una pirámide, podríamos decir que Privilegiados le habla al segmento que está en el extremo superior, compuesto por heterosexuales cisgénero que, por lo general, no se consideran machistas ni, mucho menos, violentos. Sin embargo, sus lógicas de socialización con otros varones y los modos en que crían a sus hijos y se relacionan con sus parejas suelen estar marcados por los mandatos de la masculinidad machista.
–Es frecuente que muchos varones no se sientan interpelados por los discursos contra la violencia de género porque no se consideran violentos, ¿no?
–Es muy fácil desprendernos de los estereotipos más extremos, del femicida, del violador. Es muy sencillo despegarse. Por eso, tratamos de llevar a los varones a sus propias vivencias. Cuando nos ponemos a hilvanar todas las situaciones que nos pueden llevar hasta el femicidio, desentendernos puede ser por ignorancia o, tal vez, por una decisión consciente, por no bajarnos de nuestra posición de poder. Hay una asimetría de poder y no queremos perder nuestra posición. No hacer nada contra la violencia de género es, por lo menos, ser cómplices por omisión. Desde lo emocional me angustia ver cómo no podemos empatizar con los números. Yo tuve que llegar hasta que me mostraran en la cara que muere una piba cada 29 horas y me cacheteen con historias como la de Micaela para salir del tupper.
En ese tupper en el que el niño Andrés creció sobran anécdotas de las que hoy no se enorgullece. Hijo de padres separados, recuerda haber sido criado bajo el mandato de “No llores, no seas maricón”. Dice que nunca vio llorar a su padre. También, que llegó a fundar un club antimujeres en su infancia –emulando un capítulo de Los tres chiflados– y que solía tener berrinches violentos. Lo que más lo apena de aquel período es haber caído con frecuencia en los chistes fáciles que denigran a la mujer, dirigidos especialmente hacia su madre.
Hoy en día, como padre, se esfuerza por reparar algo de todo aquello con una paternidad más presente y emotiva, que fomente en sus hijos otro tipo de valores. Por ejemplo, cuenta que el mayor de ellos, de 6 años, asegura que las nenas no pueden jugar al fútbol por culpa del patriarcado.
–¿Qué rol juega la crianza para lograr masculinidades no machistas?
–La crianza es clave. La masculinidad, la feminidad no vienen en nuestra sangre, no están en nuestro ADN. No nacemos masculinos o femeninos, esto es cultural y todo lo que se aprende se puede desaprender. El hecho de que te marquen de chico que no podés llorar hace que no conectes ni con tus propias emociones. Mi viejo me decía que no llore, ¿y quién era mi viejo? Mi viejo era mi héroe. Si no puedo conectar con mis propias emociones, ¿cómo voy a conectar después con tu angustia, con tu tristeza? ¿Cómo voy a empatizar con otra persona si no puedo sentir? Las chicas son socializadas de otra manera, tienen otros permisos para la emocionalidad. Eso sí: la razón es otra cosa, sigue siendo nuestra. Tampoco se les permite la violencia. Tenemos que poder criar varones desde la emocionalidad, desde permitirles llorar, desde permitirles y que se permitan equivocarse, que sepan que está bien equivocarse, que entiendan que está bien llorar y expresar lo que se siente.
–¿Qué ocurre después, en el mundo adulto? ¿De qué manera se manifiesta, en la vida cotidiana, esta masculinidad marcada por el machismo?
–Te empezás a encontrar con los micromachismos (N. de la R.: micromachismo es un término creado por el psicoterapeuta español Luis Bonino), que no quiere decir que son machismos chiquititos que no duelen, quiere decir que son machismos que son más difíciles de observar, de detectar, porque están muy implantados en nuestra cultura, en la norma, y que ocurren a veces dentro de los hogares, entonces es difícil marcarlos.
Arbit aporta algunos ejemplos bien clásicos, como la creencia de que las mujeres son las que tienen que hacer todo lo relacionado con el cuidado y con el hogar porque están mejor preparadas para hacerlo. También la reacción violenta de algunos varones ante el pedido de colaboración con alguna tarea por parte de su pareja, que corre el foco y le evita, justamente, ocuparse de esa tarea.
“Otro sería –y en este me pongo como ejemplo– cuando estoy con mi hijo y con mi hija y mi pareja me dice: «Quiero quedarme en el sillón dos horas a mirar Instagram y no hacer nada. Dejame tranquila porque tengo la cabeza quemada». Excelente. Sí, claro. El tipo progresista le va a decir que sí, pero enseguida empieza: «Che, ¿dónde está el cuaderno de León para hacer tal tarea?», «¿dónde está el teléfono de la amiguita de Julia así le escribo?», y toda la intimidad que ella te pidió se fue al tacho porque vos desde tu machismo no la dejás un segundo sola”.
–Imagino que una palabra como “micromachismo” no la habías escuchado antes de 2015. ¿Qué otras palabras se resignificaron?
–La palabra consentimiento. Es más, en Privilegiados decimos que todos los varones no somos violadores porque hay una ley que lo prohíbe. Mi papá nunca me dijo: “Si una chica no quiere, es que no”. Nosotros nos criamos con la idea de que el no es sí. Y de que si te dice que no, insistí. A los varones se nos enseñó que nuestro deseo va por sobre el de todas las identidades del planeta. ¿Por qué? Porque está el mandato, la presión de ser exitoso. Nosotros tenemos que ser exitosos, tenemos que conseguir la mujer que queremos y tenemos que hacer lo que sea para lograrlo. Y no es así. Lo que hay que entender, además, es que el consentimiento es fluido. Es un contrato que puede cambiar constantemente. No está escrito en piedra. Podemos llegar hasta la cama y, si en la cama alguien no quiere, listo. No es la frase: “Y… pero si ya estamos acá…”. O, a lo Darthés: “Mirá cómo me ponés”. Además, fijate cómo siempre la culpa es de la otra persona: “Si ya me hiciste llegar hasta acá, entonces te tenés que encargar de todo esto”. No, amigo. Ya sabemos lo que tenés que ir a hacer. No somos animales.
Arbit agrega que esta idea del consentimiento como algo fluido, que puede reescribirse permanentemente, debe ponerse a jugar no solo en las relaciones sexoafectivas, sino también en los mismos grupos de socialización masculina. Ahí en donde también existen las jerarquías, en donde hay personalidades hegemónicas y otras subordinadas y en donde las violencias simbólicas hacen lo suyo.
“Es difícil el consentimiento entre varones porque, primero, para marcarlo, tengo que parar la pelota y decir que hay algo que se está compartiendo o que se está haciendo que no me gusta. Eso en la masculinidad siempre vuelve a la defensiva y con violencia. Te lo digo por experiencia propia en grupos de WhatsApp, en resistencias. «Bueno, pero yo pienso así», te dicen. Y no es pensar así, de otra manera, no es que somos de River o de Boca. Lo que está pasando es que estás sosteniendo un sistema violento. Lo que nos pasa con el consentimiento a las masculinidades es que lo minimizamos: «ehh… pero si es un chiste, no pasa nada», «no seas maricón», «no seas cagón, bancátela»”.
Es frecuente, asegura el realizador, que al perfil de Instagram de Privilegiados escriban varones pidiendo estrategias para plantear sus desacuerdos en los grupos que integran. “El miedo presente, al menos entre los varones con los que charlé, es siempre el mismo: «No quiero perder a mis amigos por hablar sobre este tema». Como si el machismo y estas violencias fueran parte intrínseca de nuestra identidad y, si me los tocás, nuestro vínculo se va a terminar”.
“El desafío con este tema es hacernos cargo –continúa–. Porque si yo le marco algo a un varón que me conoce desde hace mucho, probablemente me vio haciendo eso mismo en el pasado y me lo va a decir. Y ahí no hay que estar a la defensiva. Para trabajar la masculinidad, los varones tenemos que agarrar el ego, meterlo en un frasquito y enterrarlo 100 kilómetros para abajo. El ego de los varones se ve muy golpeado porque tenemos el mandato de que hacemos todo bien, y con la masculinidad nos toca no saber”.
–¿Qué creés que pasa con los amigos de los violentos, los violadores o los femicidas: no ven, no quieren ver o no se quieren meter?
–Seguro ven. Alguna violencia vieron alguna vez. Pero, para mí, están muy sumidos en la idea antigua y patriarcal de que “es un tema de pareja, es íntimo, no hay que meterse”. A mí me parece que es imposible llegar al extremo de matar a alguien sin que haya habido una escalada.
–Toda la violencia simbólica de la que venimos hablando –los micromachismos, el avance sin pedir consentimiento–, ¿puede ser el preanuncio de violencias más graves?
–No todos los machistas van a ser femicidas, violadores y personas violentas, pero todo es una construcción del mismo sistema violento en el que estamos. Este sistema patriarcal termina siempre donde la curva crece y los micromachismos se intensifican: empezamos a controlar a las parejas, a controlar con quién se juntan, con quién hablan, qué hacen con su celular, con quién se conectan… Ahí estamos a muy poco de que se generen violencias todavía más graves, pero tampoco podemos decir que todos los machistas van a terminar en ese mundo. Además, al decir “todos los machistas”, parece que te estoy hablando de una tercera persona y, en realidad, te estoy hablando de mí también. El machista no es Gollum, que vive abajo de un puente y es un monstruo. Soy yo, es mi amigo, es mi viejo, es mi hermano, es mi primo, somos todos machistas.
–¿Qué costos tiene esta forma de masculinidad para los propios varones?
–Coloca sobre nuestra espalda una caja llena de mandatos: tenemos que ser heterosexuales, tenemos que ser cisgénero, tenemos que ser proveedores, protectores, valientes, fuertes, hipersexuados, te tiene que gustar el fútbol, tengo que ser exitoso y hasta saber hacer asado. Cuando no estás a la altura, empezás a generar frustraciones. Y, como no podemos conectarnos con nuestras emociones, esa frustración sale a modo de violencia.
–¿Contra quiénes?
–La frustración va a caer sobre niños, niñas, mujeres, varones de la diversidad y sobre los varones que nosotros sentimos que están por debajo nuestro en la corporación masculina.
–¿Cuáles serían?
–Pensemos la masculinidad como una tarjeta en la que vas ganando puntos. Si me gusta el fútbol son cinco puntos, me gustan las mujeres son diez puntos, me gustan los autos, me la banco, me peleo, hago chistes en clase y soy el que interrumpe, el que toma la palabra… entonces empiezo a generar esos puntos de masculinidad. Pero ¿qué le pasa a un varón que no le gustan las mujeres? Pierde puntos. ¿Qué le pasa a un varón que no juega al fútbol y solo dibuja? Pierde más puntos, porque los chicos que juegan al fútbol ni le hablan. No sos valiente, te largás a llorar frente a todo el grado. ¿Qué le va a pasar a ese nene? Van a caer sus puntos de masculinidad. Y lo que pasa con la masculinidad es que cuando vas perdiendo puntos no es que vas perdiendo posiciones, vas al fondo. ¿Y entre quiénes nos marcamos la masculinidad? Entre los varones. Porque yo soy más masculino, más varón para con otro varón.
–¿Qué valores debería honrar un hombre deconstruido?
Estar ante un varón deconstruido es algo que no va a pasar en nuestra vida. Lo lamento, ¿eh? De todas maneras, el mote “deconstruido” suena un poco peyorativo a veces. Por eso, en Privilegiados decimos: “desaprender y repensarnos”. Sentimos que la palabra “deconstrucción” no tiene buen marketing. Porque siento que se levantan banderas que no son. Es, de nuevo, pensar en el éxito. Que la deconstrucción es un objetivo al que llego y listo, llegué, estoy deconstruido. De ahora en más no voy a generar violencias y soy una persona pura. No hay nadie limpio. No hay nadie puro.
–El cambio cultural es lento…
–Yo me corro de mi burbuja y lo que veo sigue siendo terrible. Para que los hombres y las mujeres tengan paridad salarial faltan como doscientos y pico de años. Los números te golpean, pero mi trabajo es ser optimista. Sueño con que mi bisnieta pueda caminar por la calle vestida como quiera sin que ningún tipo le diga nada. Que no tenga miedo de nada.
–Tenés una hija, ¿creés que con ella eso no va a suceder?
–Con mi hija lo veo difícil. Me imagino que cuando vaya a la Facultad va a tener que ir pegando codazos si quiere participar en algún movimiento, corriendo a los varones que estén en las mesas de decisión.
Violencias y desigualdades en datos
Niñas
- La amenaza del abuso sexual
Según los casos de la línea 137, entre octubre de 2019 y septiembre de 2020, 8 de cada 10 denuncias por violencia sexual en la infancia corresponden a niñas o adolescentes de género femenino. El 37% se produjo en el hogar y el 61,1% de las víctimas fueron agredidas por un familiar. (Fuente: Unicef)
- Hacer tareas de adultos
En 2019, el 9,1% de las niñas y adolescentes argentinas se dedicaron al trabajo doméstico intensivo en sus hogares: tareas varias y el cuidado de hermanos. Duplicaron el porcentaje de varones (4,6%). La cifra bajó en la pandemia, pero mantuvo la relación: 4,2% para ellas y 1,4% en los chicos. (Fuente: ODSA/UCA)
Adolescentes y jóvenes
- Dejar de estudiar por un embarazo no intencional
El 13% de las mujeres que son madres tienen entre 15 y 19 años. De ellas, un 30% abandona la escuela por esta razón y el 56% está inactivo laboralmente. (Plan ENIA, 2019)
- Transitar un noviazgo violento
4 de cada 10 mujeres son víctimas en sus noviazgos de violencia psicológica, simbólica, acoso, maltrato físico o sexual (Fuente: Defensoría del Pueblo bonaerense, 2019). En el último tiempo se triplicó la asistencia a adolescentes en esta situación. (Fuente: Noviazgos sin violencia, GCBA, 2019)
- Enfrentarse a la violencia digital
El 60% de las mujeres y niñas que usan las redes Facebook, Instagram, Twitter y TikTok experimentaron algún tipo de violencia digital. (Fuente: BTR Consulting)
- Ser víctimas de acoso callejero
9 de cada 10 mujeres sufrieron dos o más situaciones de acoso en el transporte público y todas declaran haber sido víctimas de acoso callejero por lo menos una vez. El 37% fue víctima de un hombre mostrándole sus partes íntimas. (Fuentes: Iniciativa Spotlight, Banco de Desarrollo de América Latina y Observatorio Ni una menos de MuMaLá)
Adultas
- En la mira de la violencia física y psicológica
Del total de denuncias que recibió la línea 144 en 2020, el 67% reportó violencia física y el 95%, violencia psicológica; el 63% de las mujeres en situación de violencia que hicieron la denuncia tienen menos de 44 años.
- Experimentar las brechas en las tareas de cuidado
En promedio, las mujeres les dedican a las tareas de cuidado y del hogar 10 horas y 24 minutos por día, mientras que en los varones son 6 horas 48 minutos. En casas con hijos/as menores de 12 años, la dedicación alcanza las 13 horas en las mujeres y 9 horas 24 minutos para los varones. (Fuente: Estudio 2020 de GROW, Género y Trabajo). El 57% de las mujeres con niños, niñas y adolescentes sentían mayor sobrecarga en la organización del hogar que al inicio de la pandemia por covid-19. (Fuente: Unicef)
- Desigualdad en el mercado laboral
Las mujeres tienen una menor participación en el mundo laboral: su tasa de actividad está casi 20 puntos porcentuales por debajo de los varones (tercer trimestre de 2020). Las mujeres perciben ingresos que, en promedio, son un 21,6% más bajos que los de los varones, brecha que se amplía en el caso del empleo asalariado informal (31,8%) y por cuenta propia (26,9%). Solo el 3,9% de las trabajadoras ocupadas acceden a cargos de dirección o jefatura (Fuente: Programa Igualar del MMGyD en base a datos de la EPH-INDEC).
Las mujeres tienen el doble de posibilidades de ser acosadas en el trabajo (Fuente: SRT, Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social). Tienen pocas chanches de acceder a puestos de poder. Mientras que en el 2010 el índice de participación de mujeres (IPM) en puestos de poder en política, economía, sindicatos y sociedad civil se ubicaba en el 15,2%, es decir que de cada 10 puestos de máxima decisión, menos de 2 eran ocupados por mujeres, en 2020 es de 20,2%: las mujeres pasaron a ocupar 2 de cada 10 puestos de decisión. Apenas creció cinco puntos porcentuales. (Fuente: ELA/Sexo y Poder, 2021)
Adultas mayores
- Maltrato intrafamiliar: violencia física, abandono, abuso económico
Entre 2018 y 2019 aumentaron un 17% las denuncias efectuadas por personas mayores de 60. Casi el 80% de las víctimas fueron mujeres, y 9 de cada 10 tenían vínculo familiar con la persona denunciada. De las 252 víctimas de femicidio de ese año, 31 fueron adultas mayores. (Fuente: Oficina de Violencia Doméstica/OVD).
1341 casos de violencia contra adultos mayores se registraron en 2020 en la Ciudad de Buenos Aires. El 75% correspondió a mujeres y las principales causas fueron: violencia psicológica (45%), física (12%), económica o patrimonial (8%) y simbólica (2%). (Fuente: Programa Proteger, Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires)
- Dificultades para pedir ayuda y tener acceso a la Justicia
Cuando una mujer está bajo dependencia económica, física o psicológica, se acortan las posibilidades de denunciar cualquier tipo de violencia ante la Justicia.
https://www.lanacion.com.ar/revista-brando/andres-arbit-de-privilegiados-el-machista-no-es-un-monstruo-soy-yo-mi-viejo-mi-primo-todos-nid15062021/
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