América Latina, con más daños económicos que otras regiones
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Antes de que golpeara la pandemia, Jaime Alirio Pinilla, un hombre de 45 años que vive en Bogotá, Colombia, estaba empleado en la construcción. “Pero perdí mi empleo y ahora trabajo en las calles”, dice, parado detrás de un carro metálico con el que vende jugo de naranja recién exprimido, golosinas, cigarrillos y café. Colombia ya ha tenido una de las cuarentenas más prolongadas del mundo y se vio también convulsionada por choques entre manifestantes y las fuerzas de seguridad del Estado. “Hemos estado encerrados más de un año y ya no lo podemos soportar –dice Pinilla–, la economía está quebrada, estamos sobreviviendo, no viviendo”.
La pandemia del Covid-19 provocó la recesión global más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. Pero hay una región a la que le ha ido peor económicamente que a cualquier otra y por un gran margen. El PBI global se contrajo 3% en 2020, pero en América Latina y el Caribe el producto cayó 7%, el peor registro de todas las regiones monitoreadas por el FMI (aunque a la India, casi una región en sí misma, le fue aún peor). En 2020, en América Latina se trabajó un 16% menos de horas, una caída que casi duplicó el dato promedio global. La región está sobre representada en cuanto a países que han tenido un desempeño extraordinariamente malo. El PBI de Perú cayó 11% el año pasado. Y mientras que algunas economías se están recuperando a todo vapor a medida que eliminan restricciones, en América Latina el ánimo empeora.
La explicación más simple del terrible desempeño de la región se relaciona con la salud pública. Sudamérica tiene cifras muy altas de muertes registradas oficialmente por el Covid-19. Y en momentos en que las vacunaciones en otras partes del mundo reducen los contagios y los daños causados por la enfermedad, en muchas partes de América Latina el coronavirus avanza sin control. En Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro se ha negado a usar barbijo o vacunarse, la cantidad de muertos llegó a superar en un momento los 4000 diarios. Incluso, países que previamente habían logrado controlar bien la pandemia, tales como Uruguay, tuvieron que enfrentarse a la realidad de un número creciente de casos.
La expansión de la enfermedad llevó a algunos gobiernos de la región implementar las cuarentenas más prolongadas del mundo. Un informe elaborado por Goldman Sachs, asignó puntajes de entre 0 y 100 para medir la severidad de las normas de un país en cuarentena, el grado de adhesión a tales medidas y el distanciamiento social voluntario. Ninguna región ha tenido un año con más encierro en el hogar que América Latina, y los desplazamientos se han visto limitados un 70% más que en América del Norte.
La Argentina y Chile son los países que figuran segundo y cuarto, respectivamente, entre los de mayores restricciones. Perú es el que encabeza la lista; con la cuarentena inicial daba la sensación de que se estaban reviviendo los días más oscuros de la guerra contra los insurgentes maoístas a comienzos de la década de 1990. No se permitía a nadie salir de su hogar, salvo para comprar productos imprescindibles. Agentes de policía y soldados hacían cumplir estrictamente las medidas. Las cuarentenas tan extremas hacen imposible una gran parte de la actividad económica, aunque muchas de las personas más pobres de la región no tiene más remedio que desafiar las prohibiciones en el intento de obtener algún dinero.
Sumado a la severidad del brote en América Latina y las cuarentenas asociadas a ello, otros dos factores han contribuido a la dolorosa contracción económica de la región: la estructura de las economías locales y la escala y el diseño del estímulo fiscal. Empecemos por la estructura económica. Hay una variedad de evidencias que sugieren que la región es particularmente vulnerable a las cuarentenas. Muchos países de América Latina y el Caribe dependen fuertemente de los ingresos por el turismo internacional. Aruba, una isla holandesa en el Caribe que depende especialmente de los turistas, vio caer su PBI en 2020 un 25%
Estudios recientes del FMI concluyen que el empleo en lo que llama “sectores de contacto intensivo” –del tipo en el que es imposible cumplir una tarea sin estar en proximidad física de otros– es especialmente importante en la región. El empleo en sectores tales como restaurantes, comercios y transporte público representa el 43% del total, comparado con el 30% en el conjunto total de mercados emergentes.
Región altamente desigual en cuanto a los ingresos de su población, América Latina tiene una proporción inusualmente grande de personas trabajando en el empleo doméstico, actividad que promueve el contacto entre hogares. Un reciente trabajo de Louisa Acciari del University College de Londres, estudió el caso del empleo doméstico en diferentes países y encontró historias de defectuosa protección personal y de violaciones de los derechos de los trabajadores.
Otro factor que explica el desempeño económico de la región es la política fiscal. Un modo de medir si la respuesta de un país ha sido lo suficientemente grande es comparar dos cosas: el cambio general en el déficit fiscal del país y la pérdida de producto en la pandemia. Basándonos en una metodología desarrollada por Goldman Sachs, The Economist calculó la adecuación del estímulo inducido por la pandemia de 193 países. Muchos gobiernos del mundo, por cada dólar de PBI perdido aumentaron su gasto en un dólar. Unos pocos, como los de Estados Unidos y Australia, han sido sustancialmente más generosos. América Latina, aunque implementó estímulos fiscales más generosos en recesiones pasadas, ha sido tacaña comparada con otras partes del mundo, con el país medio agregando tan solo 18 centavos de déficit extra de gasto por cada dólar de producto perdido.
El diseño del estímulo también tiene sus problemas. Los países con los planes más exitosos han entregado vastas sumas de dinero directamente a la gente. Eso ha ayudado a romper el vínculo entre la pérdida del empleo y el recorte de gastos en hogares, apuntalando la economía. América Latina ha concentrado sus recursos en otros rubros, incluyendo el fortalecimiento de sistemas de salud con escasos fondos.
No todos los países de América Latina han seguido este camino. En Brasil, el gasto del gobierno de Bolsonaro ha compensado casi por completo la pérdida de producto. Esto ayudó a reducir la incidencia de la pobreza extrema, aunque el nivel de ayuda de emergencia a los hogares pobres ha declinado y el hambre y otras formas de privaciones están nuevamente en ascenso.
Algunos gobiernos han sido sorprendentemente austeros. Es el caso del de México, encabezado por el auto proclamado de izquierda Andrés Manuel López Obrador. El diminuto programa de estímulo (17 centavos de gasto por dólar de PBI perdido) deriva de la desconfianza de López Obrador hacia el endeudamiento, en particular cuando es con fondos de financistas extranjeros. En Colombia, las protestas fueron detonadas por el intento del gobierno de Iván Duque de imponer una reforma impositiva, pero se convirtieron en algo mucho más grande. Gran parte del descontento viene de la percepción de una respuesta inadecuada al Covid-19 y de la caída de 2,8 millones de personas en la pobreza extrema.
El 3 o 4% de crecimiento anual de PBI que pueden esperar América Latina y el Caribe una vez que se eliminen las restricciones de modo seguro, estará por debajo de las tasas de crecimiento que verán Estados Unidos y otros países. El reciente aumento de los precios de los commodities ayudará menos de lo que muchos piensan. Y, debido a los escasos estímulo, los hogares no acumularon grandes ahorros, como sí pasó en muchos países ricos; por tanto, no habrá un gran consumo poscuarentena. La región más golpeada por la pandemia se enfrenta a un futuro profundamente incierto.
© The Economist
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