Agustín Vernice, en Tokio 2020: el inconformista que fue finalista de K1 1000 y ahora seguirá corriendo los límites
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TOKIO.- Se dice ambicioso. Podría ser inconformista. Lo cierto es que en el Sea Forest Waterway de Tokio, Agustín Vernice fue finalista. De muy buen rendimiento tanto en la clasificación como en semifinales, terminó octavo en una final olímpica empujada por un viento de 3.4 m/s y nuevas marcas olímpicas: el oro fue para Balint Kopasz (3m20s643/100), la plata para Adam Varga (3m22s431/100) y el bronce para el portugués Fernando Pimenta (3m22s478). Para poner en contexto: el tiempo del húngaro Kopasz (Hungría metió 1-2) superó la marca que había quebrado Pimenta en la semifinal 2 (y que era de Kopasz, de la semifinal 1). Un tiempo que rompieron los que llegaron del primero al cuarto. Bestial. Una carrera de intensidad en otra jornada marcada por las altas temperaturas y la humedad. Para Vernice fue 3m28s503/100, y el sabor amargo de saber que podría haber dado pelea, al menos, por el quinto lugar. Aunque él quiera más: el joven que lloró frente a la televisión por no estar en Río 2016, ahora se lamenta por no tener una medalla en Tokio 2020. El próximo objetivo será París. La motivación necesaria para alguien que no entiende de límites deportivos.
Ni bien sale del agua le corre la mirada a las medallas. Mastica bronca y no se siente cómodo por ese octavo lugar, tras una buena salida y algunos errores sobre el final que él mismo reconoce. “Es algo pendiente”, dice, sobre esas preseas doradas que brillan a menos de un metro. Vernice impactó en Tokio, pero también lo hizo a la distancia: en la programación de la TV a última hora del lunes llamó la atención alguien en kayak. Era él. El que a futuro podría ser parte de una historia similar a la que él vivió. “Estoy acá porque vi a Javier Correa cuando tenía 12 años. Miraba una final olímpica y quería ser como él”, cuenta. Nómade, nació en Olavarría, pero ahora tiene a Tigre como segunda hogar. Y no ve la hora de volver a la Argentina para estar con los suyos. Se fue en abril a una gira de torneos y entrenamientos por Europa (Hungría, Portugal y República Checa) y llegó a Japón el 18 de julio, una semana antes de la inauguración.
Molesto por el octavo lugar, el chico que utilizaba el dinero que le daban para merendar en horas de alquiler de kayaks, todavía no puede digerir el significado de una final, de un diploma olímpico. Y se lamenta, en diálogo con LA NACION: “¿Cómo quedé? Con un poco de bronca por el resultado, otro por la estrategia. Una mezcla de sensaciones porque en la previa tenía mucha expectativa, y después me encontré con una realidad que no era la que soñaba. Uno sabe que el resultado puede no estar a su favor, por supuesto. Ahora el sentimiento es este, pero seguramente después hablaré de otra manera. Podríamos haber estado muy adelante, no sé si medalla con estas condiciones. Pero sí que podría haber peleado algo más. Ser ambicioso e ir en busca más fue lo que me llevó a estar viviendo esto. Eso sí, rescato que todo es aprendizaje”.
Autocrítico, dice reconocer cuáles son puntos a mejorar si quiere aspirar a más. Si su sueño de una medalla olímpica busca ser una realidad. Y hay uno que aparece marcado en rojo: el agotamiento. “De las tres competencias -series, semifinal y final-, siempre llego a la final con un poco más de cansancio de lo que debería. Trabajé mucho estos años con mi psicólogo, pero no alcanzó. Habrá que seguir por el mismo camino, trabajando, sabiendo que es el punto débil”, lanza. Y valora identificarlo, porque sabe para dónde ir, cuál es el rumbo a marcar en la próxima planificación con su equipo de trabajo. “Eso genera motivación para lo que viene”, señala.
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