Estamos todos en el mismo barco
benegas lynch
Por Alberto Benegas Lynch Doctor en Economía
En su libro “El antiguo régimen y la Revolución Francesa”, Alexis de Tocqueville sostuvo que el países en los que se goza de gran progreso moral y material la gente suele dar eso por sentado y ese es el momento fatal pues ocupan espacios otras corrientes de pensamiento que navegan en direcciones contrarias a las que brindaron la posibilidad del mencionado progreso. Por su parte, Thomas Jefferson repitió en diversas ocasiones que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.
Estas dos citas de personajes ilustres son para mostrar la imperiosa necesidad de que todos –reitero, todos- los que pretenden que se los respete contribuyan en el estudio y la difusión de los valores y principios que abren paso a la sociedad libre. Ningún adulto está eximido de esa obligación moral, no importa si se dedica a la jardinería, la música, la filosofía, la economía o lo que fuere. Todos están interesados en que se los respete.
No es cuestión de mirar para otro lado y esperar que otros sean los encargados de mantener y reforzar el sistema. Es sumamente desgraciada la situación en la que muchos se concentran en sus negocios personales pero en lo que concierne al problema que venimos comentando, se limitan a mirar televisión y criticar a la hora de engullir alimentos pero, acto seguido, vuelven a sus intereses particulares que, si son legítimas, bienvenidas sean, pero es indispensable que se comprenda que no sobreviven si no son apuntalados por marcos institucionales civilizados y esto no viene del aire sino que es el resultado de esfuerzos cotidianos.
Es triste y muy peligroso observar a quienes no se preocupan y ocupan de alimentar el respeto recíproco porque las cosas van bien y cuando van mal es porque la faena se torna mucho más difícil y empinada. Siempre hay un pretexto. No puede actuarse como si estuviéramos en la platea de un enorme teatro esperando que los actores en el escenario resuelvan los problemas: ese es un buen método para que el teatro se derrumbe liquidando a todos.
No es una exageración decir que cada noche antes de acostarnos debemos preguntarnos que hicimos durante la jornada para que se nos respete y, si la respuesta es nada, no tenemos derecho a quejarnos.
Es sabido que los canales más fértiles para lograr el cometido son la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo, pero no son los únicos procedimientos. Por ejemplo, un buen ejercicio consiste en grupos de lectura de buenos libros en reuniones en casas de familia de pocas personas en las que por turno una comenta la lectura de una parte del texto en cuestión y los otros debaten. Esto tiene un efecto notablemente productivo y constituye un potente efecto multiplicador en los lugares de trabajo, en reuniones sociales y equivalentes.
Todos estamos en al mismo barco y cuanto más globalizado el mundo más cercanos son los problemas. En uno de mis primeros libros fabriqué una definición de liberalismo que veo con satisfacción que se cita con frecuencia: es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. No es que se suscriba el proyecto de vida del vecino. La prueba decisiva de tolerancia es cuando no lo compartimos, pero la vida se torna imposible si pretendiéramos imponer nuestro proyecto a otros. En ese contexto solo es admisible el uso de la fuerza cuando hay lesiones de derecho y todo lo demás queda al entero criterio de cada cual.
Esta concepción que parece sencilla en la práctica en muchos lugares no es compartida y se delega en manos de megalómanos el manejo arbitrario y prepotente de vidas y haciendas ajenas lo cual indefectiblemente conduce a la miseria moral y material. En esa línea argumental, es de especial importancia percatarse que la democracia consiste en un aspecto central de la garantía y protección de los derechos de las personas y una parte secundaria y accesoria que consiste en los votos de mayorías o primeras minorías tal como han puesto de manifiesto los Giovanni Sartori de nuestra época.
Sin embargo, se observa la malsana tendencia a revertir las prioridades y otorgan prelación al conteo de votos y dejar de lado y renegar de la antedicha custodia a los derechos individuales. En este sentido el eminente constitucionalista argentino Juan González Calderón ha señalado que los demócratas de los números ni de números entienden puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50%+1% =100% y 50% – 1% = 0%. Con este criterio antidemocrático los dictadores electos simulan democracia como fue antaño el régimen nazi o lo es hoy el chavista.
En resumen, hoy son muchos los lugares donde se han abandonado o se está en vías de abandonar los valores centrales del respeto recíproco bajo diversos ropajes y etiquetas. Es urgente que cada uno asuma su responsabilidad y, sin descanso, contribuyamos a que se suscriban los principios básicos de la libertad, lo cual para nada quiere decir que no existan disensos que son indispensables para mejorar puesto que, precisamente, el pensamiento único es propio de mentes antidemocráticas.
Como reza el lema de la Royal Society de Londres: “nullius in verba”, es decir, no hay palabras finales en el proceso evolutivo del progreso…para lo cual es requisito la sociedad libre.
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