El Cronista @cronistacom: ‘Ya nada es normal’: cómo la guerra con Hamás está transformando la vida en Israel

‘Ya nada es normal’: cómo la guerra con Hamás está transformando la vida en Israel

Se está llamando a filas a un número récord de israelíes. Se ordenó el cierre de las escuelas. Las calles están desiertas. En las veredas de cafés normalmente concurridos se amontonan las sillas vacías: en los días transcurridos desde que los militantes de Hamás infligieran el mayor número de víctimas mortales en un solo atentado en la historia de Israel, casi ninguna faceta de la vida del país ha quedado intacta.

«Todo el mundo tiene familiares o conoce a personas que fueron asesinadas, o tiene hijos que no sabemos dónde están», dice Talya Hurwitz, que trabaja en una cafetería de Jerusalén. «Es el acontecimiento más traumático de mi vida adulta».

El asalto de Hamás, durante el cual cientos de militantes irrumpieron a través de la barrera Israelí que rodea la Franja de Gaza, antes de arrasar las ciudades y pueblos de la campiña que rodea el enclave palestino bloqueado, fue un acontecimiento que marcó -una época en- la historia de Israel. Por habitante, se ha cobrado más víctimas que los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

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Durante tres días, los comandos de Hamás mataron a 1200 personas, hirieron a más de 3000 y secuestraron a docenas más, entre ellas niños, mujeres y ancianos, en una incursión que ha reflotado los traumas más profundos de la psicología nacional israelí.

«A mi juicio, desde el Holocausto no se había matado a tantos judíos en un solo día», dijo el presidente de Israel, Isaac Herzog, el lunes.

«Y desde el Holocausto no habíamos presenciado escenas de mujeres y niños judíos, abuelos -incluso supervivientes del Holocausto- amontonados en camiones y siendo llevados en cautiverio».

Desde su fundación en 1948, Israel ha librado numerosas guerras con las naciones árabes de la región, y los israelíes se han acostumbrado a vivir en un vecindario hostil. Pero a pesar de los frecuentes derramamientos de sangre, el aparato militar y de inteligencia del país, el más poderoso de la región, ha sido considerado durante mucho tiempo como garante de la seguridad. En los últimos años, algunos israelíes llegaron incluso a confiar en que una mezcla de disuasión e incentivos económicos podría mantener a Hamás bajo control, cuyos dirigentes llevan mucho tiempo pidiendo la destrucción de Israel.

Para muchos israelíes, estas esperanzas se desvanecieron en los últimos días, cuando los terroristas fueron capaces de arrollar a las fuerzas israelíes en el sur del país y perpetrar masacres en lugares como el festival de música Supernova [y los kibutz] Be’eri y Kfar Aza, nombres ahora grabados a fuego en la conciencia pública.

Tan grande fue el fracaso militar y de inteligencia que muchos consideran que eclipsa el desastre de la guerra del Yom Kippur de 1973, cuando Israel se vio sorprendido por ataques simultáneos de Egipto y Siria. Antes eso se consideraba como el punto más bajo del aparato de seguridad del país.

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«Todo el mundo solía decir que las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) son el mejor ejército del mundo y que estamos seguros, y yo me sentía segura», afirma Hurwitz. «Y ahora esta imagen se destruyó».

El miedo y la incertidumbre han pasado factura en todas partes. Las estanterías de los supermercados se han vaciado a consecuencia de las compras inducidas por el pánico, entre especulaciones de que las fuerzas israelíes invadirán pronto Gaza y enfrentamientos con militantes de Hezbollah, apoyada por Irán, en la frontera norte de Israel. Cuando Hurwitz intentó comprar leche para el café, no la encontró.

«Ya nada es normal», asegura Chen Renan, que trabaja en el bullicioso mercado de Mahane Yehuda de Jerusalén. «Creo que este atentado cambiará el país durante 30 años».

Para quienes se han visto atrapados en la violencia, la vida se ha visto aún más gravemente trastornada. Eli Dudaei y su compañero Nadav Peretz pasaron el sábado encerrados en el refugio de su casa en Nahal Oz, al sur de Israel, mientras los terroristas arrasaban el kibutz. Al igual que otros habitantes de los pueblos atacados, ahora se alojan en otro lugar, y Dudaei no está seguro de querer volver algún día.

«Intento pensar en la primera vez que tenga que volver a casa, e inmediatamente digo que no voy a volver», explica, con la voz entrecortada. «Estamos tramitando la subrogación de vientres en EE.UU… y tenemos prevista una reunión la semana que viene. Normalmente preguntan: ‘¿Dónde vives y a qué te dedicas?’ Y no sé qué voy a contestar».

La difícil situación de los desplazados ha provocado una gran movilización civil. Como muchos otros, el restaurante de Rinat Sylvester en Jerusalén está cerrado al público. Pero dentro, todo su personal está en su puesto de trabajo, cocinando comida en grandes cantidades para enviarla a los israelíes evacuados, así como a hospitales y soldados.

«Cuando tienes un restaurante, recibes a la gente, y no me siento con ánimos para eso», explica. «Pero sí quiero ayudar a la gente que nos necesita».

Algunos esperan que el efecto unificador del asalto pueda durar más tiempo y ayude a aliviar las profundas divisiones de la sociedad Israelí, exacerbadas por una polémica revisión judicial impulsada por el Gobierno de extrema derecha del primer ministro Benjamin Netanyahu. Los cambios propuestos han desencadenado la mayor ola de protestas de la historia de Israel, enfrentando a los partidarios nacionalistas y religiosos de la reforma con sus compatriotas más laicos y liberales.

«Quizá sea suficiente para que la gente olvide durante unas semanas o meses, y la gente vuelva a conectar. La lucha [por la reforma judicial] ha roto algunas relaciones y familias», señala Renan. «Así que quizá salga algo un poco positivo de esto».

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Otros son menos optimistas. «Ahora estamos más unidos, todo el mundo quiere hacer cosas por los soldados, dar comida y dinero, o un lugar donde quedarse. Somos muy buenos en momentos así», asegura Hurwitz. «Pero creo que cuando terminen los combates, las divisiones seguirán ahí».

También hay una intensa ira. Los aviones israelíes llevan días bombardeando la Franja de Gaza, y ya han matado a 950 palestinos. Pero muchos Israelíes quieren una respuesta más agresiva, y en el sur del país hay indicios de que Israel se está preparando para una operación terrestre.

En la autopista al norte de Ashkelon, cientos de autos han quedado abandonados en la banquina por los soldados que se presentan a filas, mientras Israel lleva a cabo la mayor movilización de su historia. En las rutas situadas más al sur, los camiones remolcan tanques y baterías de artillería hacia Gaza.

Los medios de comunicación israelíes están llenos de voces que exigen la destrucción de Hamás. Los ánimos incluso se han endurecido entre quienes antaño esperaban una solución de dos Estados para el conflicto palestino-israelí,

«Sientes que no hay nadie con quien puedas hablar [dentro de Hamás]. Hamás es una organización terrorista, así que hay que destruirla», afirma Renan. «He perdido toda esperanza de paz. Ya no creo en la convivencia y todo eso».

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