Seguir o retirarse, una disyuntiva que siempre está en el menú de la Argentina
Seguir apostando a un mercado estancado o irse, es una disyuntiva que todas las empresa de capital internacional responden al menos una vez al año. La respuesta no es fácil, y el recorrido que ha tenido la Argentina la hace menos fácil. Porque lo que toda compañía necesita para proyectar su futuro es estabilidad, un bien escaso en nuestro territorio, siempre cruzado por vaivenes de todo tipo, políticos, financieros y ahora también sanitarios.
Si bien la gran mayoría de las firmas extranjeras sigue privilegiando el lazo desarrollado con el mercado local (donde además tienen mucho capital hundido), en los últimos meses no dejan de aparecer ejemplos que demuestran que algunos supuestos económicos pueden ser necesarios para que haya inversión privada, pero claramente no son suficientes.
El caso del laboratorio estadounidense Eli-Lilly actualizó este debate. La farmacéutica, una de las principales proveedoras globales de insulina, decidió darle una vuelta a su operación local: su representante será ahora un laboratorio nacional, Raffo, que tendrá que lidiar con la inflación, el aumento de los costos internos y la incertidumbre que caracteriza hoy cualquier negocio que dependa de la importación.
Está claro que todo gobierno tiene entre sus objetivos lograr un incremento de la inversión que permita crear puestos de trabajo formales. El actual oficialismo comparte esa meta, pero considera que el principal factor que tracciona el interés de los privados es la existencia de una demanda interna que asegure el consumo. La discusión se abre cuando se llega al punto de qué tiene que hacer el Estado para garantizar ese nivel de consumo y a qué costo.
Mauricio Macri apostó a financiar parte del gasto y de la inversión en infraestructura que se propuso hacer en su gestión con financiamiento externo. Pero cuando el repago de esa deuda estuvo en riesgo, los capitales se fueron y crearon un agujero que solo pudo llenar el FMI. El temor acrecentó la demanda de dólares, que se tradujo en devaluación, inflación y un efecto pobreza que solo contrajo más la economía.
Alberto Fernández no tuvo otra salida que buscar una reestructuración de esa deuda y casi todo el gasto (al que se le sumó la pandemia) fue financiado con emisión. El cepo moderó la pérdida de reservas pero acentuó la brecha con el dólar libre, con lo cual la expectativa de devaluación no desapareció. Solo el milagro de la soja amortiguó ese círculo vicioso.
El Gobierno todavía no dio una respuesta convincente sobre cómo imagina la salida de ese laberinto. Llenar los bolsillos no alcanza, porque si ese gasto no se financia de manera genuina, crea otro problema antes que una solución.
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