Presidenciales 2023 y el nuevo viaje de los argentinos: hacia lo inverosímil
Percibo en compatriotas argentinos, y me incluyo, un nivel de cansancio a la sarasa política que nos fumamos cotidianamente como nunca observé antes. La elección que se nos viene arrojará resultados extremos y sorprendentes, no creo que las encuestas puedan anticipar el torbellino electoral que se aproxima.
Probablemente, los grandes perdedores serán los opositores tradicionales que se comerán una derrota histórica y para ellos impensada por una simple razón: no están escuchando a la mayoría de los argentinos.
Y, en esta coyuntura de querer cambiarlo todo sin si quiera plantearnos el precio de las decisiones, me animo a plantear una pregunta todavía muy ausente: ¿Cómo se define el éxito para el próximo presidente?
Si, por ejemplo, de una inflación que hoy es cercana al 100% nos llevase a una de 50%, dicho resultado debiera considerarse como hiperoptimista. Pero, si esto ocurre, la mayoría probablemente lo considerará un perdedor. ¿Cuál será la vara del próximo presidente?
El próximo presidente heredará un país con una inflación cercana al 100% y con Wall Street priceando los bonos con default cuasi-inminente. Si hace todo bien, podrá en unos años llevarnos al 50% de inflación, lo cual es durísimo, pero debiera ser un escenario a celebrar.
El default cercano descontado por el mercado de bonos le cierra las puertas al financiamiento externo. Los bonos jurisdicción local cotizan cerca del 20% de paridad lo cual nos acerca a niveles del 2001. Con esas condiciones iniciales comienza su mandato y las condiciones iniciales importan muchísimo, no son detalles triviales, sino que condicionan a toda una gestión.
En este entorno de «sobre-esperanza» con riesgo a la «frustración rápida» se escuchan dos debates con cierto sesgo a lo inverosímil en especial porque son discusiones «sin precio».
Caso 1: lo inverosímil tiene costo.
Vengo escuchando generalizadamente en varios medios esta propuesta opositora: «Si eliminamos al BCRA, entonces el Estado argentino no podrá ser deficitario porque se le cierra la canilla de emisión de pesos». Este argumento tiene mucho de sub-real.
Se hace necesario comprender que, con el objetivo recurrente de seguir gastando, los políticos argentinos tienen una larga tradición de recurrir a diversas e ingeniosas formas de financiación tales como: emisión de deuda, privatizaciones, confiscación de ahorros de futuros jubilados, emisión de cuasimonedas, por citar algunas.
Ya en la Edad Media, los fiscos corrían déficits fiscales aun cuando el concepto de banco central se desconocía. No queda clara la solución que se alcanzaría por eliminar al BCRA. El problema no radica en la existencia de un BCRA, sino en nuestra infinita capacidad de gastar sin restricciones.
Caso 2: lo inverosímil tiene costo.
Sin entrar en detalles técnicos, pareciera que Argentina pretendería «dolarizar sin dólares», otra propuesta argumentada por sectores de la oposición. Bajo estas condicionases iniciales, me cuesta creer que el argentino de a pie no sea licuado a nivel significativo tanto en su salario como en sus ahorros en pesos.
No cuestiono esta licuación potencial, simplemente es relevante que la oposición se lo anuncie a la mayoría de los argentinos porque no creo que lo sepa. De esta forma, sería útil ponerle un precio al concepto de manera tal de definir tres escenarios posibles post-dolarización con tipos de cambio y licuaciones eventuales que resultasen en consecuencia, así la ciudadanía podría votar informadamente.
Escucho medios informativos hablar de la posibilidad de un plan BONEX 2024. Bajo este marco, el stock de pasivos remunerados del BCRA se cambiaría por bonos denominados en USD o sea, el endeudamiento en pesos se transformaría a deuda en dólares, lo cual no es un detalle trivial.
Dado el stock actual de pasivos, si el plan se ejecutase a 400, la nueva deuda sería de 25.000 millones de USD. Si a esto le sumamos que los bonos argentinos con jurisdicción local cotizan al 20% de paridad, la tasa de intercambio efectiva se haría a 2.000 pesos por dólar, o sea, 5 veces superior al tipo de cambio actual. Si 10.000 pasivos se intercambian a 400, resultan en un nocional del nuevo bono por USD 25. Dado que este bono cotizaría al 20% de paridad, los USD 25 se transformarían en USD 5, por lo que 10.000 pasivos se convertirían en 5 dólares. Siento que a este debate le falta un precio de referencia, debatir sin precio no sirve.
Argentina es un país pendular y pareciera que ahora una mayoría relevante de la ciudadanía intenta borrar cien años de errores de un plumazo, intentando recargar sobre el próximo presidente, cualquiera que sea, una esperanza que más que esperanza se parece a un sentimiento ansiosamente esquizofrénico.
Percibo un entorno ciudadano que pretende mejorar de golpe sin comprender que hace casi un interminable siglo que Argentina viene haciéndolo todo mal, por lo que cualquier mejora requerirá primero un paciente sacrificio y, en el mejor de los casos, los resultados se empezarían a percibir dentro de largos años.
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El argentino se esperanza gratis y cree que con un cambio de presidente las cosas mejorarán rápidamente. Y ese no será el caso. Desarmar una nación que literalmente funciona al revés llevará mucho tiempo y, dada nuestra historia recurrente, no creo que los argentinos lo banquen.
La solución económica es bastante obvia, pero dicha solución no creo pueda encontrar un equilibrio social y político que la sustente. Se habla mucho de shock, algunos piden monetario, otros piden fiscal, pero nada de eso importa, Argentina necesita un shock mental y eso no pareciera percibirse en el futuro cercano.
Todo el mandato del próximo presidente deberá concentrarse en una sola cosa: cirugía y corrección. Por lo tanto, no tendrá nada para ofrecer más que sacrificio absoluto. Veo mucho argentino esperanzado en Narnia-Disney y, si es ese el caso, la frustración, un sentimiento tan argentino como el dulce de leche, está a la vuelta de la esquina.
El problema de una ciudadanía que subestima tan groseramente la dureza de la situación social y económica en la que se encuentra nuestro país es que la sobre-esperanza se chocará con una realidad muy cruel que les recordará cotidianamente a los «esperanzados» que no es posible cambiar rápido, que no es posible mejorar sin sacrificio supremo como condición inicial.
De esta forma, los argentinos se vuelven a «sobre-esperanzar», no haciéndose cargo de lo votado durante largas décadas y en esa sobre-esperanza radica la semilla de una nueva frustración potencial, esa frustración que surge de contrastar una larga secuela de errores con una realidad que nos dice: la mejoría aun haciendo todo bien desde mañana mismo será muy lenta y, al principio, incluso exacerbaría el malestar macroeconómico actual. Adelgazar inicialmente, duele.
Hasta que Argentina no recupere el sentido común y acepte que solucionar un siglo de errores llevará décadas en el mejor de los casos, es altamente probable que lo inverosímil mute rápidamente a frustración, algo que se percibe recurrentemente desde 1983. MAMADERA
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