Ni divorcios ni autos: cómo sobrellevan los millennials la «crisis de los 40»
En 2023, 3,6 millones de estadounidenses cumplirán 40 y, si todavía no les pasó, pronto entrarán en crisis. Será la tercera camada de millennials que supere el hito. Pero este grupo posiblemente no se rebele como sus padres, que entre los 40 y los 50 se compraban barcos relucientes o sacaban pasajes a Bali después de arrojarse de la escalera de ascensos. No se divorcian porque nunca se casaron y tampoco van a tatuarse porque ya lo habían hecho antes. No, esta generación surcará la crisis adulta de modo diferente. Y tampoco podrían hacerlo de otra manera.
El informe de 2019 «The Emerging Millennial Wealth Gap» («La brecha salarial emergente de los millennials»), del think tank New America, indica que los nacidos entre 1981 y 1996 ganan un 20 por ciento menos que los baby boomers cuando tenían la misma edad. Y datos del Banco de la Reserva Federal de Saint Louis señalan que sus activos promedian los US$ 162.000, contra los US$ 198.000 de la generación X a la misma edad.
Muchos factores conspiraron para que estos millennials sean más pobres. Entre los más importantes, están la explosión de la burbuja de las puntocom y la posterior crisis financiera, que modelaron sus tempranas vidas laborales.
La Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de EE.UU. consigna que las personas experimentan el 70 por ciento de su crecimiento salarial en la primera década de vida activa; si ese período coincide con un declive, es probable que haya una reducción del 9 por ciento a largo plazo. Un informe de 2021 del Centro de Estudios sobre Jubilaciones detectó que los millennials entre 28 y 38 tenían una relación ingresos-ganancias netas inferior a la de cualquier generación previa.
Ganan y ahorran menos, y aun así esta generación está saturada de mensajes que piden que actúen con más audacia. Un coro creciente de expertos afirma que todos deberíamos buscar un nuevo rumbo laboral cada 12 años aproximadamente, y durante las «grandes renuncias» de 2021, las dimisiones mensuales en EE.UU. tocaron máximos históricos. Los sectores del bienestar y el cuidado personal se dispararon hasta los US$ 4 billones anuales a escala planetaria. Pero, aunque tienen más acceso a tecnología y herramientas de mejoramiento que cualquier otra generación, muchos millennials afirman tener un «déficit de bienestar», según descubrió un estudio entre 5000 consultados de Technogym. Sólo el 52 por ciento clasificó como «bueno» o «excelente» su nivel general de bienestar.
«Se sienten atrapados y no están contentos con eso. Pero tampoco tienen muchas opciones», opina Steven Mintz, historiador de la Universidad de Texas en Austin y autor de «La flor de la vida: una historia de la adultez moderna». «No pueden emitir un cheque y seguir adelante».
La propia «crisis de la mediana edad» está bastante grande ya: este año, cumplió 58 años. El fenómeno, objeto de tantas burlas y temores, fue presentado por primera vez ante el público estadounidense en 1965 por el psicólogo Elliott Jaques, en un documento titulado deprimentemente «La muerte y la crisis de la mediana edad». La investigación de Jaques, que en ese entonces tenía 48 años, indicó que personas creativas como compositores y artistas exhibían declives o cambios abismales en torno a los 35 años. En ese punto, sostenía Jaques, los humanos trocaban el optimismo por un método pesimista de contar el tiempo: en vez del «tiempo desde el nacimiento», pasaban a referirse al «tiempo para morirse».
El trabajo que presentó tuvo un impacto instantáneo, que lanzó libros, coberturas en televisión y hasta un grupo de trabajo gubernamental dedicado a investigar suicidios entre hombres de edad madura.
Los tropos del fenómeno se establecieron desde un comienzo: era una preocupación específicamente de hombres blancos de clase media. Por la misma época, las convulsiones sociales generalizadas hicieron que divorciarte de tu esposa para casarte con una mujer más joven no fuera tan mal visto (entre 1960 y 1969, la tasa de divorcios subió de 2,2 a 3,2 por ciento y llegaría al 22,6 en 1980), en tanto el consumismo desenfrenado tocaba el máximo generacional. Comprarse un auto rápido tenía dosis similares de patriotismo y pose. Como correspondía, el Chevrolet Camaro fue presentado en 1966.
La primera camada que experimentó la crisis de la mediana edad, según la definió Jaques, fue la Generación Silenciosa, es decir, aquellos nacidos en los 10 años previos a la Segunda Guerra Mundial; sus hijos, los boomers, abrazaron muchos de los mismos comportamientos cuando llegaron a los 40, en la década de 1980. La generación X reclamó el título en los 2000. Este grupo modelado por Nirvana roció en la mezcla algo de su típica rebeldía: si Ben Affleck hubiera llegado a los 40 en los ‘60, difícilmente habría decidido tatuarse toda la espalda.
Lo que nos trae al día de hoy y a los millennials en la mediana edad. «La hoja de ruta de la vida se ha desintegrado -apunta Mintz-. La guía que te decía qué hacer a los 25, a los 35 o a los 50 quedó totalmente vieja».
Entonces, ¿cómo reconsideran la vida esos cuarentones recién acuñados? Gastando menos, desde luego. En vez de comprarse un auto nuevo, se compran una bicicleta y salen a la ruta, y, por el camino, mejoran la salud y prolongan su longevidad. En vez de hacerse cirugías plásticas, adoptan un hobby aventurero. «Está la idea de que la mediana edad no es vejez», que se puede conservar la juventud haciendo ejercicio y viajando, observa Mark Jackson, autor de «Sueños rotos: una historia íntima de la crisis de la mediana edad». Esos pasatiempos tienen un precio, «pero son mucho menos costosos que comprarse un Porsche o un Ducati, o tener una amante».
Gracias a los protocolos de trabajo flexible promovidos por la pandemia, el viejo lema de abandonar la familia se transformó en arrancar a todo el clan y trasladarse a algún lugar con una mejor calidad de vida por dólar. «Ya no es una fantasía mudarse a Alaska -agrega Mintz-. Con cierto grado de trabajo a distancia, se puede hacer ya mismo».
En vez de divorciarse, muchas parejas repiensan la monogamia y la manera en que comparten los espacios. Francis Sultana, diseñador de interiores radicado en Londres, afirma que las llamadas «habitaciones para roncar» o el segundo espacio para dormir son hoy rasgos comunes en las casas que diseña para clientes en relaciones de larga duración. Sultana y su pareja han tenido habitaciones separadas desde hace un decenio, por lo menos. «Es una manera feliz de organizarse, especialmente, si son diferentes los ciclos vitales o laborales -distingue-. Y, en los viejos tiempos, las camas separadas eran la norma».
Para muchos, el nombre del juego de ningún modo es el cambio drástico. Lucia Knight, quien dirige lo que llama «una consultoría en diseño de carreras de mediana edad» llamada Midlife Unstuck, lo explica de este modo: «Ahora, hay demasiados platos girando para hacerlos caer» al momento de elegir un nuevo rumbo. «Así que negocias con cada uno de los 10 platos de la vida para que ocurra». Knight trabaja con clientes que ajustan progresivamente sus vidas, en vez de hacerlas implosionar. Una directora gerente de un banco, por caso, se volcó al crochet, afición cultivada para reducir la ansiedad que se convirtió en una tarea lucrativa. En otro caso, una enfermera empezó a trabajar media jornada para poder seguir un curso de tapicería y baraja pasarse a la fabricación de muebles. Knight acota que el 40 por ciento de sus clientes son mujeres. El fenómeno, añade, «ya no es tan masculino».
«No creo que nadie se preocupara por ver la crisis de la mediana edad de las mujeres en los ’60», comenta Annabel Rivkin, cofundadora de Midult, un sitio para mujeres en la mediana edad. «A ellas, simplemente las dejaban, así que se trataba de una reacción, no de una acción». Prefiere el término «encrucijada de la mediana edad», con la esperanza de que el diálogo sobre esta etapa de la vida se aleje del sexo, la separación o el poder de compra.
Que un millennial llegue a la mediana edad de ningún modo debería ser motivo de pánico. No tener dinero para reventar tu vida podría ser liberador, señalan algunos consejeros. Si la crisis se refiere a retomar el dominio de tu destino y tus circunstancias, hay una divisa sobre la que todos tienen poder: el tiempo.
Sarah Knight, autora bestseller de una serie de manuales como «La magia de mandarlo todo a la m…», sugiere pensar en el tiempo, la energía y el dinero como en dinero emocional y crear un «presupuesto de m…» con ellos. «Gasten su dinero de m… en cosas y personas que los hagan felices o, al menos ,que les sirvan de algún modo. Y niéguense a gastarlos en cosas que no les sirven», propone. Sustituyan al «Sí, claro», por un «Lo pienso y te contesto». Dejen de pensar que tienen que justificar por qué rechazan una invitación, una cita o una oferta laboral. A nadie le deben una explicación más allá del «No, gracias». No se preocupen tanto por parecer buenos: «Si son educados y sinceros, no habrán hecho nada mal», asegura.
Rivkin cree que la mediana edad es el momento en el que las mujeres dejan atrás la deferencia. «Mis bolsillos no son muy profundos y mi vida está ávida -alega-. Creo que hay una nueva capacidad para mandarlo todo a la m…».
Cuando, por primera vez, se habló del concepto de crisis de la mediana edad, «en general, se lo vio como un momento de depresión», recuerda Jackson. Pero nuestras expectativas cambiaron drásticamente. «Estamos acostumbrados a cambiar de empleo. Nos casamos tarde y tenemos menos hijos, y a edad más tardía. Y vivimos más, por lo que la mediana edad se extendió».
Estos plazos más largos también darán forma al ritmo en que se mueva la crisis. En vez de un solo momento de reinvención de la vida, Jackson propone que sea una reevaluación constante y serena, que permita que los millennials y quienes vengan detrás de ellos puedan recalibrar sin trastornar sus vidas por completo.
En 2037, cumplirá 40 años la primera camada de la generación Z. Y hasta podríamos no darnos cuenta, ironiza Rivkin. «Ellos tienen una crisis identitaria cada 30 segundos -destaca-. Así que ya no hay muchas reglas sobre cómo reformular nuestras vidas».
Ilustraciones de Eline Van Dam
La versión original de esta nota se publicó en el número 352 de revista Apertura.
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