La presidencia de Diputados, la primera batalla del Congreso que viene
A partir de la buena performance que logró Juntos en las PASO y la expectativa de repetir ese resultado, o incluso mejorarlo, en las elecciones generales de noviembre, ya se avizora la primera gran batalla política del nuevo Congreso: la presidencia de la Cámara de Diputados.
Es un puesto clave por varios motivos: coordina la labor parlamentaria, convoca y conduce las sesiones, administra el presupuesto y, de cara a 2023, es el puesto de mayor exposición que ofrece la Cámara. Ahora bien, ¿podrá la oposición quedarse con la presidencia de ese Cuerpo legislativo?
Desde 1983 a esta fecha, ese sillón fue ocupado por legisladores del partido de gobierno. Juan Carlos Pugliese y Leopoldo Moreau (UCR) fueron los lugartenientes de Raúl Alfonsín; Alberto Pierri (PJ) el de Carlos Menem; Rafael Pascual (UCR) acompañó casi toda la gestión de Fernando De La Rúa, Eduardo Camaño (PJ) fue el parlamentario de Eduardo Duhalde y de los inicios de Néstor Kirchner, que luego se apoyó en Alberto Balestrini (FpV); mientras que su sucesora, Cristina Fernández, eligió a Eduardo Fellner y Julián Domínguez (FpV). El resto, es historia reciente: Emilio Monzó (PRO) como presidente de Diputados durante la gestión de Mauricio Macri, y Sergio Massa (FdT) desde la asunción de Alberto Fernández.
Es que hay dos reglas básicas: una escrita y otra no escrita.
La primera está establecida en el último párrafo del artículo 2 del Reglamento Interno de la Cámara Baja, que reza: «acto continuo se procederá a la elección, a pluralidad de votos, del presidente, vicepresidente 1°, vicepresidente 2° y vicepresidente 3°, haciéndose las comunicaciones pertinentes al Poder Ejecutivo nacional, al Honorable Senado de la Nación y a la Corte Suprema de Justicia de la Nación».
La segunda, tiene que ver con que, a fin de cuentas, como todo en el Congreso, se trata de una negociación y acuerdo político, que luego es refrendado por la mayoría de los votos en la sesión preparatoria.
¿Qué significa esto? Que la Presidencia no corresponde ni legal ni reglamentariamente a la primera minoría ni al partido de gobierno: el candidato que junte más votos, así sea de un monobloque, será el que al final del día se alce con la conducción de la Cámara.
La historia reciente muestra que los acuerdos que delegaron la presidencia de la Cámara en hombres del oficialismo de turno se fundaron en una tradición legislativa que tiene como precepto que ese puesto debe ser ocupado por un diputado de confianza del Presidente de la Nación, porque hace de nexo entre la Cámara y el Ejecutivo y porque la Ley 25.716, de Acefalía Presidencial, pone al Presidente de esa Casa como tercero en la línea de sucesión presidencial.
Pero por supuesto, toda regla tiene sus excepciones, aunque para la historia de nuestra Argentina no sea de su época más feliz.
El 6 de diciembre de 2001, a 15 días de que estalle la peor crisis institucional de la política argentina reciente, un peronista, el antes mencionado Eduardo Camaño, accedía al principal sitial de la Cámara, así como otro peronista, Ramón Puerta, se quedaba con la presidencia provisional del Senado. ¿Querrá la oposición cargarse con tal antecedente?
Si los principales referentes de Juntos deciden avanzar en ese sentido para arrebatarle la presidencia al tigrense Sergio Massa (FdT) el resultado de dicha jugada política se conocerá durante los primeros 10 días de diciembre cuando, tal como lo establece el reglamento de Diputados, debe celebrarse la sesión preparatoria para la elección de las nuevas autoridades para el próximo período legislativo, de la que participarán los diputados con mandato hasta 2023 y los 127 nuevos legisladores que asumirán el 10 de ese mes.
Como, según la proyección del resultado de las PASO, ninguna de las fuerzas políticas tendrá mayoría propia en el próximo Congreso, la elección del Presidente de la Cámara dependerá de los acuerdos políticos que se tracen de acá al 10 de diciembre. El Frente Juntos podría, eventualmente, aspirar a la presidencia si lo apoyan los diputados de lo que denominamos la «avenida del centro» (cordobeses, lavagnistas).
El oficialismo, por su parte, podría mantener ese lugar si logra reunir un número equivalente de votos con sus aliados habituales o cercanos (misioneros, rionegrinos, chubutenses).
¿Podría surgir algún diputado «del centro» queriendo mediar en la disputa a partir de su propia candidatura? Podría, si logra los consensos y los 129 votos para imponerse. Porque a fin de cuentas, la política es el arte de lo posible.
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