El Cronista @cronistacom: La narrativa del presidente superhéroe

La narrativa del presidente superhéroe

«No sé por qué Milei piensa que es tan genial». «No ha logrado nada desde que asumió la Presidencia. Parece lleno de sí mismo, lo que es muy argentino, por cierto». Con esas frases se despachó el presidente ecuatoriano Daniel Noboa a la hora de hacer una evaluación sobre el presidente argentino, en una entrevista concedida a The New Yorker. Más allá de las aclaraciones diplomáticas que buscaron poner paños fríos sobre el vínculo bilateral, lo que Noboa subrayó en su comentario fue una aparente soberbia que él registra en Milei, que luego termina generalizando en una cuestión más nacional. Es posible que la humildad no sea algo que abunde en el ser argentino, aún menos en el porteño. En este caso, el Presidente Milei, acostumbrado a hacer de la exaltación de su figura y de la de sus más cercanos un ritual casi sagrado, no hace más que confirmar esos prejuicios.

El economista libertario ha salido a respaldar sin fisuras a su amiga Sandra Pettovello ante la crisis desatada en el Ministerio de Capital Humano y la llegó a calificar como «la mejor ministra de la historia», para regocijo de la «genia» de Patricia Bullrich. En respuesta al ruido generado alrededor del programa monetario y cambiario de Luis Caputo, Milei aseguró que el encargado de la cartera económica es «el mejor ministro de Economía de la historia argentina». A renglón seguido, el casi llegado al gabinete Federico Sturzenegger fue definido como «uno de los economistas más brillantes del planeta», en un acto de reivindicación profesional que el «coloso» espera que se traduzca en la ocupación de un cargo de peso en el gobierno.

Javier Milei

Toda esa retórica presidencial del exceso podría ser entendida en el marco de la defensa normal de cualquier autoridad sobre su equipo de colaboradores más cercanos y del cuidado del vínculo profesional y personal hacia aquellos. Sin embargo, uno puede observar, no con mucho esfuerzo, que los calificativos rimbombantes y las consideraciones fuera de escala se replican también cuando Milei se expresa sobre desarrollos de la actualidad que lo involucran a él o a sus adversarios políticos. En un ejemplo cercano, los repudiables hechos de violencia en el Congreso, previos a la aprobación de la Ley Bases, fueron enmarcados por la Oficina del Presidente como un intento de golpe de Estado, algo para lo cual no parecía haber evidencia alguna al momento de enunciarse tal afirmación y mucho menos ahora.

Por su parte, actos de amor propio envidiables lo han impulsado al primer mandatario a compararse con Moisés y a sentirse como el «máximo exponente de la libertad a nivel mundial», que con su sola presencia ayuda a posicionar positivamente a la Argentina en la mirada global. Todas estas exageraciones y estiramientos conceptuales que se agolpan por estos días para intentar ingresar en nuestros mapas cognitivos nos recuerdan que no siempre la realidad es la única verdad. Se dice más pero con menos precisión y se aumenta el impacto pero se reduce el poder explicativo. En este sentido, las funciones descriptivas e informativas de los enunciados oficiales quedan peligrosamente diluidas en pos de la adecuación a los objetivos comunicacionales más personales del presidente.

El libertario comprende que, como plantea George Steiner, el lenguaje determina no sólo las dimensiones sino que también las perspectivas y el horizonte de una parte de la experiencia humana en el mundo. Mediante el uso de un discurso hiperbólico, Milei se conecta emocionalmente con una parte de su auditorio y contribuye a estructurar la realidad, desde el apuntalamiento de su manera de acercarse a ella. Por añadidura, la utilización de la hipérbole en una línea trumpista lo saca de los modos de la dirigencia política tradicional y lo acercan al registro de las conversaciones cotidianas que mantenemos cada uno de nosotros en nuestras esferas privadas. En los intercambios personales con amigos y familiares, la exageración no es algo particularmente rechazado, sino que es visto como pintoresco y gracioso. A ninguna buena anécdota se le niega algún grado de exceso lingüístico. Sobre estos contornos opera el presidente.

Más allá del esfuerzo que es necesario que realicemos para adentrarnos en la lógica interna de la narrativa mileísta, sería temerario abandonar el empeño analítico sin hacer un señalamiento certero de los riesgos que surgen de emprender ese camino. En cierta medida, se encuentra la posibilidad de que los estruendos retóricos dificulten la transparencia, la confiabilidad y la rendición de cuentas, tan necesarias en el vínculo entre gobierno y ciudadanía en un marco democrático. En efecto, ninguna de aquellas dimensiones pueden ser efectivizadas si, ante las interpelaciones o cuestionamientos al accionar del Ejecutivo, las respuestas giran en torno a la exaltación propia y al hundimiento de los extraños.

Por otro lado, la elevada percepción de Milei sobre sí mismo y el engrandecimiento de las capacidades de algunos de los que lo rodean trae consigo una promesa implícita de resolución eficaz y relativamente rápida de los problemas que preocupan a la ciudadanía. De los «mejores» uno no espera más que producciones de calidad y la aptitud suficiente para encarar exitosamente los desafíos que tengan por delante. En tal sentido, opera allí un factor de retroalimentación. Los mejores son capaces de las mejores cosas pero también son esos resultados destacables los que les permiten conservar el prestigio construido.

El discurso de superhéroe que Milei plantea sobre sí mismo tiene como contracara la generación de sobre expectativas. Tanto el superávit fiscal como la desaceleración de la inflación son verdades incontrastables de los primeros meses de gestión, pero también lo son la suba del desempleo al 7,7% y la caída de 5,1% del PBI en el primer trimestre del año que registró el Indec. En los tiempos que vienen, Milei pondrá en juego ese supuesto prestigio que él buscó exhibir de sí mismo y proyectar hacia la realidad desde su construcción retórica. Aquel candidato libertario que se presentó en el debate presidencial como «especialista en temas de crecimiento con o sin dinero» es, desde hace más de seis meses, el Presidente de la Nación. Se hizo la fama, ahora no puede echarse a dormir porque es tiempo de la acción.

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