En la búsqueda del crecimiento perdido
Todo plan debe tener un objetivo, y en la Argentina no hay duda de que debería ser bajar la pobreza, que agobia a la Argentina desde la crisis del 2001.
Se habla mucho sobre cómo bajar la pobreza, pero algo debe quedar claro desde el principio: con crecimiento no alcanza, pero sin crecimiento es imposible. Los picos de pobreza en la Argentina coincidieron con las grandes recesiones, 41% con la hiperinflación de fines de los ochenta, 55% en la crisis del 2001, y llegando al 45% en la crisis actual. Esos picos de pobreza bajaron cuando la economía retomó el crecimiento, con lo cual no hay dudas de que el nivel de actividad tiene un papel fundamental en explicarlos.
Parte del problema en estas décadas ha sido la falta de crecimiento. La economía está estancada desde el 2011, y a pesar de que ha habido años de expansión y recesión que estuvieron muy ligados a los ciclos electorales, el ingreso per cápita ha caído un 20% en la última década con lo que hoy se encuentra en los mismos niveles que en 2006. Este estancamiento económico es la causa principal por la que Argentina no ha podido bajar la pobreza, mientras otros países si lo han logrado.
Pero también es cierto que hay una pobreza estructural, que también ha subido y que llega a casi el 20% de la población, y que es una consecuencia directa del deterioro social que el país viene experimentando desde hace tiempo. Esta nueva pobreza está relacionada con factores más de fondo como el deterioro de la educación, la presión impositiva, la informalidad y tantos otros problemas que afectan a los sectores más vulnerables.
La pobreza estructural necesita combatirse con medidas estructurales, pero lamentablemente el Estado hasta ahora ha sido poco efectivo para diseñar políticas adecuadas para reducirla. En el mientras tanto seguramente se van a seguir usando planes sociales como paliativos, que sirven para reducir los síntomas, pero no son una solución porque no atacan el fondo del problema.
Pero la mayor parte de la pobreza que el país sufre hoy está ligada a la falta de crecimiento. Estudios realizados en el Banco Mundial indican que hay algunos factores claves que explican el crecimiento. El primero es la inversión, que en países como Corea del Sur o Chile en los años de alto crecimiento superaron el 25% del producto. En la Argentina hoy ronda el 12% del PBI y raramente superó el 20% del producto en los últimos años. Para que el país crezca a tasas suficientemente altas como para reducir la pobreza la inversión debería duplicarse lo que permitiría crecer 5 o 6% anual en forma sostenida durante una década. Estamos bastante lejos de esa meta. ¿Qué faltaría para lograrlo?
Cuando pensamos en inversión debería quedar claro que lo que hace falta es inversión privada, principalmente porque más allá de que es más eficiente y dinámica, lo concreto es que el sector público no tiene capacidad de conseguir el financiamiento para liderarla. El gasto público ya está en niveles muy elevados, superando el 40% del PBI, y es impensable que el Gobierno pueda aumentar la presión impositiva que ya ahoga a la inversión. Tampoco se puede financiar más gasto con endeudamiento, porque el riesgo país está por las nubes y el mercado local apenas alcanza para refinanciar los vencimientos de deuda pública.
Los estudios también muestran dos variables claves que atentan contra el crecimiento: la inflación y la brecha cambiaria, y en ambos casos estamos aplazados. La inflación ronda el 50% anual y la brecha supera el 80%, lo que nos coloca entre los peores desempeños del mundo. Los países que han logrado altas tasas de crecimiento tienen inflaciones de un dígito y además un solo tipo de cambio o brechas cambiarias muy pequeñas. Por este lado también venimos mal.
Otros factores que influyen en el crecimiento son el tamaño del sistema financiero, que además del bancario incluye inversores de largo plazo como fondos de pensión o compañías se seguro de vida que permiten financiar localmente proyectos de inversión de largo plazo, que como es bien sabido en la Argentina es muy pequeño. También identifican al déficit fiscal, el nivel de apertura al comercio internacional que muestre la economía (donde creo que no hacen falta comentarios). El país tampoco está bien en el desempeño de variables cualitativas o institucionales como nivel de educación o el respeto a las reglas de juego, en las que Argentina se viene rezagando cada vez más.
La conclusión es que se necesita un programa económico que ataque varios frentes en forma simultánea. Por ahora venimos mal, pero no es la primera vez que salimos de un túnel que parecía eterno. Si bien no va a ser fácil, el punto de inflexión puede ser el programa con el FMI. Pero surgen dudas respecto de qué tipo de programa va a ser.
A veces se habla de un programa blando o light, que tomaría en cuenta el punto inicial que se caracteriza por grandes desequilibrios macroeconómicos y un nivel de pobreza enorme. Blando probablemente significa gradualismo, lo cual suena razonable, pero surge la pregunta de si Argentina puede esperar.
Por otro lado, también habla de un programa más duro y típico del FMI, que trate de atacar los desequilibrios rápido y en forma integral, lo cual puede generar efectos secundarios tanto económicos como sociales que lo vuelvan inviable y que terminen deteriorando la situación general.
La clave va a ser diseñar un programa que logre un balance entre velocidad y profundidad del ajuste por un lado y sostenibilidad económica y social por el otro. En la práctica va a implicar velocidades diferentes para enfrentar cada uno de los desequilibrios macroeconómicos; avanzar rápido donde los efectos secundarios sean chicos y más despacio en los que se consideren más riesgosos.
A pesar de los riesgos habrá que avanzar, y para poder hacerlo hace falta tener un plan que tenga un norte claro, crecer y bajar la pobreza, que encuentre un equilibrio entre las necesidades sociales y económicas, y que separe lo importante de lo urgente.
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