El programa no le sirve a nadie, pero evita el default
Finalmente está el acuerdo entre el Gobierno y el FMI, y conocemos la letra chica. Falta la aprobación del Congreso, y a pesar de los chispazos y las declaraciones estruendosas dentro de las coaliciones del gobierno y de la oposición, es un hecho que de alguna forma se va a resolver. El país no va a entrar en default.
El acuerdo es una solución de compromiso con la que nadie se siente conforme. El Gobierno porque al final tendrá que vivir con un ajuste, que aunque mínimo, es ajuste al fin. Tendrá que subir tarifas, bajar el déficit fiscal y limitar el financiamiento del Banco Central. Para la oposición esto es insuficiente porque no resuelve los desequilibrios cambiarios, de precios relativos y deja abierta la necesidad de un nuevo ajuste, entre otras cosas para lidiar con la bola de nieve de deuda en pesos. Y para el FMI debe ser una frustración, porque está muy lejos de ser el programa integral que pidió reiteradamente con el apoyo del Tesoro de EE.UU.; se parece más aun parche que busca que la economía no se desplome.
En otras palabras, es un acuerdo que le deja un gusto amargo a todos. Parafraseando a Henry Kissinger, este es un acuerdo que dista de darle satisfacción absoluta a las partes, y en lugar les brinda insatisfacción balanceada.
A pesar de ser un programa light que no soluciona los problemas de fondo, su principal logro es evitar un gran deterioro de las condiciones económicas y financieras. Sin él, Argentina habría caído en default y todos los indicadores económicos habrían empeorado significativamente, desde la inflación hasta la actividad y la pobreza. Sin embargo, las medidas parecen diseñadas más para evitar una crisis que para reencauzar la economía hacia un sendero de crecimiento de largo plazo. Es un puente hasta el próximo gobierno.
El acuerdo tiene algunos aspectos positivos que en forma muy gradual ayudan a mejorar la macroeconomía. Busca una reducción paulatina del déficit fiscal, que aunque no es muy ambiciosa para los primeros dos años al menos va en la dirección correcta. Además, el Banco Central sólo podrá sólo financiar al Tesoro el equivalente al 1.0% del PBI, lo que implica una reducción importante respecto al 3.7% que financió el año pasado. También hay un objetivo para que suban las reservas 5.800 millones de dólares y que el Banco Central fije tasas de interés reales positivas, una política que sirve para controlar la inflación y bajar la brecha cambiaria.
A pesar de estas bondades, es un acuerdo light, principalmente porque no ataca los problemas de fondo y deja que siga habiendo una economía disfuncional. No hay medidas para relajar el cepo cambiario, que es una política que complica el funcionamiento de la economía y que el FMI tradicionalmente busca eliminar, porque desalienta la inversión, y lleva a faltante de productos. Esto es sorprendente porque choca con los propios objetivos del FMI que habla de la convertibilidad de la cuenta corriente (o sea de todas esas operaciones). El FMI miró para el otro lado.
No hay medidas concretas para bajar la brecha cambiaria, que sigue altísima y que en estos niveles es una amenaza concreta para la acumulación de reservas. La brecha desaliente exportaciones y los ingresos de capitales. Sin embargo, en este caso no se habla ni de bajarlo y menos de una posible unificación del mercado de cambios. Otra rareza del programa, porque en prácticamente todos los programas de facilidades extendidas (EFF) se incluye para favorecer la acumulación de reservas y el crecimiento económico.
También se acepta sin muchos miramientos que el gobierno se siga financiando en pesos a plazos relativamente cortos, sabiendo que esto es viable mientras haya un super-cepo como el actual, pero que puede ser una bomba de tiempo en otras condiciones.
No queda claro si se van a poder reducir los subsidios energéticos en 0,6% del PBI como está en el programa y que son la principal fuente de reducción del déficit fiscal. Va a ser difícil con aumentos de tarifas que apenas superen a las expectativas de inflación, especialmente en un contexto en el que los precios del GNL que se importa se quintuplicó debido a la guerra en Ucrania. Quien pagará el ajuste: las provincias, los jubilados, o la inversión pública?
Lo más extraño es que este es un EFF en el que no hay reformas estructurales o sea un oxímoron. Quedaron olvidadas las reformas para favorecer el empleo PYME, para que los planes de trabajo se transformen en empleo genuino, para que el sistema jubilatorio sea viable en el largo plazo o para que la estructura impositiva favorezca la inversión y el crecimiento. Lo único que se menciona son algunos informes y planes de trabajo y la presentación de algunas leyes al Congreso, que no son más que espejitos de colores para decir que hay algo.
En pocas palabras, el acuerdo es extremadamente «light» comparado con cualquiera de los programas anteriores del FMI, pero cumple con el objetivo de que sea un programa realista, pragmático y cumplible. El problema de esta lógica es que difícilmente generará la credibilidad que Argentina necesita para logre algo más que evitar el abismo.
Uno puede ver el vaso está medio vacío y argumentar que la economía no mejorará y que en el mejor de los casos servirá para salir del paso hasta finales del próximo año. Aquellos que argumentan que el vaso está medio lleno pueden decir que al menos se puede evitar el peor de los escenarios que incluye default, mayor inflación y deterioro de la economía. El desafío real llegará en 2024, y recién ahí sabremos si ese momento puede ser el punto de inflexión tan esperado para la economía argentina.
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