El Presidente decide cómo sigue con Cristina y con La Cámpora
«Hola Cristina. Traté de comunicarme con Mariano sin suerte. Me enteré que tiraron piedras en las ventanas de tu despacho. Lamento mucho lo ocurrido. Según me dice Aníbal rompieron vidrios. Ya identificaron a dos de los agresores. Pasó algo más? Vos estás bien? Todos están bien? Necesitás algo de mí?», escribió el presidente Alberto Fernández vía Telegram a las 19.18 del jueves, después de que durante 25 minutos estallaran los vidrios del primer piso del Senado bajo una lluvia de piedrazos. A los lados de las ventanas quedaron las manchas de pintura roja con las que previamente se «marcó» el área. Ni el secretario de la Vice ni ella respondieron los mensajes.
Apenas empezaron los incidentes el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, llamó enojado al secretario de Seguridad de la Ciudad, Marcelo D’ Alessandro. Le reclamó que no hubiera un anillo de efectivos custodiando el Congreso mientras se debatía el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El Frente de Todos no quiere vallados. Quitar las rejas de Plaza de Mayo, frente a Casa Rosada, fue la primera pelea de Alberto Fernández con la Ciudad de Buenos Aires que tiene a su cargo la seguridad externa de los edificios federales.
A la hora de los destrozos D’Alessandro estaba en la Corte, acompañando a Horacio Rodríguez Larreta en la audiencia con el ministro del Interior Eduardo Wado de Pedro por las partidas presupuestarias derivadas del traspaso de la policía.
Más allá de cualquier especulación, la seguridad de la Vicepresidenta de la Nación quedó vulnerada. Habría que analizar sin prejuicios el impacto institucional de un piedrazo a Cristina Fernández, Gabriela Michetti, Daniel Scioli, Chacho Alvarez o Eduardo Duhalde. La pelea sin embargo, trasuntó otras cuentas pendientes del oficialismo.
Los testigos comentaron que una piedra voló cerca de la cabeza de CFK justo en el momento en que se ponía de pie. Su hijo Máximo Kirchner la ayudó a salir del despacho. Ella estaba más enojada que él. Sobre la mesa quedaron las copas de agua y latas de gaseosa (la misma que toma Alberto Fernández) mezcladas con bombones de nutella y pedazos de cemento.
La agresión potenció los rencores que despertó la votación por el FMI y expuso la grieta en mayor escala. «Aturden el silencio y la parsimonia del gobierno frente al ataque al despacho de la Vicepresidenta», se quejó Andrés Larroque, secretario general de La Cámpora. Le salió al cruce públicamente Aníbal Fernández mientras otros rumiaban su ira a la espera de una señala presidencial para manifestarla.
Las apariencias no engañan. Pero el kirchnerismo no quiso evitar el acuerdo. Cristina Fernández esperó a que saliera la media sanción para expresar su disgusto con el ataque, con la vuelta al Fondo y fundamentalmente con el jefe de Estado. Massa agradeció ese delay. Rápido de reflejos cruzó el Palacio para ver los destrozos personalmente. En cambio los que ya no confían en la Vice ni en su hijo, asumieron que los 148 segundos que dura el mensaje demuestran que ambos «son lo mismo, no piensan distinto» y que hay que cortar el cordón umbilical.
Hay otra lectura posible que sorprendentemente aliviana el malestar que causa Máximo Kirchner. Tampoco él hizo nada el jueves 10 ni durante la madrugada. «No pudrió la sesión», repitieron este fin de semana algunos de los principales protagonistas que destacaron su «aguante» a pesar de las reiteradas provocaciones en los discursos de la oposición. A diferencia de la sesión donde se frustró el Presupuesto Máximo Kirchner calló y este sábado dejó claro que sigue en el PJ al participar del Primer Encuentro de la Rama Femenina del PJ bonaerense en la quinta de San Vicente, donde moran los restos de Juan Domingo Perón.
Según los registros del Congreso el hijo de Néstor y Cristina Kirchner fue el primer diputado en llegar a su despacho pero fue el último en sentarse en la banca junto a Sergio Palazzo. Votó en contra y mostró su poder de fuego con 41 votos que sumaron el rechazo y la abstención. A las 5.30, cuando todos se habían ido, tomó mate con Massa mientras su equipo distribuía un lapidario documento de 15 páginas con los fundamentos del voto que no justificaron en el recinto. Massa agradeció ese silencio en el debate y preguntó: «¿Cómo seguimos ahora?». La respuesta no la cuentan ninguno de los dos.
La misma pregunta se hacen quienes se llaman albertistas. Están los que piden que Alberto Fernández «deje de ser gerente» del kirchnerismo, liberado ahora de cualquier compromiso. Le piden que premie a los leales, como hizo subiendo a la comitiva que lo acompañó a Chile, para la asunción de Gabriel Boric, a los diputados Leonardo Grosso y Carolina Gaillard, además de la siempre amiga Victoria Tolosa Paz.
Están en cambio los que aún molestos con La Cámpora acatan el pedido de Germán Martínez en la única reunión de bloque que hubo. Máximo Kirchner escuchó en silencio. Y al tucumano Carlos Cisneros lo mandaron a callar cuando arrancó con las críticas a la agrupación K. Hubo un pacto de no agresión hacia La Cámpora y la oposición.
Como Cisneros, varios están furiosos y ya lanzaron la reelección presidencial. Acusan a La Cámpora de moverse como «una ONG» mientras piden cuidar «a los que se pueden salvar». El caso emblema es Hugo Yasky que planeaba votar a favor pero viró a la abstención por problemas en su gremio. El secretario general de la CTA previno al Presidente a través del diputado Eduardo Valdés. A las seis de la tarde se lo informó también a los diputados Pablo Carro, al bancario Palazzo y a la judicial Vanesa Siley que reporta a La Cámpora y a Cristina Fernández. Los cuatro se abstuvieron. El viernes Yasky cumplió su promesa al Presidente cuando dio una entrevista. «No le suelto la mano a Alberto», juró su fidelidad y pidió una reunión con él.
En el avenida del medio de la propia grieta, los veteranos insisten sobre los riesgos: «No podemos perder ni un voto, ni un diputado ni un senador». Saben que la desunión garantiza para el 2023 un triunfo de Juntos por el Cambio que apenas tuvo cuatro desertores.
En la víspera, el Presidente sondeó el clima entre los diputados. A José Luis Gioja, hacedor de la vuelta de Cristina Fernández al Consejo del PJ nacional, le habló en tono conciliador. Otros lo escucharon enojado. La mayoría espera que después de la ley les de una señal.
Esa necesidad de un más firme liderazgo la interpretó el senador salteño Sergio Leavy que promueve el voto a favor en la cámara alta. Desmintió al radical Martín Lousteau: «Cristina no genera mal clima, no nos dijo qué votar», respondió en su defensa por radio aunque apuntó a los opositores internos. «Tenemos responsabilidad de gobierno. Uno sabe que tiene que tragar amargo y escupir dulce», advirtió antes de pedirle al Presidente que asuma un rol más contundente. Ejemplificó con una anécdota: «Cuando era intendente de Tartagal renunció el director del hospital. Fuimos a ver al gobernador Juan Manuel Urtubey para pedirle que nos ayudara y que volviera. Urtubey nos dijo que no, que si alguien le renunciaba no lo quería en su gobierno». El relato gustó a los albertistas puros.
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