Misterios y contradicciones de una sociedad encriptada
economia
La sociedad argentina está en silencio. Cuando habla, lo hace en voz baja. Cuando ríe, se siente culpable. No hay carcajadas, apenas muecas en sordina. Resulta muy difícil descifrar lo que se oculta adrede detrás de una aparente anomia. Se vive con la guardia alta y a la defensiva. Hay una reclusión en el círculo más íntimo y muchas veces, incluso, ni siquiera eso. Apenas una endogamia con aspiraciones, no siempre logradas, de contención individual. La verdad se transformó en algo prácticamente inexpugnable. En el sonar vibra la existencia de un magma en ebullición creciente. Para sanar, primero hay que poder procesar el dolor. Esa energía fluirá de algún modo. La opacidad de seres destruidos por dentro nos impide predecir cómo.
El 21 de abril pasado, Adam Grant, psicólogo norteamericano que es profesor en Wharton, publicó en The New York Times una columna de opinión titulada: “El malestar que sientes tiene un nombre: se llama languidez”. Allí explicaba: “Mientras los científicos y los médicos trabajan para tratar y curar los síntomas físicos del Covid de larga duración, muchas personas tienen problemas con la longevidad emocional de la pandemia. En psicología, pensamos la salud mental en un espectro que va de la depresión al florecimiento. El florecimiento es la cima del bienestar: se tiene un fuerte sentido del propósito, del dominio y de importarles a los demás. La depresión es el valle del malestar: te sientes abatido, agotado y sin valor. La languidez es el hijo ignorado de la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia de bienestar. Es una sensación de estancamiento y vacío. Se siente como si uno estuviera pasando los días sin rumbo, mirando la vida a través de un parabrisas empañado. Y podría ser la emoción dominante de 2021”.
En abril, Nueva York todavía transitaba una fuerte segunda ola de la pandemia, pero llevando ya un mes de primavera empezaba a divisar el regreso a la normalidad (o algo parecido). Un mes después, el 24 de mayo, The New Yorker presentaba una tapa maravillosa. Una puerta se abría en un cuarto muy oscuro. Se lograba divisar un cielo soleado y celeste, apenas matizado por algunas nubes. Ahí afuera estaba ocurriendo algo atractivo, tentador. Una familia clásica, madre, padre y dos niños, uno de la mano de cada progenitor, miraba hacia la puerta. Se aprestaban a salir. El hallazgo de la ilustración, que tiene el poder de sintetizar en buena medida lo que vivimos, era el tamaño relativo de las figuras que componían el cuadro. La puerta era gigante; las personas, ínfimas. Eso es lo que provoca el encierro.
Donde prima el miedo, las almas se encogen, el deseo se reprime, la libido se esfuma. Dos meses más tarde, el 16 de junio, quien era entonces el gobernador del estado, Andrew Cuomo, publicó un tuit en el que hizo lo imposible por ser tremendamente explícito. Tras llegar al 70% de la población adulta vacunada con al menos una dosis, tomó la decisión de abrir todo y desde su cuenta en la red social arengó: “La vida consiste en prosperar. La vida es ver a la gente. La vida se trata de disfrutar la vida, se trata de interactuar. Y ahora volvemos a vivir en la vida”.
Al día siguiente, Coldplay realizó a modo de prueba un recital al aire libre en Queens. Fueron 20.000 personas. La cara de felicidad de Chris Martin, el líder de la banda, lo decía todo. Volver a tocar con público era volver a vivir. Algo similar se vivió este sábado 21 de agosto en el primer concierto multitudinario de la ciudad producido por el mítico Clive Davis (puede verse un documental sobre su vida muy atractivo en Netflix), el gigante Live Nation (son los organizadores del festival Lollapalooza) y el alcalde Bill de Blasio. Fue en el Central Park y pusieron “toda la carne al asador”, convocando a múltiples artistas, entre ellos The Killers y Bruce Springsteen. Se lo llamó We love NYC y el eslogan publicitario fue: “New York City is back” (Vuelve Nueva York).
Finalmente, un huracán literalmente aguó la fiesta y debieron suspender todo a la mitad. Simbólicamente podríamos hablar de una especie de karma. En palabras de Grant, aún no se puede volver a experimentar de manera plena el bienestar. La languidez que efectivamente existió y aún perdura en muchas personas se resiste a irse del todo.
En nuestro país estamos aún lejos del equivalente a la fecha en la que el psicólogo norteamericano publicó su tesis sobre por qué la salida de la pandemia no sería ni tan simple ni tan lineal como muchos hubieran pensado y seguramente anhelado. No es de ningún modo un “listo, ya fue, acá no pasó nada, miremos para adelante y a otra cosa”. El proceso es bastante más complejo que eso.
Si la pandemia tiene puntos en común con una guerra, la primera etapa de la salida es la posguerra, y ahí se combinan la alegría de estar vivo con las desgarradoras cicatrices de haberlo logrado. Es un estado de ánimo ambivalente, paradójico, lánguido. ¿Cómo volver a reír frente a tanta muerte y destrucción? ¿Cómo no hacerlo si la vida es lo más valioso que tenemos?
En una fecha similar, el novelista y ensayista italiano Alessandro Baricco publicó su libro Lo que estábamos buscando, la pandemia como criatura mítica. Baricco es un pensador exquisito, capaz de leer y describir lo humano como pocos. Fue entrevistado por el diario El País de España el 21 de mayo, donde justamente lo interrogaron acerca de si lo que sucedió podía compararse con una guerra. Respondió: “No es lo mismo, pero es útil. Un punto claro es que cuando todo esto se difumine en una cotidianidad normal, la gente querrá ser recompensada, como después de la guerra: he combatido, lo he superado, ahora quiero un premio. Esto pasaba entonces y pasará ahora. Cuando sales de una guerra y vas a comprar la leche, y es la misma que antes, es muy decepcionante. Has atravesado toda esta tragedia y esperas que la leche tenga algo nuevo. Esa irracional ansia de vida tendrá un impacto sobre todas las cosas”.
La pregunta que implícitamente les deja Baricco a todos, tanto a los empresarios y a las marcas como a los políticos y los comunicadores, es: ¿qué será ese “algo nuevo” que tendrán para dar?
Lo que allá fue el 21 de abril, aquí sería el 21 de octubre. Estamos a dos meses vista de ese momento. Sin embargo, salvo los estadios, los recitales y los boliches, ya estamos prácticamente con todo abierto. Los días “primaverales” que trajo la sequía de La Niña contribuyen a la confusión. La gente no entiende nada y se pregunta: “¿Qué pasó? ¿Terminó la pandemia y no nos enteramos?”.
Para intentar correr el velo que cubre sentimientos, razones y conductas, en Consultora W estamos implementando varios modelos interpretativos simultáneos. Luego de haber realizado múltiples entrevistas en profundidad, escaneo de redes sociales y análisis observacionales de la dinámica urbana, Sil Almada, directora de Almatrends, nuestro Lab de Tendencias Sociales, logró traducir la languidez global que describe Grant a lo que sucede aquí. Lo bautizó “el efecto parque de diversiones”.
En sus propias palabras: “La gente está mareada, atontada, aturdida. Es como si los hubieran subido varias vueltas al Zamba, aquel memorable juego de zarandeo del mítico Italpark. Hay una especie de jet lag emocional. Conversé con muchas personas que ya ni siquiera saben cómo se sienten”. El origen de la fuerte emocionalidad contradictoria que atraviesa a la gran mayoría lo sintetiza con una de las frases de los entrevistados: “Y de repente, todo”.
Los focus groups que conduce el equipo de sociólogos que trabajan con nosotros y que todavía estamos haciendo mandan un primer mensaje. “Sí, hay una leve mejoría. Que se nota, que se ve. Pero eso no tapa ni lo que pasó ni lo que pasa. Estamos un poco mejor, sí. Pero no estamos bien. Acá no hay ninguna fiesta”.
¿Qué hará la gente con todo eso? ¿Cómo se articularán esas contradicciones? ¿De qué modo fluirá el magma emocional que todavía se está gestando? No podemos saberlo aún, porque ni siquiera ellos lo saben. Puesto directamente en su boca: “Todo esto es demasiado. Es un montón”.
La sociedad no solo está desorientada. Mucho más intrigante, está encriptada.
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