La aventura de una paisajista que transformó el jardín de una antigua estancia en un paseo de flores
revista jardín
Hace tres veranos, la paisajista Josefina Cardoso decidió cambiar la forma de abordar el parque de dos hectáreas del campo ubicado en Castelli, provincia de Buenos Aires. En un comienzo, los objetivos fueron reducir el corte de césped, generar recorridos y que fuera más estético y funcional a la vez.
Después de caminar mucho y observar, se planteó una primera etapa: encarar el sector derecho del camino de acceso, que es el que más se ve desde la casa. Empezó trazando curvas, respetando los añosos árboles y formando senderos de pasto corto con sectores de pastizal natural, que fue dejando crecer en forma espontánea para descubrir, día a día, qué había en ese suelo.
Al primer año ya se cumplía un primer objetivo. Tener recorridos en el parque generó un uso diferente, salir a caminar y descubrir sectores ofreció un atractivo especial. “Luego de pasar un verano observando el desarrollo del pastizal, entendiendo cómo las gramíneas buscaban su lugar y se iban despertando, me di cuenta de que, por la fuerza con que brotaban, iba a ser muy difícil tener flores silvestres. Eran difíciles de controlar, muy invasivas, aparecían distintas especies, algunas más atractivas que otras”, cuenta la paisajista. Así, cobraban fuerza el pasto miel (Paspalum dilatatum), el gramón (Cynodon dactylon), el pasto ovillo (Dactylis glomerata), entre otros.
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En esa primera etapa también había que controlar el cardo bonaerense, para que no invadiera todo el pastizal. Esto motivó a que investigara cómo hacer una pradera de semillas. “A través de internet llegué a la empresa Pictorial Meadows, les escribí para entender mejor cómo llevarlas a cabo, me respondieron y fue así como empezó mi aventura. Pude comprar semillas en Inglaterra a través de familiares; la compañía me mandó todas las pautas para hacerlo correctamente. De todas las ‘islas’ de armado de pastizales que había, elegí tres que me parecían las más vistosas y que me servían por las características de sus semillas”, relata Josefina. “Dos de ellas estaban destinadas para el sol pleno y la tercera para una zona de sol y sombra”.
Otro objetivo fue introducir flora del lugar. Recorriendo todo el campo iban apareciendo flores muy atractivas para sumar a las semillas de anuales, como Verbena bonariensis, Cynara cardunculus, manzanilla, margaritas, biznaga y el invasivo nabo silvestre. Se trasplantaron y se comenzó a entender cómo era su comportamiento en un espacio más manipulado.
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Para la instalación de cada una de estas “islas” se cortaron, con tractor y desmalezadora, los pastizales en esos tres sectores elegidos, y luego se fumigó con un graminicida (que no resultó efectivo) y finalmente con glifosato. Se “raspó” el pasto hasta dejar casi la tierra al descubierto y se pasó una máquina trituradora de tierra unas cinco veces para dejar el suelo preparado para sembrar. El material seco se guardó para luego ser utilizado como mulch.
“Después de trabajar el suelo nos dimos cuenta de que nos encontrábamos ante un suelo muy rico, mejor del que parecía; es por eso que no se adicionó nada más”. La sugerencia era sembrar 3 gramos de semilla por metro cuadrado, con arena para aumentar el volumen y de esa forma hacer una siembra más pareja. La arena también ayuda como guía para facilitar el voleo.
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El tipo de semillas que se sembraron son anuales, con germinación escalonada según la especie, a lo largo de casi todo el verano. Algunas especies sufren las altas temperaturas y la falta de agua en estas latitudes y entonces se instaló un riego automático durante todo el primer mes de calor. En uno de los sectores elegidos las semillas eran de herbáceas perennes y el primer año germinaron, pero no dieron flores; la segunda primavera se lucieron.
El manejo y el mantenimiento
El primer verano se hizo un corte bajo a mediados de febrero y, ya a fin de marzo y comienzos de abril, comenzaron a germinar nuevamente. Al llegar las temperaturas más bajas del otoño, toda la resiembra espontánea iba a empezar a manifestarse, y así fue. Ese invierno no hubo casi intervención, solo se resembraron las semillas que se habían cosechado. Cuando llegó la primavera todas las mezclas volvieron a germinar sin problemas. En el verano, la “isla” de semillas perennes dio sus frutos y las anuales –por segundo año consecutivo– volvieron a florecer en todo su esplendor.
La introducción de especies nativas tuvo un efecto complejo, ya que se volvieron muy invasivas y hubo que controlarlas para que no perjudicaran la germinación de las semillas anuales. “El corte es el secreto para manejar las praderas, pero me está resultando difícil entender exactamente cuándo cortar, porque llevo pocos años de experiencia y cada temporada encuentro un momento diferente”.
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En el segundo año se comenzó con la “edición” de plantas, porque las praderas de anuales tienen un ciclo corto y luego desmejoran y son difíciles de mantener. Es por este motivo que se sumaron herbáceas perennes –como Verbena bonariensis, Eupatorium inulifolium, solidagos– que van manejándose para que queden en equilibrio.
Las semillas se siembran a finales de invierno. (Inés Clusellas/)
“En el mantenimiento debo luchar contra las gramíneas que aparecen en forma espontánea, ya que se encuentran en el banco de semillas existente; este es uno de los desafíos más difíciles. Me propuse como objetivo hacer un corte muy bajo en invierno para darle lugar a la germinación de las semillas anuales y así limpiar el exceso de gramíneas que crece en el verano”. El segundo corte, con poda de algunas especies, se hará a finales de diciembre para dar lugar a las anuales que necesitan espacio de enero a abril.
“Todavía me sigo haciendo muchas preguntas y voy aprendiendo en el día a día. Fue y es una experiencia llena de aprendizaje, no tiene fin”, define Josefina. Sin duda el camino recién empieza. Un camino lleno de riqueza, asombro y grandes logros también.
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