La Voz del Interior @lavozcomar: Los que dieron la batalla económica contra la pandemia en Córdoba

Los que dieron la batalla económica contra la pandemia en Córdoba

Si la crisis previa al coronavirus parecía una tormenta acechante, la pandemia fue como un tsunami, un infierno que arrasó con todo, desde vidas de seres queridos, hasta trabajo, proyectos y sueños.

No a todos golpeó por igual, es cierto. Algunos pudieron conservar su empleo, otros lograron reinventarse y hubo quienes perdieron prácticamente todo.

Ese oscuro panorama esconde historias con nombres propios, personas cuya vida dio un giro a causa de una enfermedad que todavía está entre nosotros.

Cantinas cerradas

La última vez que Jorge Medina abrió su negocio fue en noviembre de 2019. Hasta ese entonces, gestionaba la cantina del colegio Francisco Pablo de Mauro, en barrio Rogelio Martínez.

Con el cierre de las escuelas, Medina tuvo que bajar la persiana de un lugar que les daba trabajo a seis personas más.

“Al comienzo fue muy duro porque no se podía salir ni salir a la calle. Pero de a poco fuimos poniendo más energía en una fábrica de sándwiches que ya teníamos y ahora nos dedicamos de lleno a eso”, relata.

Esta semana, con el regreso completo de algunos cursos, se dispuso la reapertura de quioscos y cantinas en los colegios. Sin embargo, para él no es seguro volver. “Tenemos incertidumbre de qué va a pasar. Nos queda hasta noviembre, pero en el medio habrá algún taller docente, la semana del estudiante, feriados y los colectivos que seguro hacen algún paro. No habrá más de 50 días de clases y habrá que volver a cerrar”, explica.

Con menos empleados y nuevas expectativas, ahora apunta todos sus cañones hacia otro emprendimiento. “Abrir una cantina en este momento, en esta fecha y con los gastos que hay que afrontar, ya dejó de ser un negocio”, agrega.

Venta de uniformes, en picada

En menos de un año, Luisa perdió el esfuerzo de más de una década. Su negocio de uniformes prosperaba, con múltiples pedidos de escuelas y también de empresas. Pero la pandemia la derrumbó. “Quedamos parados completamente. Hacía poco tiempo que había alquilado una vivienda y tuve que rescindir el contrato. Me fui a vivir al local y tuve que pedirle a uno de mis hijos que recibiera a otro que vivía conmigo”, asegura con una angustia indisimulable.

Dijo que intentó sumarse a la ola de los que fabricaban barbijos, pero que era tal la competencia que la idea no prosperó. Tenía empleados que trabajaban desde sus casas y que además empleaban a otras personas. Todos quedaron sin trabajo.

No recibió ningún tipo de ayuda y su situación se volvió desesperante. “Hoy no tengo ni siquiera capital. Tenés que tener un stock. No se puede vender a pedido porque no llegás con los tiempos de producción”, explica.

También contó que en marzo pasado, con la regreso a clases, el panorama pareció aclararse, pero enseguida notó que los padres preferían utilizar el uniforme comprado para 2020 o buscar usados. Los cierres que llegaron con el otoño de este año fueron otra cachetada a sus sueños.

Achicarse y subsistir

Germán es otro de los cordobeses que sintió el cimbronazo a causa del coronavirus. Tuvo que bajar al 50 por ciento la planta de empleados en su taller de chapa y pintura, pero además tuvo que achicarse y pasar de un espacio de 650 metros cuadrados en barrio San Martín a uno de 150 en Alto Alberdi.

“A nivel personal pasé muchos nervios, fue una situación muy complicada. Cuando empezó la cuarentena había mucha incertidumbre. Y se venía la renovación del alquiler con un aumento del 50 por ciento. Era un gasto que no podía sostener y menos sin saber qué iba a pasar”, comenta el propietario del taller llamado Carfix.

German tiene un taller de chapa y pintura, y debió achicarse para que subsista su negocio. (Pedro Castillo)

El trabajo cayó estrepitosamente y hasta pensó en abandonar el rubro. Antes de la pandemia se polarizaban entre 35 y 40 autos por mes, mientras que durante el año pasado no pasaban de dos vehículos.

“De un día para el otro nos dijeron que no podíamos abrir, y las compañías de seguro no mandaban autos para reparar. Tampoco había pagos. Fue todo muy de golpe”, cuenta.

Con la facturación reducida a más de la mitad tomó la decisión de reducir el personal y buscar un local más pequeño.

Hoy, mientras espera que continúe el progresivo levantamiento de las restricciones, va recuperando el optimismo.

Reconvertirse

Francisco Bobadilla es un emprendedor nato. Hace unos años adquirió una franquicia de una reconocida cadena de comida rápida que instaló en el Dinosaurio Mall. Tiempo después, decidió abrir su propio negocio y creó una marca con productos propios.

La pandemia lo encontró con su local funcionando en el shopping y con ocho empleados a cargo. “Estuvimos totalmente cerrados nueve meses. El Estado ayudó a pagar un porcentaje de los sueldos, pero sin ingresos y sólo con algunos ahorros se hizo muy difícil pagar el resto”, recuerda.

Cuando comenzaron las aperturas paulatinas, la mayoría de los locales gastronómicos puso énfasis en el delivery y el take away. “El delivery representa un 20 por ciento de los ingresos en la mayoría de estos negocios. Pero en el nuestro ni siquiera eso, porque al estar en un shopping no estábamos preparados para esa modalidad, así que seguimos cerrados un tiempo más”, agrega.

Francisco transformó su negocio en una empresa de alimentos congelados durante la crisis. (Nicolás Bravo)

Pese al dolor y la impotencia de tener que bajar la persiana de su negocio, la situación representó para Francisco una nueva oportunidad. “La mayoría de los empleados entendió lo que pasó y pudimos arreglar su desvinculación. Un día me junté con dos y les dije: ‘Miren chicos, yo no tengo más plata y el local no se puede sostener más por la situación. Yo les propongo que hagamos algo juntos, trabajemos, nos reinventemos y salgamos adelante’”, explica.

A partir de ese momento se les ocurrió armar un emprendimiento de alimentos congelados. “Paradójicamente la pandemia empujó a la gente a consumir mucho más este tipo de productos para hacer en sus casas”, narra Francisco.

Lograron sostener y apuntalar el nuevo emprendimiento reinvirtiendo constantemente todo lo que ganaban. “Fueron tiempos duros, pero logramos salir adelante”, destaca.

Consultado sobre qué enseñanzas le dejó la pandemia, Francisco remarca una en especial: “Nunca hay que bajar los brazos”.

Home office independiente

Durante más de 15 años, Fabio tuvo una agencia de viajes sobre avenida Rafael Núñez. Se sabe, el turismo fue una de las actividades más golpeadas por la crisis derivada de la pandemia. El cierre de su negocio y la cancelación de los vuelos al exterior lo obligaron a trabajar desde su casa y, sobre todo, a acentuar su oferta de turismo interno. “Además de la pandemia, a nosotros nos golpeó el fuerte aumento del dólar a fin de 2019. Ahí comenzó a frenarse un poco la actividad”, recuerda.

Apuntaló la promoción en las redes sociales e hizo de su hogar una cómoda oficina. Hoy ofrece más que nada viajes guiados en moto por distintos rincones de Argentina. “La verdad no sé si volvería a alquilar un local. Si lo llegara hacer sería con un formato totalmente diferente al anterior. Ya no es como antes que llega una persona y quiere comprar un viaje. Ahora lo hacen por internet”, apunta.

Consultado sobre si la crisis del turismo lo haría dedicarse a otra cosa, responde tajante: “Ni loco. Antes de cambiar de rubro, cambio de país”.

Cambiar y ganar

Georgina no cambió de rubro pero sí tuvo que achicar costos y el volumen de su negocio. Tenía una panadería en pleno centro de Córdoba, donde empleaba a 12 personas, que preparaban desayunos, almuerzos, meriendas y cenas para cientos de clientes.

Con las primeras restricciones llegaron los cambios. Primero cerró la cafetería y el bar y siguió trabajando en modo delivery. Incluso aprovechó la cuarentena total y llegó a proveer en muchos barrios.

Sin embargo, el grueso de su negocio era en el día por lo que el cierre del Centro la afectó. “Ya no había gente. Habían cerrado oficinas, bancos y hasta el registro del automotor que teníamos cerquita”, lamenta.

Los costos de mantener abierto su negocio eran muy altos. “Tenía que seguir pagando sueldos y el alquiler, y no tenía una propuesta coherente de la dueña del local. Vendía 300 pesos por jornada y tenía que pagar 40 mil pesos de luz”, relata sobre aquellos días.

A mediados del año pasado decidió cerrar y buscar un nuevo destino para su panadería. Pasó del Centro a una esquina en Alto Alberdi y achicó la planta de empleados a sólo tres. “La pasé muy mal en la pandemia, pero no tanto por el tema económico, porque mi familia me ayudó y contaba con unos ahorros. Lo que más me afectó fue dejar gente sin trabajo. Eso me angustió mucho, al punto de que tuve que ir a terapia porque me torturaba a la noche”, expresa.

Hoy se muestra conforme con su emprendimiento, a pesar de que los costos siguen siendo altos y el margen cada vez es menor. “Creo que no hay mal que por bien no venga. Me achiqué pero ahora estoy más tranquila. Le doy trabajo a tres personas. Lo que cambiaría es la posibilidad de darle empleo a más gente, pero cuando ves los riesgos, los impuestos, los juicios, todo eso me frena porque no dan los números”, apunta.

“Veo que ahora muchos dueños están trabajando a la par de sus empleados. Yo, por ejemplo, soy una más en mi negocio”, cierra, confiada.

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