La maldición de los presidentes acecha al gobierno de Alberto Fernández
economia
Solo un milagro matemático de engranajes infinitos podría sacar al Frente de Todos del lugar al que lo condena una planilla de cálculo. Cuando todavía faltan dos años para que termine su mandato, Alberto Fernández se conduce a entregar un país encogido a quien lo suceda. Es la maldición de los presidentes que pesa desde 2011: Cristina Kirchner le dejó a Mauricio Macri una economía que casi no había crecido y el expresidente profundizó esa dirección en el pase a Fernández.
La misma suerte acecha ahora a la Casa Rosada. Alberto Fernández dejará en 2023 un país 0,9% más grande que el de diciembre de 2019, según diversos cálculos. Pero las décimas se esconden cuando se calcula el ingreso por persona.
Los números son curiosos y desesperantes. El kirchnerismo perdió el gobierno en 2015 cuando su modelo daba señales claras de agotamiento. La derrota llegó, paradójicamente, en el mejor año de los últimos siete. El hecho de que haya sido el mejor, no quiere decir que resultara bueno.
El fracaso de los últimos presidentes es una tragedia. Se nota en todos los indicadores importantes. El salario es peor y la pobreza, mayor. El desempleo tiende a aumentar, al igual que la inflación.
El macrismo parecía respetar a los fantasmas a los que se enfrentaba. Mario Quintana, uno de los hombres más influyentes de la gestión anterior hasta que abandonó el gobierno, solía apaciguar la ansiedad de quienes cuestionaban el escaso crecimiento del país en 2017 con un contraataque: antes que crecer mucho, decía, esperemos hacerlo seguido.
Hay una bondad estadística de la cual la Argentina no se ha beneficiado: crecer 1% cada año durante una década es más beneficioso que crecer 10% el primer año y nada en los otros nueve.
El economista Robert Lukas, uno de los más destacados en el siglo pasado, mostró con contundencia la conveniencia de la estabilidad. Quintana, Macri y los radicales lo sabían -alguna vez Martín Lousteau puso esa cuenta de ejemplo-, pero no lo lograron.
El kirchnerismo, en cambio, parece ignorar las cuentas, la estadística y el crecimiento. Más aún cuando hace campaña. El primer spot del Frente de Todos para estas elecciones asegura que “estamos empezando a salir” para alcanzar “la vida que queremos”, y cierra con una frase de Alberto Fernández nacida de la inspiración cristinista: “Volveremos a ser felices”.
Si la promesa de una vida mejor incluye prosperidad, es improbable que la Casa Rosada cumpla con el eslogan de campaña. Más aún: ocurrirá todo lo contrario, dado que el ingreso per cápita nunca alcanzará en este gobierno el pico de Mauricio Macri, en 2017, ni el de Cristina Kirchner, en 2011, según los pronósticos de hoy.
La vicepresidenta parece desorientarse con el calendario. La vuelta al pasado mejor no está en 2015. De hecho, en la última de sus gestiones el país creció 0,37% por año. La felicidad está más lejos en la historia y se agotó en 2010.
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La Casa Rosada está envuelta en una increíble paradoja: el fracaso puede allanarle el camino político. Diversos politólogos argentinos consideran que el corto plazo impacta en el voto más que la película completa. Dado que la economía cayó mucho y rápido, en gran medida por la pandemia, desde que llegó Fernández, tiene espacio para recuperar una parte del terreno perdido con cierta facilidad. Los economistas lo llaman rebote; el Gobierno, recuperación. Falta saber cómo lo percibirá la gente.
Hay otros datos que juegan a favor del Frente de Todos. El país tiene hoy algunas cosas comparables con el de 2003. Hay capacidad ociosa para producir y avidez por consumir. Es la intersección en la que funciona mejor la receta keynesiana, cuya versión all’ uso nostro parece ser la única que puede aplicar el kirchnerismo. Incluso sus críticos le atribuyen potencial para atender situaciones en que un país funciona por debajo de sus posibilidades. Al interior del modelo, sin embargo, está creciendo su propio enemigo: la inflación.
El crecimiento, en cambio, depende de la inversión, algo que parece haber quedado fuera de la agenda. Por suerte para el oficialismo, tampoco aparece en los planes de la Casa Rosada entregar en 2023 un país más grande que el que heredó.
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