Planeta en alerta roja
editoriales
Las recientes inundaciones en Alemania y Bélgica con cientos de muertos y desaparecidos; las olas de calor, que superaron los 49°C en los Estados Unidos y Canadá, y, en nuestro país, casos como la bajante del río Paraná, que se encuentra en sus más bajos niveles de agua del último medio siglo, son el tipo de hechos a los que nos enfrenta el cambio climático. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), publicado este lunes, califica estas situaciones como catastróficas. El texto contiene un pronóstico sombrío: la vida en nuestro planeta continuará alterándose de forma irreversible si no se toman medidas drásticas de manera inmediata.
Su primera conclusión esencial confirma lo que está a la vista: con el actual calentamiento de 1,1°C, el clima ya ha cambiado. Hasta hace muy poco tiempo los científicos creían que limitar el calentamiento global a 2°C por encima de los niveles de mediados del siglo XIX sería suficiente para salvaguardar nuestro futuro. Ese ha sido el fundamento para establecer, en el Acuerdo de París, de 2015, el compromiso de mantener la temperatura global en un calentamiento por debajo de 2°C –el límite de seguridad científicamente aconsejado– con la aspiración de no superar los 1,5° C por encima de los niveles preindustriales. Sin embargo, dada la tendencia actual, y según las denominadas contribuciones determinadas a nivel nacional, presentadas en 2015 en París, en el mejor de los casos nos dirigimos a un aumento de 3°C. Basta mencionar que desde que Al Gore estrenó su famoso documental Una verdad incómoda, en 2006, hemos emitido más CO2 a la atmósfera que en todo el tiempo anterior desde la aparición del Homo sapiens, hace unos trescientos mil años.
El mes pasado, la Organización Meteorológica Mundial anunció que existe un 40% de probabilidades de que el planeta perfore el umbral de aumento de 1,5°C durante los próximos cinco años, una temperatura con “consecuencias progresivamente graves”, extensivas a de siglos y, en algunos casos, irreversibles para organismos como los arrecifes de coral, ecosistemas de los que dependen 500 millones de personas.
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La segunda conclusión del informe es que el mundo debe hacer frente a esta realidad y prepararse para recibirla. Tal como demuestra lo acontecido en Alemania y Bélgica, los niveles actuales de adaptación son insuficientes para responder a los riesgos climáticos presentes, menos aún a los futuros, previene el IPCC. Con una temperatura superior a 2°C, hasta 80 millones de personas más que ahora sufrirán hambre en 2050 y 130 millones de personas podrían caer en la pobreza extrema en la próxima década. En 2050, centenares de millones de habitantes de ciudades costeras se verán amenazados por inundaciones más frecuentes, debido a la subida del nivel del mar, que provocará, además, grandes migraciones con cientos de millones de afectados en todo el planeta.
Como tercera conclusión, el informe sobre el cambio climático describe el peligro de los impactos compuestos y en cascada, conocidos como puntos de inflexión, que los científicos apenas han comenzado a medir y comprender. El IPCC presentó los puntos críticos hace 20 años. La pérdida del manto de hielo de la Antártida Occidental, la afectación de la selva amazónica o el derretimiento generalizado del permafrost, así como otros componentes del sistema climático, se consideran “puntos críticos”, porque pueden atravesar umbrales cruciales y cambiar de forma abrupta e irreversible. Al igual que un árbol centenario puede permanecer en pie tras 10 hachazos, el undécimo golpe podría derribarlo. Antes se creía que los puntos críticos solo se alcanzarían cuando el calentamiento global superara los 5°C. Sin embargo, los informes del IPCC del último año advierten su posible ocurrencia con un calentamiento de entre 1 y 2 grados Celsius.
Los riesgos asociados a un incremento de la temperatura de 4 grados no son simplemente el doble que los de 2 grados, sino muy superiores, porque se pueden producir reacciones en cadena difíciles de revertir. Investigaciones recientes han demostrado que un calentamiento de 2°C podría impulsar el derretimiento de las capas de hielo sobre Groenlandia y la Antártida occidental, que acumulan agua congelada capaz de elevar los océanos, en caso de derretirse, hasta 13 metros. Además, el derretimiento del permafrost representa una amenaza, ya que contiene volúmenes inmensos de metano, un gas de efecto invernadero más potente que el CO2, lo cual contribuiría a una aceleración del calentamiento global con consecuencias como la transformación del Amazonas del actual bosque tropical a una simple sabana, la exposición de millones de personas a sequías graves, la pérdida de especies y hábitats, catástrofes meteorológicas como ciclones, incendios, inundaciones, enfermedades más generalizadas, calor insoportable, colapso de ecosistemas, ciudades amenazadas por el aumento del nivel del mar y otros impactos climáticos devastadores que se harán perceptibles antes de los próximos treinta años.
El único camino hasta el momento es transformar urgentemente nuestros modelos productivos y reducir las emisiones de CO2. A grandes rasgos, necesitamos alcanzar la neutralidad climática (reducir las emisiones netas a cero) hacia mediados de siglo, un objetivo al que ya se han comprometido la Unión Europa (UE) y Estados Unidos. Sin duda un esfuerzo enorme. Pero de nada servirá si China no hace nada: sus emisiones representan alrededor del 30% del total mundial, mientras que, por ejemplo, las de la UE alcanzan el 8%. Hoy el gigante asiático también sufre lluvias torrenciales con fallecidos, evacuados y peligro de colapso de represas.
La pandemia de Covid-19 debería recordarnos la importancia de tres cosas que también son necesarias para abordar el calentamiento global: la ciencia, las políticas públicas y la cooperación internacional. Así como la ciencia anunciaba hace años la posible llegada de un virus como el que azota en la actualidad a gran parte del planeta, con un costo altísimo para la humanidad, deberíamos escuchar a los científicos que han estado advirtiendo durante décadas que las emisiones de gases de efecto invernadero no controladas tendrían graves consecuencias sociales, económicas y ambientales.
Ya sabemos que algunos líderes políticos pueden restar importancia a la pandemia y anular las recomendaciones de los científicos. Incluso la ideología puede cobrarse la vida de muchos seres humanos. Lo experimentamos a diario. Puede ocurrir algo similar con el cambio climático. La pandemia debería recordarnos que la naturaleza responde a las agresiones humanas y que las teorías conspirativas no ayudarán a solucionar los conflictos.
Si bien resulta difícil establecer un vínculo directo entre un episodio concreto como las inundaciones en el norte europeo y la alteración general del clima, hay evidencias contundentes de que el calentamiento global favorece un agravamiento de los efectos del cambio climático en relación con las previsiones hasta ahora contempladas, incluso, en países que cuentan con infraestructuras muy desarrolladas y buenos servicios de protección civil.
Es por eso que, tal como afirma el propio Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático: las decisiones que tomen las sociedades ahora determinarán si nuestra especie prospera o simplemente sobrevive a medida que avanza el siglo XXI.
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