Niñez, territorio de anticipación
Un enfoque actualizado de la Pediatría ampliada postula devolver protagonismo a las familias para el control de algunas variables de su salud.
Se busca que algunos trastornos sean oportunamente detectados y corregidos a través de cambios de hábitos.
Las enfermedades cardiovasculares son un claro ejemplo, en especial cuando por vigésimo año consecutivo representan la primera causa de muerte en todo el mundo.
Sus principales manifestaciones son el infarto de miocardio y los accidentes cerebrovasculares. Si bien aparecen con más frecuencia después de los 50 años, se ha demostrado que el deterioro primario de las arterias comienza en la infancia.
Más o menos el 50% de niños y niñas de entre 1 y 4 años muestran pequeñas estrías de grasa en el interior de las arterias, y casi todos las tienen antes de llegar a los 10 años de edad.
Esto no los lleva necesariamente a sufrir enfermedad. Esas estrías pueden permanecer sin cambios durante toda la vida o, por el contrario, progresar a placas ateroscleróticas capaces de obstruir el flujo sanguíneo –del corazón, cerebro, intestino o miembros inferiores– sobre todo en personas predispuestas o poco atentas a identificar factores de riesgo.
En este proceso, los primeros años de la vida representan etapas fundamentales para identificar señales de peligro e instalar hábitos saludables, y los padres y madres podrían convertirse en actores indispensables para lograr que las próximas generaciones lleguen a edades adultas con menor riesgo de sufrir enfermedad cardiovascular.
El foco en el sobrepeso
El sobrepeso y la obesidad son riesgos a los que dirigir la atención durante la infancia y adolescencia. Desde el mismo nacimiento, la decisión de amamantar establece la más natural y eficaz acción preventiva.
Más adelante, al incluir alimentos complementarios, el consumo de productos naturales debería superar al de ultraprocesados,
Luego, en todas las etapas siguientes, el sedentarismo debería ser batallado con actividad física sostenida y recreativa.
Y para llegar antes, ¿quién debería evaluar el sobrepeso en los chicos?
Bajo el paradigma de devolución de protagonismo, cada familia puede estimarlo con indicadores simples: el índice de masa corporal (IMC) y la relación cintura-estatura (RCE).
El IMC se calcula dividiendo el peso corporal por la estatura al cuadrado. Valores hasta 25 (kilos por metro cuadrado) indican normalidad. Más de 25, sobrepeso.
El valor límite de RCE es de 0,50, lo que significa –en términos de prevención– que conviene mantener la cintura a menos de la mitad de la estatura.
Ambos indicadores se complementan. El IMC determina el estado nutricional general, pero sin considerar género y edad ni determinar la localización de la masa grasa; es decir que no diferencia si un valor elevado corresponde a masa muscular, ósea o grasa. Es por ello que podría subestimar el riesgo cardiometabólico en niños con cifras normales, y sobreestimarlo en quienes las tienen elevadas.
La RCE resuelve esta duda porque identifica a niños y niñas que, con un peso normal para la edad, podrían estar acumulando grasa abdominal.
Sobrepeso y obesidad no se definen hoy por tener muchos kilos o mostrar curvas exageradas, sino por el exceso de grasa corporal. Puntualmente, la grasa abdominal, asociada a potenciales trastornos cardiovasculares.
El uso de indicadores sencillos ofrece la posibilidad al núcleo familiar de identificar cambios corporales en los chicos y solicitar ayuda oportuna que modifique hábitos de alimentación y actividad física.
Ante la duda, consulte al sentido común.
* Médico
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